Bajando por la Pasaxe (A Guarda, Pontevedra), hacia el Estuario del Miño, donde resuenan los lastimeros trinos del Mazarico chiador (Numenous phaeopus), la Gaivota chorona (Gaviota reidora en castellano, Chroicocephalus ridibundus) y la Gaivota patiamarela (Larus michahellis). Me llama la atención un vistoso racimo de flores de color rojo coral que asoma sobre el viejo muro de piedra de un jardín abandonado, se trata de un Chupamieles del Cabo (Tecoma capensis), en la 3ª foto.
Al margen del detalle de las coloridas flores, el jardín tiene un aspecto bastante tétrico y lúgubre, entre los añosos cedros y plátanos, asoman las ruinas de una capilla neogótica (2ª foto), cuyo estilo difiere notablemente de la fachada principal (1ª foto), cara al Sur que da hacia el muelle del antiguo ferry, en la orilla del Miño.
Resulta sorprendente que un lugar tan bello y privilegiadamente situado ofrezca una imagen tan decadente y desangelada, aunque al escarbar en su historia nos explicamos la razón.
El jardín, la capilla y el edificio forman parte del antiguo Colegio Apóstol Santiago de los Jesuitas en Camposancos (A Guarda, Pontevedra), construido en la finca de Camposancos del Sr. Domingo Español (1840), entre los años 1875 y 1882, con elementos ornamentales neomedievales. Entre sus alumnos más ilustres, se encuentra el gran cineasta portugués Manoel de Oliveira (1908-2015). En 1932, fue expropiado a los jesuitas por el Gobierno Republicano.
El 27 de julio de 1936, nueve días después del golpe, las tropas del General Franco llegaron a A Guarda, depusieron al alcalde Brasilino Álvarez Sobrino , fusilado poco después en la vecina localidad de Tui, y convirtieron el colegio de Camposancos en un campo de concentración por el que pasaron entre 5.000 y 6.000 prisioneros de guerra, entre 1936 y 1941. Tenía capacidad para 680 personas pero llegó a albergar más de 1.200.
Los primeros en estrenar el campo de concentración fueron los republicanos guardeses. En octubre de 1937, desembarcó en Baiona el buque prisión “Aritzatxu” que llevaba presos asturianos y cántabros, entre ellos 160 mujeres, que fueron trasladados en camiones a Camposancos.
El campo contaba con tres patios: En el primero se obligaba a los prisioneros a formar, cantar el “Cara al Sol” con el brazo en alto, dar vivas a Franco, escuchar misa y hacer guardias frente a la bandera rojigualda. En el segundo, se instalaron las jaulas para condenados a muerte, donde los tenían como a perros. Y en el tercero estaban las cocinas bajo unos galpones y el acuartelamiento del Séptimo Batallón del Regimiento de Infantería Mérida nº 35 con base en Vigo.
Los presos dormían hacinados en celdas comunes plagadas de piojos, chinches y garrapatas, recibían constantes palizas y maltratos, aunque la comida no era de las peores: leche por la mañana y lentejas o berzas con patatas para comer o cenar, algunos de ellos murieron de hambre.
Las mujeres embarazadas parían en condiciones infrahumanas.
En el “torreón de las torturas” los reclusos eran interrogados bajo tormento para extraerles información, clasificarlos, decidir su situación penal y su destino final.
Tal fue el número de presos sometidos a consejos de guerra que Franco decidió que era más rentable juzgarlos allí, por lo que ordenó el traslado a Camposancos del Tribunal Militar Permanente número 1 de Gijón, cuyo presidente era el siniestro Luis Vicente Sasiaín, que acabaría siendo presidente del Real Club Celta de Vigo.
Sólo entre junio y octubre de 1938 fueron juzgados en Camposancos 513 prisioneros, en juicios sumarísimos de una hora de duración media y con hasta veinte reos por vista. Se decretaron 191 penas de muerte, 83 de cadena perpetua, 115 de 20 años de prisión, 50 de 15 años, 6 de 12 años, una de 9, 2 de 6 y 36 absoluciones.
El ferry que conectaba con la localidad portuguesa de Caminha, al otro lado del río Miño, cerró en octubre de 2021, por la inseguridad del pantalán y la falta de mantenimiento.
Perteneciente también al término de Caminha, en un islote situado en la desembocadura del Miño, están las ruinas del Fuerte de Ínsua (4ª foto), donde los franciscanos de Galicia levantaron un monasterio, entre los años 1388 y 1392, durante el reinado de Juan I de Portugal. El rey Manuel I reformó y amplió las defensas en 1512, al igual que haría años más tarde Felipe I. La actual estructura se debe al contexto de la Guerra de la Restauración de la Independencia portuguesa, durante el reinado de Juan IV, mandada construir entre 1649 y 1652 por Diogo de Lima. Actualmente está en condiciones precarias de conservación y puede visitarse a bordo de pequeñas embarcaciones locales.
Un lugar desde el que pueden divisarse fabulosas vistas (foto 5ª) es el Monte de Santa Tecla, con un antiguo Castro celta ubicado en su ladera (foto 6ª).
Otros lugares de interés en A Guarda son el Hotel Monumento Convento de San Benito (foto 7ª), situado muy cerca del puerto, construido entre 1558 y 1561 como Monasterio de la Transfiguración del Señor. La comunidad benedictina ocupó el convento hasta 1984, siendo dedicado a hotel desde 1990.
En la 8ª foto, detalle de un panteón del Cementerio de Salcidos, otra parroquia del Concello da Guarda (Pontevedra).
Resuena en el sombrero: “A Santa Compaña”.- Golpes Bajos (Vigo (Galicia), 1984).