viernes, noviembre 25, 2016

SENSATEZ




El hecho de que el fuego sea un elemento inevitable e incluso necesario en los ecosistemas mediterráneos, ya que siempre ha habido, hay y seguirá habiendo tormentas eléctricas, eso no implica que, en un entorno humanizado en el que el período de recurrencia del fuego se ha visto enormemente acelerado, no haya que luchar contra los incendios forestales.

Casi todo en esta vida es una cuestión de dosis y de equilibrio, todos los ingredientes de una receta gastronómica son buenos y necesarios, pero el exceso o el defecto de alguno de ellos puede arruinar el plato.

Del mismo modo, el engaño, la mentira y la hipocresía son inevitables y hasta necesarios, en cierta medida, para posibilitar la convivencia en nuestra sociedad y en determinadas circunstancias, pero eso no implica que no haya que tratar de que la sinceridad, la franqueza y la verdad sean los principios en los que se fundamenten las relaciones humanas, en la mayoría de los casos y en condiciones ideales y normales.

Cuando leemos un libro, sobre todo si trata de temas filosóficos y por muy complejos que éstos sean, el autor consigue explicar las cosas de manera razonable para que la mayoría de los lectores consigamos comprender lo que se quiere decir, únicamente es necesario aplicar un mínimo de razonamiento lógico con “sentido común”.

La palabra “común” encierra una trampa o paradoja lingüística, motivada porque nuestra sociedad está plenamente imbuida en un sistema economicista y capitalista, en la que se ha universalizado la ley de la oferta y la demanda, de manera que todo el mundo sobreentendemos que cuando algo es abundante y “común” o “vulgar” no puede tener mucho valor. De ahí que quizás sea más apropiado emplear la palabra “sensatez”.

Tras la lectura del libro que también fue objeto de la entrada anterior “La locura del solucionismo tecnológico” (Evgeny Morozov, 2015), he caido en la cuenta de que muchos de los problemas a los que se enfrenta el ser humano provienen de nuestra enorme dificultad para asumir y gestionar la complejidad del mundo real, lo cual, a nivel científico y técnico, nos lleva a una ineficacia que, a su vez, nos está conduciendo a la insostenibilidad del sistema; mientras que, en el plano emocional, es una fuente inagotable de frustración.

Una realidad compleja implica que, inevitablemente, van a darse distintas formas de percibirla, distintos intereses, distintos objetivos y distintas creencias. Una de esas creencias, suele ser que los distintos puntos de vista son incompatibles y los diferentes intereses son irreconciliables e incluso contrapuestos, es decir se produce un conflicto inevitable que, la mayoría de las veces, como ha quedado sobradamente demostrado a lo largo de la Historia, resolvemos mediante la violencia (invasiones, imposiciones, abusos, guerras, esclavitud, etc.).

La violencia es fruto de la intolerancia, incluida la intolerancia a la frustración. Un proceso que nos ayuda a aceptar que los conflictos y las frustraciones forman parte de la realidad, pero que existen formas pacíficas de solucionar nuestras diferencias y los problemas en general, es el diálogo y la negociación, con la esperanza de poder llegar a un consenso que convenza o satisfaga a todas o a la gran mayoría de las partes implicadas. Este planteamiento es en el que se basa la democracia.

Algunos filósofos, pensadores y autores sostienen que la negociación, necesaria para lidiar con la complejidad del mundo y las sociedades humanas, implica cierto grado de engaño, hipocresía y ambigüedad, porque dan por hecho de que no existen valores universales ni leyes naturales en las que apoyarnos para llegar a un consenso plenamente coherente con unos principios que sean aceptados por todos, mediante una argumentación lógica y unas relaciones basadas en la sinceridad, la franqueza y la verdad.

El hecho cierto de que nadie esté en posesión absoluta de la verdad, no implica que tengamos que renunciar a acercarnos progresiva y consensuadamente a la verdad más objetiva a la que seamos capaces de llegar o, al menos, a la verdad que consideremos mayoritariamente como más aceptada.

Una negociación o un acuerdo “de facto” en los que implícitamente se tolera el engaño, la hipocresía y la ambigüedad, de forma habitual, nos conduce a una paz ficticia o “pseudopaz” en la que reina una eficacia aparente y en la que numerosas injusticias y desigualdades son toleradas, lo cual nos conduce a un ambiente tenso y crispado, en el que subyace una violencia latente o soterrada que, a la menor chispa, descuido o sabotaje que se produzca, puede disparar la violencia bruta, sin ambages ni paliativos.

Actualmente, promovido por la cultura del “internet-centrismo” y los defensores del “yo cuantificado”, existe la tendencia o la “tentación” de tomar un atajo tecnológico, el llamado “solucionismo tecnológico”, basado en una mentalidad “allanabarrancos” que, harta de tanto conflicto y profusión de percepciones, valores e intereses, busca una “objetividad” basada en la medición “imparcial” y exacta del mayor número posible de datos, de manera automática, sin que intervengan los ineficaces juicios de valor humanos, pero de carácter universal, en el sentido de que puede acceder todo el mundo, bueno todos aquellos que tengan un teléfono inteligente o una tablet, con acceso a internet y todo tipo de aplicaciones. El problema es que los sistemas informáticos y los algoritmos matemáticos que posibilitan esto son programados por personas, en base a determinados criterios humanos sobre los que no hay ningún debate público, como tampoco lo hay en las decisiones de qué datos deben medirse, cuándo y cómo. Por no hablar del hecho de que no todo en esta vida es medible. Es decir, limitar la realidad a una serie de datos medibles implica una simplificación de la misma, lo que conlleva un tipo de engaño basado en una razonamiento contradictorio: “la mejor forma de gestionar la complejidad es mediante su simplificación”, o sea que, en el fondo, no terminamos de asumir plenamente la complejidad del mundo real. El engañoso atajo del “solucionismo tecnológico” nos conduce de nuevo a la “pseudopaz” con una eficacia aparentemente mejorada pero en la que persisten las desigualdades, las injusticias y las mentiras, aunque sean otro tipo de mentiras.

¿Qué podemos hacer entonces? En mi opinión, sí que existen y serían posibles de encontrar y consensuar unos principios o valores universales, basados en las “leyes naturales”, de manera que sería posible llegar a un consenso verdadero y dinámico, mediante un avance que, asumiendo y respetando la complejidad y la pluralidad, sea plenamente coherente con los mencionado principios fundamentales. Debemos avanzar de forma integral, tanto a nivel científico-técnico como a nivel mental y emocional, creciendo en sabiduría y justicia, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, con serenidad pero con decisión y seguridad, caminando con pasos claros, firmes y sinceros hacia un mundo más natural, humano, sostenible, pacífico y feliz.

Recordemos, en el fondo es muy sencillo, algo insostenible es algo que, tarde o temprano, hará CRACK!

La foto de arriba corresponde a una escultura del barcelonés Jaume Plensa colocada en Burdeos (Francia) en julio de 2013.

Resuena en el sombrero: “New Gold Dream”.- Simple Minds (Glasgow (Scotland), 1982).

viernes, noviembre 11, 2016

PARTICIPACIÓN: HERRAMIENTA O FIN, CANTIDAD O CALIDAD ?



El libro “La locura del solucionismo tecnológico” de Evgeny Morozov, publicado en 2015, nos advierte sobre los peligros del “internet-centrismo”, basado en la tendencia hacia una excesiva simplificación de la realidad, en busca de soluciones relativamente “fáciles” e innovadoras, que se apoyan en la consideración de “internet” como un único ente al que se le atribuyen unos valores intrínsecos, tales como apertura, libertad y eficiencia. Cuando, en realidad, la “red de redes” es un sistema formal tecnológico constituido por multitud de servidores, páginas webs, blogs, redes sociales, aplicaciones, etc, etc.

Es indudable que “internet” ha supuesto un avance tecnológico de gran importancia, en el mencionado libro se hace referencia a autores que lo han comparado con la imprenta, si bien su pretendido carácter “revolucionario” no es automático o intrínsecamente ligado al concepto de la “red”, sino que hay que tener en cuenta los diversos y distintos usos, valores y objetivos que conviven en el seno de esta gigantesca y potente herramienta tecnológica.

Una curiosa paradoja que potencia “internet” es que la mayoría de la gente se fía más de la “objetividad mecánica” que minimiza la manipulación y el juicio humanos, al basarse en procesos automáticos regidos por algoritmos matemáticos, que en las conclusiones fruto de un debate entre personas con distintos puntos de vista que tratan de argumentar sus posturas de una forma lógica y coherente. La paradoja radica en que esos algoritmos matemáticos utilizan fórmulas y coeficientes ideados y calibrados por alguien (una persona o un grupo de personas), y, además, se trata de unos algoritmos secretos, ya que están ocultos para los usuarios, no ofrecen explicaciones, no argumentan nada, ni posibilitan discusiones ni debates de ningún tipo. Es como si se diese por hecho que la eficacia y la exactitud de las máquinas superan con creces las imprecisiones, ambigüedades y subjetividad propias de la "obsoleta y anticuada" fuerza de los argumentos humanos.

Los argumentos siempre se basan en unos principios o valores, y tienen una finalidad u objetivo, por eso, los hechos ciertos de que nadie está en posesión de la “verdad absoluta” y de que todas las ideas y opiniones bienintencionadas son respetables, no debe ser óbice para que tratemos de ser lo más objetivos y positivos que sea posible, eligiendo razonada y democráticamente aquellas ideas u opciones que una mayoría de personas considera que son mejores, más ciertas, más positivas o más convenientes, en un determinado contexto histórico y socio-cultural.

Cuando hablábamos sobre “inteligencia colectiva” y democracia, explicábamos la importancia de la participación y la forma en que “internet” y las nuevas tecnologías pueden facilitar y aumentar la participación ciudadana, al incrementar notablemente el alcance y la velocidad de las comunicaciones entre una gran cantidad de personas.

Tras la lectura del mencionado libro, he reflexionado sobre la forma de mejorar la calidad y la utilidad de la participación, mermando lo menos posible la cantidad de participantes. En el momento actual las principales formas de participación masiva por “internet” son básicamente cuantitativas, como refleja el siguiente esquema:



Este sistema facilita mucho una gran participación, puesto que votar consiste en hacer clic en “me gusta” y, a lo sumo, poner algún breve comentario, pero su eficacia o utilidad se ve muy mermada por el hecho de que nadie establece ningún orden en las prioridades y/o en la relevancia de los temas a tratar. El debate también suele brillar por su ausencia, y cuando lo hay suele ser tremendamente caótico, debido al mencionado desorden imperante. Tampoco se favorece la innovación, por que las ideas más novedosas y vanguardistas, a menudo son vistas por la mayoría como algo “raro”, arriesgado o descabellado.

Propongo una plataforma “on line” en la que aquellos productos, iniciativas o ideas que quieran darse a conocer, sean explicadas y analizadas por una serie de medios de comunicación, críticos expertos en las distintas materias y foros especializados de las redes sociales, de manera que tengan que escribir de la forma más clara y breve que sea posible: 1º) Cuáles son los valores o principios en los que se basan para emitir sus juicios u opiniones; 2º) Qué pretende, cuáles son los objetivos o utilidades de las ideas o productos (pros), así como los defectos e inconvenientes (contras) que se aprecian, ponderando ambos aspectos, es decir, concluir en qué medida pueden más los pros o los contras. 3º) Explicarlo mediante argumentos lógicos que conecten los valores del primer punto con las conclusiones indicadas en el segundo punto, de manera coherente.

Estas críticas o valoraciones razonadas son a su vez evaluadas por unos “árbitros de coherencia”, abiertos a todo el mundo para buscar la máxima pluralidad, si bien sería deseable que en este nivel participasen intelectuales de prestigio, catedráticos de filosofía, sociología o expertos en las distintas materias de las que se trate. Su papel es ordenar las ideas según unas prioridades y criterios que busquen la mayor objetividad posible, ofreciendo un debate público en el que se de un constante “feedback” entre los árbitros, los críticos y los autores de las ideas o productos, hasta llegar a unas conclusiones lo más claras y consensuadas que sea posible.

Finalmente, el público vota aquellas conclusiones y debates que considere más convincentes, realistas, eficaces y útiles.


Con este sistema es probable que la participación disminuya en cantidad, ya que requiere una mayor atención y un cierto esfuerzo de leer y pensar, por muy resumidos y desgranados que estén los temas, tras pasar por el “filtro” de los críticos y los árbitros, pero a buen seguro se ganará mucho en calidad, claridad y eficacia.

Todas las fotos y esquemas by Mad Hatter.

Resuena en el sombrero: “ Hallelujah”.- Leonard Cohen (Montreal (Canadá) 21/09/1934 – Los Ángeles (USA) 07/11/2016, R.I.P.) ¡Adiós maestro!

jueves, noviembre 03, 2016

POLLOS PREHISTÓRICOS






Será mera casualidad, pero el hecho de que anoche, en la sala “Biribay” de Logroño, estuviésemos disfrutando del magnífico concierto de los “MFC Chicken”, y esta mañana, en la plaza de toros de esta misma ciudad, hayan desembarcado los camiones de “Dinosaur Expo”, me ha hecho recordar que las aves son las descencientes directas de los dinosaurios, por eso me pregunto ¿Será posible que los pollos nos conecten con nuestras entrañas más primitivas y ancestrales?

No en vano, los pollos, las gallinas, proceden de las profundas selvas de Asia e Indonesia, y la base de su alimentación suele ser el maiz, el mágico “oro comestible” que cultivaron las primitivas culturas amerindias.

El rito ancestral dio comienzo, al ritmo tribal y sincopado de los tambores, como un caballo que se pone en marcha al galope, al que enseguida se suma el relincho poderoso del saxo, como un dorado cuerno de la abundancia que vierte un fluido vital corrosivo, que se filtra por las grietas del suelo hasta llegar al centro de la Tierra, donde licua y remueve el magma, que fluye entonces hacia arriba, llegando al estrato donde se encontraban los fósiles de lo huesos de pollo que se comió Little Richard. Ese magma líquido se convirtió en la sangre que devolvió a la vida a esos pollos, que saltaron a la superficie del planeta, bailando frenéticamente al son de los “MFC Chicken”.

El saxo, con su silueta sinuosa, su sonido cálido y aterciopelado, nos seduce recordándonos sutilmente que la “a” de su nombre podría convertirse en una “e”, en el momento más inesperado. Su vibración telúrica nos sacude las entrañas, es como el “intestino del alma”, el cordón umbilical que nos conecta con nuestro lado animal y salvaje.

Este primitivo ritual es celebrado por unos maestros de ceremonias jóvenes, pálidos y enjutos, que mezclan la elegancia y sobriedad del detective inglés Sherlock Holmes, con la cercanía e informal uniformidad de los camareros de alguna cadena de comida rápida. Por el día se dedican a diseccionar con precisión nuestras entrañas, a la búsqueda de las pruebas del pecado, mientras que por la noche nos sirven generosas raciones de pollo frito, con patatas asadas, regadas con litros y litros de grandes pintas de cerveza.

El concierto destiló una gran calidad y profesionalidad, no exenta de su dosis de locura e improvisación, incluyendo coreografías sincronizadas, sentadillas y atléticas flexiones sobre el escenario, paseillos y caravanas entre el público, vimos con sorpresa como tres de sus miembros se subieron a la barra del fondo del local, actuando allí de pié durante un buen rato. El saxofonista llegó a tocar tumbado de espaldas sobre el suelo e incluso desplazándose lateralmente en cuclillas, mientras imitaba a la perfección con su instrumento el cacareo de una gallina.

Además de sus temas propios, casi todos con títulos que contienen la palabra “chicken”, interpretaron fabulosas versiones del “Lucille” de Little Richard y el “Psycho” de los Sonics, que consiguieron retrotraernos a los gloriosos tiempos del North West Garage, cuando el rock and roll todavía era un baile.

Todas las fotos by Mad Hatter.

Resuena en el sombrero: “Chichen Baby”.- MFC Chicken (Sala “El Sol” (Madrid), 21 de octubre de 2016).