Según cuenta la tradición, Prudencio, obispo de Tarazona, se encontraba en Osma (Soria) para arreglar unos conflictos, cuando murió. Para dilucidar el lugar donde sería enterrado (por haber muerto fuera de su diócesis), se cargó el cadáver a lomos de una mula que, tras dos días de camino, llegó hasta una cueva en la ladera del monte Laturce (en Clavijo, La Rioja), donde paró. Allí fue enterrado y se levantó una iglesia dedicada a San Vicente que, posteriormente, pasaría a llamarse de San Prudencio.
Aunque esto debió ocurrir a finales del siglo VI, no se tiene constancia de la
existencia de este monasterio hasta el siglo X, con la reconquista
del valle del río Leza. Aunque inicialmente tuvo mucho protagonismo
en la repoblación de dicho valle, posteriormente perdió poder e
incluso sus moradores se sometieron al monasterio de Albelda, desde
el año 950 al 1.058, por lo delicado de su ubicación en zona
fronteriza.
Los propietarios del monasterio, los Señores de Cameros, tuvieron allí su panteón.
Diego Jiménez (que sucedió a su hermano Pedro Jiménez en el
señorío) y su esposa Guiomar Rodríguez de Traba, refundaron el
monasterio en 1.181 y lo entregaron al Monasterio de Santa María de
Rute, de la orden del Císter, que había sido fundado en 1.162 por
Pedro Jiménez, su hermano Diego y la hermana de ambos, Teresa, junto
con su esposo Lope Íñiguez de Mendoza, Señor de Llodio. La
donación del monasterio de Monte Laturce al de Rute estipulaba que
los monjes de este último monasterio se trasladasen al del Monte
Laturce como comunidad cisterciense.
Más adelante, varios monasterios menores e incluso las parroquias de Villanueva de San
Prudencio, Ventas Blancas y Lagunilla del Jubera, estuvieron a cargo
del monasterio de Monte Laturce.
Además de las reliquias de San Prudencio (la mayoría fueron trasladadas a Santa María la
Real de Nájera), también poseía las de San Funes y San Félix del
Monte.
Inicialmente estuvieron bajo la orden de San Benito, y en 1.181 cambiaron a la cisterciense.
Con la desamortización de Mendizábal, en 1.836, fue abandonado y sus posesiones enviadas a
la Concatedral de Santa María la Redonda de Logroño, donde se
encuentra el busto de San Prudencio de la 3ª foto. Actualmente se
encuentra en ruinas y forma parte de la lista roja de patrimonio en
peligro de España.
Esta tarde del día después de Navidad, he ido a visitar las ruinas del Monasterio de
San Prudencio, en compañía de mi hermano Diego (6ª foto), y nos ha
sorprendido el enorme tamaño de las edificaciones para estar en un
paraje tan abrupto y apartado. No se ven vestigios de caminos o
accesos de cierta entidad, salvo una angosta vereda de cabras que
arranca desde la fachada Oeste, la más próxima al fondo del
barranco, y parte en dirección Sur, siguiendo la curva de nivel
(quizás sea cierto que los primeros fundadores vinieron desde Soria
con el cadáver de San Prudencio a lomos de una mula). Muy cerca de
lo que debería ser la entrada al monasterio hay una cueva o cripta,
donde quizás yacieron los restos del Santo, que actualmente utiliza
el ganado como refugio para guarecerse de las inclemencias del
tiempo.
Ciertamente, el paisaje tiene esa decadencia romántica que parece sacada de las “Leyendas
y Narraciones” de Gustavo Adolfo Bécquer, al pie de unos
farallones rocosos que conforman unos estratos verticales de
areniscas roljizas que chocan contra rocas calizas del Cretácico,
cuyas cuevas y repisas albergan una nutrida colonia de Buitres
leonados.
En la soleada ladera encontramos una singular comunidad florística, debido a la inusual
mezcla de especies, ya que conviven juntos Romeros, Aulagas, Tomillo,
Espliego, Coscoja, Encina,
Sabina mora, Espino negro (Rhamnus lycioides), Aladierno o
Carrasquilla (Rhamnus alaternus), Boj (Buxus sempervirens), Guillomo
(Amelanchier ovalis), Espirea (Spiraea hypericifolia ssp. obovata),
Quejigos (Quercus faginea, en la 7ª foto), Cornicabra (Pistacia
terebinthus) y Arce de Montpellier (Acer monspessulanum).
Con el abandono y el paso del tiempo, la flora y la fauna silvestre va recuperando el espacio
que le fue arrebatado hace siglos por el ser humano. Con la salvedad
de algunos aficionados al motocross que gustan de transitar por estas
escarpadas laderas produciendo cierta contaminación acústica y
atmosférica a su paso, puede decirse que la paz ha vuelto al valle.
Resuena en el sombrero: “Peace in the Valley
Once Again”.- The
Handsome
Family (Chicago (Illinois), 2001).
Todas las fotos by Mad Hatter, excepto la de San Prudencio.