Estos últimos años me han llegando varias noticias e ideas relacionadas con la longevidad, el envejecimiento y el paso del tiempo, que me han hecho reflexionar e incluso elucubrar sobre este tema tan metafísico.
Lo que más me llamó la atención fueron dos citas que escuché en la tele: Una que dijo Eduardo Punset de un eminente geriatra (no recuerdo su nombre) que venía a decir lo siguiente: "La mente del hombre no está programada para morir". Y otra de un famoso científico teórico inglés que dijo: "Estoy seguro que algunos de nuestros hijos y nietos alcanzarán los mil años de edad".
Es evidente que los avances de la medicina buscan el objetivo de prolongar al máximo la vida en las mejores condiciones posibles, el sueño de la inmortalidad siempre ha sido una utopía para el hombre. Sin embargo, real y sorprendentemente, sabemos muy poco sobre las causas y los procesos que intervienen en el envejecimiento.
Se sabe que el nivel de estrés, la ausencia de infecciones, ejercitar el cuerpo y la mete, los factores genéticos, la alimentación y la ausencia de tóxicos y contaminantes son factores importantes, pero el proceso físico-químico detallado de en qué consiste el envejecimiento sigue siendo un gran misterio. Parece ser que está relacionado con los pequeños errores que se producen en la replicación del ADN a medida que las células se reproducen una y otra vez, así como por la oxidación, la acumulación de radicales libres y de otras sustancias tóxicas producto de nuestro metabolismo y del ambiente en el que vivimos.
Al parecer, en células madre aisladas del cuerpo y conservadas en un cultivo nutritivo no se ha descubierto ningún motivo por el que no pudieran vivir eternamente.
Por otro lado, están los problemas que conllevan las desigualdades sociales y económicas existentes, ya que es evidente que no todos tenemos la misma capacidad de acceder a los últimos y más caros avances médicos y tecnológicos.
Las sociedades más desarrolladas parece que avanzamos hacia una vida cada vez más cómoda, sana y larga. La juventud y el período formativo de las personas cada vez se prolonga más, para adaptarse a una sociedad cada vez más compleja y competitiva. La gente tiene un menor número de hijos y cada vez a edades más avanzadas. Cada vez se da mayor importancia a la disponibilidad de tiempo libre para dedicarnos a aspectos lúdicos, deportivos, artísticos, culturales y espirituales. El resultado es un alargamiento progresivo y una duración más similar de los tres ciclos en los que se divide la vida de las personas: 1º) Niñez-juventud y formación; 2º) Madurez reproductora y laboral; 3º) Jubilación y vejez activas.
Recordemos que ya ha habido gente un tanto excéntrica y ciertamente optimista, como Walt Disney, cuyos cuerpos permanecen congelados, colgados cabeza a bajo en nitrógeno líquido, con la esperanza de que en el futuro puedan ser resucitados.
Emulando al genial Julio Verne, imagino la sociedad del futuro dividida en dos castas: Unos pocos privilegiados "Matusalenes" que llegarán a edades milenarias, que posiblemente ostentarán el poder económico y político, cuya selecta y reducida progenie de elegidos será cuidada y educada al más alto nivel, al objeto de continuar con esa elitista y casi perpetua estirpe. Por otro lado, la mayoría formará parte de la casta de trabajadores, con una longevidad normal, de forma que cascarán sin apenas sufrimiento, una vez alcanzada la fecha de caducidad programada en sus genes. Se reproducirán a un ritmo adecuado a las necesidades de la sociedad y del medio ambiente, tratando de evitar los problemas que conlleva la superpoblación y los desajustes con el mercado de trabajo y la seguridad social (pensiones).
De un modo semejante a las estrategias que tienen algunas plantas para perpetuarse en el tiempo. Por ejemplo, el Tejo (Taxus baccata) es una primitiva conífera que puede vivir más de 2.000 años debido a la dureza y flexibilidad de su madera, la toxicidad de su follaje que lo defiende de fitófagos y de la competencia de las plantas que crecen en su proximidad, la capacidad de emitir renuevos desde el interior del tronco hueco para funcionar como nuevas raíces, y la ayuda del hombre que ha venerado y protegido a este árbol por diversos motivos, como son:
Su gran longevidad y su toxicidad hizo que se considerase un árbol sagrado para los celtas, quienes llevaban una bolsita de cuero con corteza de Tejo colgada al cuello, para ingerirla y suicidarse en caso de que fuesen capturados por el enemigo.
Por ese motivo, los primeros emisarios del Cristianismo en Europa tenían la costumbre de construir las Ermitas e Iglesias al amparo de algún viejo Tejo, o bien plantaban uno en sus proximidades, con lo que conseguían los beneficios que les concedía un aura de respeto sagrado entre la población local.
Durante la Edad Media el Tejo estuvo protegido por la Corona Inglesa, debido a que con su madera se fabricaban los arcos de mayor alcance.
Actualmente, está protegido por los poderes públicos en muchos países por su interés ecológico, sociocultural, medicinal y paisajístico.
Dada la dificultad de germinación que presentan sus semillas y su lentísimo crecimiento, el Tejo presenta una tasa de renovación o de crecimiento poblacional bajísima.
Por el contrario, otras plantas más modestas, pero mucho más modernas evolutivamente hablando, como son las gramíneas, y dentro de ellas los cereales como por ejemplo el Trigo, son plantas que han optado por la estrategia opuesta, ya que viven poco tiempo, menos de un año, pero a cambio producen una gran cantidad de semillas para asegurar su reproducción. Además, en el caso del trigo y otros cereales, curiosamente también cuentan con la inestimable ayuda de un poderoso aliado como es el hombre, que se encarga de recoger la semilla, conservarla, reservar y preparar para este cultivo miles de hectáreas de terreno, después lo siembra, lo riega, lo abona y le libra de la competencia de herbívoros, malas hierbas, plagas y enfermedades, todo ello a cambio del abundante, bueno y barato alimento que proporciona el trigo. Por lo que cabría preguntarse: ¿Quién ha domesticado a quién?
En las fotos: Tejo de Anguiano, posiblemente se trate del árbol más viejo de La Rioja, con una edad que se calcula que puede superar los 1.500 años.