Era mi primer encargo como técnico de cooperación internacional en la Dirección General de Acción Exterior, se trataba de algo sencillo, la tramitación administrativa del expediente de una subvención para el equipamiento de una escuela en Burkina Faso.
Aquella mañana gris estaba muy nervioso porque el Interventor General me había citado en la Consejería de Economía y Hacienda, y los compañeros me habían advertido de que se trataba de un personaje de lo más peculiar. El hecho de que me hubiera citado para tratar con él en persona sobre este asunto, ya de por sí, me resultaba un tanto extraño. Me dijeron que es probable que lo hiciera simplemente para conocer al nuevo técnico en cooperación internacional, ya que las subvenciones a proyectos de países en desarrollo suelen ser fuente de no pocos problemas administrativos, debido al enorme desequilibrio y diferencias existentes entre el enrevesado y complejo sistema administrativo público europeo y la simplista y precaria burocracia africana.
Al entrar a la Consejería de Economía y Hacienda, situada en la Calle Valhalla de la capital, pasé por el aparcamiento de los altos cargos donde me quedé totalmente alucinado al ver un extraño carromato del que tiraban dos grandes cabras de aparatosas cornamentas y provistas de lujosas anteojeras. Llegué al hall de la entrada, pasé por el arco del scanner de seguridad y pregunté en la ventanilla de información por el despacho del Señor Interventor, Don Ignacio Tabarra "Ah sí, I.T., está en el despacho de la primera planta al fondo" me dijo una señorita con gafas esbozando una leve sonrisilla. A medida que subía las escaleras, notaba que las piernas me iban temblando cada vez más y que la temperatura ambiente se iba elevando. Algo tembloroso y secándome el sudor de la frente con un pañuelo, llamé a la puerta del despacho y una despampanante secretaria rubia con aspecto de valkiria me abrió y me dijo con acento nórdico: "Pase, por favor, el Señor Tabarra le está esperando".
Al entrar en el despacho me fijé en el sobrio y sólido mobiliario, todo en madera de roble, así como en la extraña decoración a base de motivos y símbolos de la mitología vikinga. "¡Coño! Debe ser del Real Madrid" (pensé). Al fondo había una sobria mesa, sobre la que reposaba un enorme y pesado sello-tampón en forma de martillo, junto al que yacía un guantelete de hierro con aspecto medieval, detrás había un gran sillón de cuero vuelto de espaldas, mirando hacia la ventana, en el que adiviné que estaría sentado el Interventor. "Buenos días Señor Interventor General", acerté a titubear tímidamente. De repente el sillón se giró y pude ver la cara de un señor menudo, con bigote, bastante calvo, que me miraba inquisitorialmente alzando la ojos por encima de la montura de las gafas y arqueando sus pobladas cejas, mientras sostenía unos papeles en las manos con las muñecas apoyadas en la sólida mesa.
"Vaya, vaya, así que es usted el Señor Pérez, el nuevo fichaje de mi audaz amigo el Director General de Acción Exterior" - Me dijo él, tratando de sonar afable y cordial. "Sí Señor Interventor General, para servirle en lo que usted ordene" - Le contesté muy sumiso y cortés, mientras le tendía la mano para saludarle. "Encantado de conocerle, siéntese por favor" - Me indicó él, tras cogerme la mano muy rápida y débilmente, para soltarla casi al instante y señalarme el sillón. "Con su permiso iré al grano, ya que no dispongo de mucho tiempo. Bien, me ha llegado esta propuesta de pago de la cuenta justificativa de gastos de una subvención para el equipamiento de una escuela en Burkina Faso y observo que hay una factura correspondiente a unas mesas metálicas, cuando en el proyecto se especificaba claramente que las mesas debían ser de madera ¿Puede usted explicarme a qué se debe dicha modificación Señor Pérez?" - Con voz temblorosa acerté a decirle "Bueeeno Sr. Interventor,... resulta que nuestro cooperante de la ONG que opera en la zona nos comentó que habían tenido algunos problemas con el mobiliario de madera debido a las termitas y al clima tropical, por lo que acordamos que sería más conveniente adquirir unas mesas metálicas". -"Ya, me parece muy bien, Sr. Pérez, pero resulta que el presupuesto se ha incrementado notablemente y no consta autorización de dicha modificación firmada por el Director del Proyecto, por lo que me temo que el gasto de dichas mesas metálicas deberá descontarse del importe total de la subvención concedida" - Me replicó él muy serio. "Sí, bueno, pero los objetivos del proyecto y de la subvención se han cumplido de una forma más apropiada ¿No le parece a usted Sr. Interventor General?" - Osé contestarle, sacando valor inspirado quizás por la encendida mirada del Dios Thor que figuraba representado en uno de los cuadros que colgaban de las paredes del despacho. "¿Se atreve usted a dudar de mi criterio, Sr. Pérez? Que le sirva de lección y la próxima vez asegúrense ustedes de cumplir con lo establecido en los procedimientos, que para algo están" - Me reprendió. "Sí Señor Interventor General, usted perdone, le aseguro que no volverá a suceder" - Le contesté cabizbajo y sin atreverme a mirarle a los ojos. "Bueno, Sr. Pérez, no se preocupe, es normal, se trata de su primer expediente de subvenciones. Eso es todo. Muchas gracias, puede retirarse". Y salí del despacho y de la Consejería a toda prisa, como alma que lleva el Diablo.
Al día siguiente, en la oficina, los compañeros, con una expresión entre sorna y curiosidad, se apresuraron a preguntarme: "Bueno ¿Qué tal te fue con el Señor Interven-Thor?". "Buffff... Fatal tíos ¡Menudo elemento el Sr. Tabarra!¿No?" - Les dije. "Ya te digo, y no se te ocurra llamarle Sr. Tabarra. Nosotros le llamamos "Interven-Thor", porque el tío está obsesionado con la mitología vikinga, al parecer su madre fue una de las primeras turistas noruegas que vino a la Costa del Sol y él se cree descendiente directo de Thor, Dios benévolo que ahuyenta la oscuridad y el frío del invierno, surca el cielo en un carro tirado por dos cabras (Tangnjost y Tanngrisner) que con sus cascos y dientes echan chispas y hacen ruidos que producen los rayos y los truenos, es el Dios de la primavera y del amor, su color es el rojo y su árbol el roble, y en su mano derecha, protegida por un guantelete de hierro, blande un poderoso martillo (Mjolner) con el que vence a los demonios malignos y puede abrir valles enteros al caer sobre las montañas".
"¡Pues vaya un Dios del Amor de los cojones!" - Exclamé sorprendido y un tanto indignado.
P.D.: Cualquier improbable parecido con la realidad es pura coincidencia.