Fue
un hombre sencillo, austero, un sobrio castellano, un padre de familia al que
el destino tenía reservado un papel fundamental en la HISTORIA.
Un
hombre con sus virtudes y sus defectos, como todos, quizás con una extraordinaria
capacidad de trabajo, diálogo y comunicación, con un espíritu de consenso y un
valor por encima de lo habitual, pero un hombre de la calle, normal, al fin y
al cabo.
Quizás
demasiado normal, honesto y sencillo como para ocupar un cargo de alto
dignatario y vivir en la Moncloa, por lo que fue desalojado bastante pronto.
Como
todo hombre era frágil y perecedero, la decadencia senil le concedió el triste
consuelo que supone la pérdida de gran parte de su memoria y otras facultades
mentales, porque, si un hombre noble e íntegro como él, hubiese sido plenamente
consciente de las cotas de mediocridad y corrupción que han alcanzado algunos
de los herederos de aquella incipiente democracia que él ayudó a construir, si
hubiese asistido al triste espectáculo de ver a un pueblo maltratado salir
masivamente a las calles para expresar su malestar y su indignación contra un
sistema que niega un futuro digno para sus hijos, si se hubiese dado cuenta de
todas esas cosas, probablemente Suárez se habría muerto igualmente, pero de
pena, ese mismo día 23 de marzo de 2014.
Su
fortaleza provenía de su tremendo sentido de Estado, un inquebrantable
compromiso y responsabilidad que rápidamente supo ver el Rey Don Juan Carlos,
quien le convirtió en el necesario colaborador para llevar a cabo la complicada
misión de la transición de la dictadura franquista a la democracia
constitucional.
Suárez
fue franquista en sus inicios, pero todos le recordaremos como un hombre de
centro y de UNIÓN, porque, ahora que se está
revisando su biografía, me ha llamado la atención el dato de que la UCD se
fundó uniendo 15 partidos distintos, algo totalmente impensable en estos
momentos.
También se ha recordado el discurso que pronunció cuando se le concedió el Premio Príncipe de Asturias a
la Concordia en 1996: “La transición fue sobre todo, a mi juicio, un proceso
político y social de reconocimiento y comprensión del distinto, del diferente,
del otro español que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido
en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mi me impulsan
y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario”. ¡Qué
diametralmente opuestas son estas sabias palabras respecto a las desafortunadas
declaraciones de Ignacio González (Presidente de la Comunidad de Madrid) quien,
hace poco, comparó a los participantes en las “Marchas de la Dignidad” con los
miembros de un partido neonazi griego!
Las mafias de listillos, obnubilados por aquella incipiente democracia,
enseguida se dieron cuenta del chollo que suponía conseguir votos, llegar al poder
y manejar el cotarro con el único fin de arrimar el ascua a su sardina. De
forma que las personas nobles, honradas e íntegras empezaron a resultar
molestas en el seno de las cúpulas de los partidos, dominadas por una gente sin
escrúpulos, que anteponen los negocios, la lealtad, el favoritismo, el
amiguismo, el dinero y los privilegios a las ideas, la justicia, la resolución
de los problemas, el bien común y hasta los derechos humanos.
De forma vertiginosa, emergió una casta de mandatarios corruptos, vendidos
a los oligopolios
y lobbies de grandes empresas. Se ha producido una selección negativa de nuestros políticos que, paulatianmente, nos ha conducido hasta la actual “áurea mediócritas”, que conforma la
decadencia de la democracia representativa que forjaron con esfuerzo,
sacrificio, ilusión y devoción grandes hombres de Estado como Adolfo Suárez.
¿Quién le iba a decir a aquel recién nombrado Presidente del 79 que aquella
democracia tan nueva, fresca, ilusionante y esperanzadora se transformaría con el paso de los
años en una oligocracia decrépita, cada vez más próxima a una nueva dictadura?
Es tiempo de un nuevo cambio, de una revolución, estos tiempos de crisis,
de cambio de era, deben conducirnos a dar un nuevo paso hacia la democracia
participativa, una democracia más real y auténtica, en la que el protagonismo
no recaiga en líderes carismáticos sino en el conjunto de la ciudadanía.
La sencillez y la normalidad de Adolfo Suárez nos enseña una valiosa
lección: Con un poco de ganas, dedicación y valor, cualquiera puede hacer
POLÍTICA (con mayúsculas), cualquiera podemos ser un hombre de Estado,… y más
que eso, muchos hombres y mujeres, dign@s habitantes del planeta Tierra.
Resuenan en el sombrero: “Heart
of Gold”.- Neil Young (Canadá, 1971).
Y “Man with the golden heart”.- The Stems
(Australia, 1985).