Me alegra comprobar que, últimamente, en el mundo del
vino y la enología cada vez se le concede más importancia al paisaje y a los
ecosistemas que conforman los viñedos y su entorno.
Tras la reciente candidatura del “Paisaje cultural de
vino y el viñedo de La Rioja y La Rioja Alavesa” para ser declarado por la
UNESCO “Patrimonio Universal de la Humanidad”, en 2015; la última y agradable
sorpresa la pudimos leer en el periódico “La Rioja” del pasado miércoles 10 de
septiembre, en un excelente artículo firmado por el Ingeniero Agrónomo y
enólogo Antonio Remesal Villar, quién escribía lo siguiente:
“Conversando con uno de nuestros grandes enólogos
nacionales, Basilio Izquierdo, hasta hace unos años Director Técnico de bodegas
CVNE, nos preguntábamos acerca de los factores determinantes de la calidad de
la uva, aparte de la consabida edad del viñedo, el suelo o el clima, subrayaba
el enólogo la poca atención que se presta al entorno próximo al viñedo: la
vegetación próxima que crece en la misma viña y en sus cercanías, como ribazos,
lindes, bosquetes e isletas dentro de la parcela, en los roquedos y taludes.
Esos “recovecos” que por su pendiente, accidentalidad o
escasez de tierra arable no se han labrado nunca, cumplen cometidos ecológicos
y agrícolas esenciales. Estos recodos, joyas naturales, generan unas
condiciones ambientales, e incluso, un microclima, muy beneficioso para las
cepas de las proximidades. Según Basilio Izquierdo, este entorno, hasta hace
poco inherente al viñedo riojano, da como fruto vinos con estructuras
particularmente complejas, más finos y delicados, con óptima expresión
cualitativa.
Ya hemos alertado en estas mismas páginas de que, como
consecuencia de la baja rentabilidad de los viñedos tradicionales, se está
produciendo una progresiva reducción de estos viñedos singulares, la mayoría
mediante reestructuración de los mismos.
Las labores que han acompañado a esta adaptación de las
estructuras agrícolas a otras más competitivas, han permitido una mejora de la
eficiencia en las tareas de cultivo, facilitando el trabajo del viticultor de
forma extraordinaria. Sin embargo, han supuesto un alto coste ecológico.
A partir del año 2000, cuando se aprobó el esquema
europeo de ayudas a la reestructuración y reconversión del viñedo, se han
ejecutado miles de actuaciones de las contempladas en esta línea.
La intervención más común, aquí al menos, ha sido la de
arranque de viña vieja y preparación del terreno para plantación posterior en
espaldera. El dinero europeo ha incentivado la acometida de proyectos con
movimientos de tierras, creación de escolleras artificiales, inversión de
perfiles del terreno, cambios en los cursos de agua, eliminación de pendientes
por nivelación y otras tareas, más propias de colosales obras civiles, que de
la simple adecuación de un terreno para el cultivo agrícola.
El resultado, ligado a ingentes inversiones de muy dudosa
amortización, ha dado lugar a parcelas de mayor tamaño, prácticamente llanas,
con desmontes y terraplenes artificiales, geometrías y topografías que en
muchos casos nada tienen que ver con las originarias.
Es verdad que estamos en un sector muy competitivo, pero
si queremos ser diferentes a otras áreas en las que el viñedo ha entrado a saco
en los últimos años (con la intención de invadir los mercados mundiales a bajo
coste) es preciso mantener las distancias mediante una agricultura respetuosa
con el medio y que aporte algún valor añadido.
Otros muchos colegas de la profesión como Juan Carlos
Sancha, Enrique García Escudero, Juan B. Chavarri o Fernando Martínez de Toda,
por citar algunos, son investigadores interesados en la preservación y
recuperación de variedades minoritarias. A ellos les he escuchado resaltar
muchas veces el interés de mantener la “foto fija” de lo que tradicionalmente
ha sido Rioja, tanto por la excepcionalidad de los vino procedentes de estos
viñedos como por el papel ecológico que desempeñan.
La influencia que la vegetación próxima a la cepa tiene
en el mosto, y en consecuencia en los vinos, he tenido la oportunidad de
verificarla yo mismo. Me remitiré a una cata en la que se comparaban los vinos
producidos en las distintas parcelas de un ensayo, con diferentes cubiertas
vegetales en las calles de cultivo. Constatábamos entonces de forma unánime
cómo la vegetación de las calles próximas daba lugar a diferentes aromas de los
vinos.
Trasladando esto a una pequeña parcela, imaginen la
complejidad de aromas que se pueden generar en un viñedo rodeado de plantas
como el tomillo, la retama, lavanda, romero, espino, hinojo, cola de caballo,
manzanilla,… y árboles como olivos, almendros, robles, encinas, pinos… El
mediático y reconocido naturalista Joaquín Araujo, destacaba en Laguardia el
interés medioambiental de la agricultura que propugna “el paisaje del
obstáculo”.
La belleza de la asimetría, la accidentalidad, el
cromatismo de cada cepa, de cada matorral o árbol, contrasta con la rutina de
color y forma de las fincas plantadas en líneas perfectas de longitud infinita,
con variedades, patrones y clones similares.
Y es que, aparte de las características que en la calidad
de la uva imprimen estos viñedos singulares, forman parte de un particular y
precioso mosaico paisajístico en el que las vides conviven con otros cultivos
como olivos, almendros, cereal, con zonas de pastizales, monte bajo y matorral,
en parcelas en las que la ausencia de simetría y aparente desorden las hace
particularmente bellas.
Por otra parte, no es en absoluto desdeñable la función
que este conjunto de cultivos y llecos tiene para la conservación de la
biodiversidad botánica y faunística. Pájaros como gorriones, carboneros,
jilgueros, perdices, codornices, abejarucos, becadas, cárabos, pinzones,
petirrojos, arrendajos,… mamíferos como conejos, liebres, zorros, tejones, corzos,…
o reptiles como lagartos y culebras, pueden verse cuando uno pasea por estos
enclaves de biología tan variada.
Es necesario un esfuerzo, lo mismo particular que por
parte de las administraciones, para proteger estos viñedos y los valores
asociados a ellos, fomentando si cabe las plantaciones de esta naturaleza,
porque, aunque sabemos que son a menudo ajenas a la filosofía imperante de
máximos rendimientos y puedan parecer anacrónicas, seguro no nos arrepentiremos
de haber contribuido a su preservación”.
Hace unos años hablaba sobre la presencia de valiosas levaduras (Candida pulcherrima) que durante el invierno y la primavera habitan
en la hojarasca y el mantillo del suelo de ribazos, setos y montes próximos a
los viñedos. En ellos habitan especies arbóreas que se están perdiendo, tan
interesantes por su rusticidad y resistencia, como por el aprovechamiento de
sus frutos y madera, tales como el Acerolo (Crataegus azarolus) o el Pomar (Sorbus domestica). O la reciente recuperación del valiosísimo e
interesantísimo aprovechamiento de la madera de robles autóctonos para la fabricación de barricas, en las que criar vinos de extraordinaria calidad y todavía más genuinamente riojanos, si cabe.
Qué decir de los beneficios indirectos que conlleva la existencia de ribazos y montes en la
vecindad de nuestros viñedos, ya que es en estos retazos de vegetación
silvestre donde se refugia la fauna que combate numerosas plagas que atacan a
nuestros cultivos, así como aquella otra fauna de pelo y pluma que hace las
delicias del cazador y cuyas carnes tan armoniosamente se maridan con nuestros
excelentes vinos.
Incluso el nombre de “Rioja” procede del río Oja, así denominado por la enorme cantidad de hojas de árboles caducifolios que arrastraban sus aguas durante el otoño, procedentes de
los frondosos bosques de la Sierra de la Demanda.
Permitamos pues que los montes sigan engalanando y ennobleciendo nuestros viñedos con su presencia, proximidad e íntina conexión, dando colorido, madera, hongos y frutos. El vino, cada vez más, no se entiende
únicamente como una bebida compleja elaborada a partir de mostos de
determinadas variedades de uva que han atravesado diferentes procesos de
elaboración y crianza, sino como el sabor de unas tierras concretas y
singulares, en definitiva, como la esencia de un paisaje.
Resuena en el sombrero:
Cinco vinos de Rioja maridados con la música de grandes películas: “VINO Y CINE”.
Fotos by Mad Hatter: Viñedos al pie de los
Moncalvillos (Sojuela, La Rioja).