El ser humano necesita tenerlo todo bien ordenado y bajo control pare sentirse a gusto y confortable, pero la Naturaleza y la Vida, en su imparable y caótico torrente de ciclos que se engarzan unos en otros, formando una compleja y tupida red, que nos resulta imposible de descifrar y desenmarañar para nuestras simplistas y ordenadas mentes, tan aparentemente lógicas y racionales, pero que, en el fondo, están plagadas de miedos, contradicciones, prejuicios, anhelos, frustraciones, incomprensiones y deseos, se encarga de desbaratar, una y otra vez, nuestros planes.
Deberíamos ser mucho más modestos y asumir que, en realidad, no estamos tan lejos evolutivamente de un pobre berberecho (Cardium edule), un pequeño molusco bivalvo que se pasa toda su vida filtrando agua de mar enterrado en la arena, una arena formada por millones de diminutos cristales de cuarzo, estructuras perfectas que se apilan en forma de estratos, entremezclados con la negra materia orgánica en descomposición que arrastra la ría y las mareas, componiendo un fango negruzco con aspecto de pútrida ciénaga, pero repleto de vida en sus entrañas.
Los berberechos sólo asoman a la superficie un par de sifones, a través de los cuales absorben el agua marina de la que toman el oxígeno y el alimento que les da la vida. Sus blandos cuerpecillos, encerrados y protegidos entre dos duras conchas calcáreas finamente acanaladas, acumulan las preciadas proteínas y sales que el padre mar y la madre tierra les traen cotidianamente, arrastrados por las olas y las mareas con la fuerza y la energía que nos proporciona la todopoderosa luz del sol.
Estos pequeños sifones emergen en la superficie del lodo en forma de dos pequeñas "lucecitas" en forma de ojales, que son las que "señalan" la presencia del berberecho enterrado a pocos centímetros en el fango y la arena de la somera ría o ensenada, de aguas tibias y apacibles, protegidos de la furia del mar abierto por bancos de arena, cabos, puertos o montañas costeras.
¡Pobre berberecho! Pequeño, modesto, insignificante, pero tenaz y persistente, lleva millones de años realizando su callada labor, enterrado un par de centímetros en el fango. Nadie le escucha, nadie le hace caso, nadie le toma en serio, casi nadie se percata siquiera de su existencia. Casi nadie, porque, un buen día, pasará por ese preciso lugar de la ensenada una persona mariscando, que irá fijándose atentamente en las señales y "lucecitas" que él envía con los sutiles guiños y pestañeos de sus sifones. Una persona con el deseo y el afán de encontrarlo, que lo sacará del fango con sus manos, lo lavará, lo purgará, lo cocerá al vapor y finalmente se lo comerá, de forma que pasará a formar parte de su propio cuerpo, de sus propios hijos, a los que, a su vez, enseñará a saber mirar al fango, a buscar entre la arena del fondo de la ensenada, a través de sus someras aguas, sorteando las medusas y pólipos urticantes que se esconden entre las algas.
Otro buen día, un temporal, alguna tormenta o la crecida del río enterrará la ensenada, erosionará la playa y cambiará el perfil de la costa, pero no importa, nuevas larvas de nuevos berberechos colonizarán la nueva ensenada y volverán a filtrar el agua, a crecer y a guiñar sus sifones a nuevas generaciones de mariscadores.
Resuena en el sombrero: "Santa Mira".- The Coal Porters (Los Angeles (California), 2002). Uno de los grupos en los que milita Sid Griffin (ex-Long Ryder).