Las setas suelen asociarse al otoño, a la llegada del frío, la lluvia y el mal tiempo. Sin embargo hay especies de hongos que fructifican en primavera, aprovechando la humedad producida por el deshielo y el calor de los rayos del sol, tras el duro invierno.
Así, en un pequeño claro entre los matorrales mediterráneos, junto con los primeros brotes de hierba, emerge un vistoso corro de clavos incandescentes, con pies de chicle y sombreros de piel lacada, que se cuartean bajo el sol y se secan con el viento,
se trata de los frescos y alegres carpóforos de la Laccaria laccata (1ª foto).
Mientras en
el pinar resplandecen los carpóforos traslúcidos y ambarinos de la Dacrymyces
stillatus, cual dulces gominolas que fructifican en la madera muerta de las ramas caídas en el suelo (2ª foto).
Un suelo
empapado por el deshielo, cubierto de acículas secas y verdes musgos, en el que
asoman tímidamente la parte superior de los sombreros húmedos, oscuros y
tremendamente discretos de los Hygrophorus marzuolus (3ª foto), muy difíciles de ver si no fuese por la ayuda de las ardillas y los corzos que, al mordisquearlos, dejan al descubierto su blanco y carnoso interior (4ª foto), un tesoro comestible que nos regala la Naturaleza,
justo en una época en la que escasea el alimento.
Resuena
en el sombrero: “Gail with the golden hair”.- The Handsome Family (Alburquerque (New
Mexico), 2003). No habla nada de setas,
pero me encanta cuando dice:
“We lay in a golden fire / as the screaming buzzards circled.
Far down in the darkened valley / the city lights still twinkled.
But my eyes saw only gail / and her hair in golden fire”.