En todo tipo de organizaciones humanas, a menudo, escuchamos la frase: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. Sin duda, nos sentimos más a gusto y evitamos más conflictos cuando nos movemos en un pequeño grupo de personas afines y conocidas, que cuando nos vemos inmersos en una gran organización con una estructura más compleja y en la que, debido a nuestra innata querencia tribal, siempre se acaban formando grupos más pequeños con distintos interes que buscan hacerse con el control de la organización, propiciándose luchas por el poder.
Es cierto que el león es poderoso y temido por todos, por lo que puede pasearse orgulloso luciendo su melena al sol, si bien no todas sus partes están igual de iluminadas, ni se consideran todas ellas igual de nobles, osea que su gran corpulencia implica cierta desigualdad. Mientras que el ratón debe limitarse a sus pequeños asuntos, escondido en la oscuridad de su madriguera, para no ser devorado por alguno de sus numerosos predadores, si bien todas sus partes están igual de poco iluminadas y se encuentra cercanas las unas de las otras, es decir hay una mayor igualdad en su diminuta anatomía.
La pregunta es ¿Existen otras alternativas? Propongo que nos fijemos en el funcionamiento de un gran banco de peces o en esas inmensas bandadas de estorninos que sobrevuelan nuestros campos en medio del duro invierno. Ambos grupos están formados por un gran número de pequeños individuos que consiguen moverse al unísino como si se tratara de un sólo organismo de gran tamaño. Su estrategia se basa en que todos tienen unos intereses y objetivos comunes y todos tienen una extraordinaria sensibilidad y capacidad de observar y sentir (casi anticipar) los más sutiles movimientos, tanto de los compañeros que tienen al lado como del flujo general del ambiente que les rodea. Pero, si no hay un cerebro o un lider que dirija a todo el grupo ¿Cómo es posible que no reine el caos? En este tipo de “macrorganismos colectivos” no se hace lo que diga el más fuerte, ni se sigue ciegamente a ningún lider carismático, sino que se hace caso al primero que vea los estímulos exteriores más importantes (peligro, alimento, refugio), es decir se premia la velocidad de reflejos y la capacidad de observación, anticipación y adaptación, no importa quién sea el primero, de hecho las posiciones se intercambian constantemente, lo importante es que la información vital se perciba lo antes posible y se transmita rápidamente a todos los componentes del grupo, de forma que se actúe de manera eficaz y óptima para la mayoría, en favor del bien común.
Pero ¿Cuáles son los intereses que mueven a las personas? Generalmente hablamos de progreso, felicidad, bien estar, términos estos excesivamente genéricos e imprecisos, que ya, en 1943, el psicólogo Abraham Maslow estructuró en una jerarquía u orden de necesidades humanas. Muchos siglos antes Epicuro ya dijo que había 3 tipos fundamentales de deseos: Los naturales y necesarios, que son las necesidades básicas como la alimentación, el abrigo y la seguridad; los naturales e innecesarios, como por ejemplo la conversación amena, la sexualidad o la contemplación y el disfrute de las artes; y, por último, tenemos los deseos innaturales e innecesarios, entre los que están la fama, el prestigio social y el poder político y dinerario.
En su manual del usuario de vivir, Epicuro recomendó que se deben satisfacer los deseos necesarios de la forma más económica posible y perseguir los deseos naturales innecesarios hasta la satisfacción de nuestro corazón pero sin egoismos pues el mayor placer es darnos a los demás.
Recomendó también que no se debe arriesgar la salud, la amistad, el amor o la economía en la búsqueda de los deseos innecesarios, pues, a pesar del placer inherente, éste es efímero y conduce al sufrimiento futuro, ya que todos los extremos son inconvenientes y el exceso de placer se convierte en vicio y no hay vicio sin dependencia y falta de libertad.
Por otra parte, las nuevas tecnologías posibilitan una gran velocidad de acceso y transmisión de la información, actualmente se está trabajando incluso en sistemas informáticos capaces de propiciar la toma de decisiones de manera colectiva por grandes grupos de personas conectadas a una red.
Por lo tanto, en este momento sería posible adoptar la estartegia del banco de peces, si desarrolláramos un “neoepicureismo colectivo” podríamos avanzar en una verdadera “democracia participativa”, satisfaciendo los deseos naturales y acercándonos progresiva y asintóticamente a la felicidad.