Hace pocos meses, la tecnología astronómica (gracias a la NASA) nos sorprendía con la emisión de las imágenes de mayor resolución y más lejanas del espacio profundo, preciosas nebulosas de gases e innumerables estrellas formando remotas galaxias a años luz de la Tierra llegaron a nuestras retinas, por primera vez en la Historia de la Humanidad.
Curiosamente, estas imágenes del cosmos son lo primero que me ha venido a la mente, tras fotografiar, el pasado sábado, unos diminutos hongos ascomicetos de color amarillo ámbar (Cheilymenia granulata) que recubrían la superficie de una boñiga de vaca, en el suelo de un pinar, en la Sierra de Cebollera (La Rioja). Una imagen ancestral, que seguro que ya observaron los primeros homínidos que convivieron con bóvidos salvajes, hace cientos de miles de años, pero que, paradójicamente, se parece bastante a las imágenes de última generación procedentes del espacio profundo.
Una vez más, lo más alejado se parece demasiado a lo más cercano, lo más grande es similar a lo más pequeño, lo más sublime, grandilocuente y elevado se confunde con lo más humilde, bajo y rastrero.
Siempre se ha dicho que la estructura del átomo con un núcleo de protones y neutrones en el centro alrededor del cual giran los electrones, es muy similar al esquema de un sistema solar con planetas girando a su alrededor.
Resuena en el sombrero: “Under the Milky Way”.- The Church; (Australia, 1988).
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