En el libro
“The Nature Principle” de Richard Louv (2012), se describen un montón de
experiencias y datos que demuestran el poder terapéutico de la Naturaleza, como
fuente de salud y de sabiduría, por lo que concluye que resulta imposible desarrollarnos
plenamente como seres humanos, felices, si vivimos desconectados del sistema
natural, si nos separamos de la Naturaleza en lugar de integrarnos en ella. Sin
embargo, el libro no acaba de llegar a sintetizar qué es lo esencial de este
llamado “principio natural”, quizás porque sea algo demasiado complejo y
demasiado sencillo, a la vez, para poder ser expresado con palabras, de manera precisa y en toda su
magnitud. No obstante, voy a intentar resumirlo, lo mejor que pueda:
En nuestra
sociedad, tendemos a identificar lo natural con aspectos físicos, tales como el
aire, el agua, el suelo, las plantas, los animales, el “medio ambiente”, pero
lo más trascendente de lo natural es su faceta espiritual. Dentro de la parte
nº 2 del libro, “Vitamina N”, en el capítulo 6 “The Deep Green High” (que podría
traducirse como “el subidón verde profundo”) y que subtitula “la verdadera manera
de mantenerse en forma es el asombro radical”, describe una serie de
experiencias extremas en la Naturaleza y la profunda e intensa conexión que
éstas implican. Cita una frase del teólogo judío, el Rabino Abraham Joshua
Heschel, que dice: “Nuestro objetivo debería ser vivir la vida con asombro,
mirar al mundo de forma que nada se dé por sentado. Todo es fenomenal, todo es
increíble, ser espiritual es estar constantemente asombrado”.
En ese
capítulo habla de la “extrema animación de la Naturaleza” que John Muir decía que resultaba contagiosa. Describe la experiencia de una californiana treintañera, Brook Shinsky, practicante de deportes extremos en el medio
natural, que es capaz de sentirse como un pájaro cuando surca los cielos,
embutida en su traje especial para volar sin motor, más bien para caer
planeando como una especie de gran ardilla voladora, esquivando picos,
farallones rocosos y copas de árboles, en su audaz, trepidante y veloz
trayecto. Preguntada la joven deportista si, al estar totalmente centrada en
tan arriesgada actividad, tiene tiempo para apreciar el mundo natural, ella
replicó: “De pequeña siempre me intrigaron las aves, ahora
sé cómo se sienten al volar y veo el mundo como lo ve un pájaro, en esos
momentos me siento verdaderamente presente y plenamente despierta”.
Lo más natural se aproxima a lo que muchas veces denominamos “salvaje”, en el sentido de inesperado e imprevisible, un término que implica ciertas dosis de aventura, de sorpresa y de misterio.
Si bien, más adelante, en la tercera parte del libro “Cerca es el nuevo lejos, saber quién
eres conociendo dónde estás”, en el capítulo 12 referido a “The Bond” (el
vínculo íntimo), como demostración de otro principio al que suelo recurrir
frecuentemente y que da nombre a esta sección -“los extremos se tocan”-, Louv
describe la experiencia de Ron Swaisgood, biólogo director del Departamento de
Ecología Animal Aplicada del Instituto de Conservación del Zoo de San Diego,
una persona que ha vivido todo tipo de experiencias intensas con animales en su
hábitat natural y que, de forma paradójicamente asombrosa incluso para él mismo,
ha descubierto el verdadero y profundo sentido de la Naturaleza gracias a su
hijo, “ahora que soy padre (dice), paso mucho tiempo mirando los bichos del
suelo, me muevo mucho más despacio, de manera que paso más tiempo en la Naturaleza”. Es decir, muchas veces somos unos meros espectadores, unos
observadores o estudiosos de la Naturaleza, pero no nos sentimos dentro de
ella, formando parte de ella.
Antes de leer este libro, achacaba la generalizada falta de interés, en nuestra sociedad
actual, por todo aquello que implique pensar y reflexionar, así como lo poco de moda que
está la filosofía, lo achacaba a las prisas y al ajetreo de la vida moderna, a la falta de
tiempo para pararse un momento a pensar, la superficialidad, el materialismo,
la inmediatez; pero ahora, después de haberlo leído, me pregunto ¿Y si una gran
parte de la gente hubiese perdido la capacidad de reflexionar o al menos de
disfrutar con ello? ¿Por qué a tanta gente le disgusta pensar, les parece una
pérdida de tiempo, les produce frustración y pesadumbre o, sencillamente, nunca
se les ocurre hacerlo? ¿Por qué formo parte de la minoría que disfruta
reflexionando y discutiendo sobre temas filosóficos? ¿Tendrá esto algo que ver con
el hecho de haber sentido y vivido experiencias de conexión con la Naturaleza?
¿Sentirnos conectados a la Naturaleza es un requisito imprescindible para
desarrollarnos plenamente como personas y para adquirir capacidades cognitivas,
vitales y espirituales?
La Naturaleza despierta y agudiza nuestros sentidos, aumenta nuestra capacidad de observación
y de atención, aumenta nuestra capacidad de enfocar los problemas desde un
punto de vista global o integral, por así decirlo, aumenta al mismo tiempo nuestra
capacidad de análisis y de síntesis, estructura nuestro cerebro para
reflexionar o razonar de manera serena, lúcida, eficaz y positiva, aumenta
nuestra capacidad de intuición, refuerza nuestra humildad y aumenta nuestro
sentimiento de interconexión con las demás personas y con todo el resto de los
demás seres vivos, e incluso con los no vivos, como son el aire, el agua, las
rocas y la tierra, nos impulsa a sentir una especie de profundo vértigo, una
comunión trascendente, una profunda sensación de que formamos parte de algo muy
superior a nosotros, de que formamos parte de un “Todo” que es mucho más que la
suma de las partes.
Volviendo a la segunda parte del libro “Vitamina N”, en el capítulo 5 “Renaturalizar la psyche, aplicar el principio natural a nuestra salud mental”, en la página 62, habla sobre el “Inconsciente ecológico”, “la noción de que en la Naturaleza todo está conectado de maneras
que no alcanzamos a comprender plenamente”, el “Over-Soul” (sobrespíritu) que
llamaba Ralph Waldo Emerson, en 1841, y que está muy relacionado con el concepto de
“Gaia”, acuñado en el siglo XX (la ilustración de arriba es un “mandala de
Gaia”), y que vendría a ser algo así como el espíritu global de la “Madre
Tierra” o el corazón común de todos los habitantes del planeta.
Otro aspecto a destacar del libro es que, pese a su subtítulo “Reconectando con la Naturaleza
en una Era Virtual”, no se trata del típico alegato pseudoecologista que
arremete contra todo lo que huela a progreso y tecnología, sino que valora en
gran medida las potentes herramientas que nos ofrecen las nuevas tecnologías (llega
a hablar de “Tecno-naturalistas” en la página 192, capítulo 15 “Las neuronas
naturales van a trabajar, el principio natural en los negocios”, de la parte 4ª
“Creando el Paraíso Cotidiano, diseño de alta tecnología/alta naturaleza donde
vivimos, trabajamos y jugamos”), unas herramientas que, utilizadas de forma adecuada y
con el propósito correcto, pueden y deberían servirnos para conectar con la
Naturaleza, de una forma mucho más profunda, como nunca antes ha sucedido en la Historia de
la Humanidad, en lugar de utilizarlas para evadirnos de la realidad, creando un
mundo paralelo virtual.
Cuando uno da un paseo por el medio natural, hay que ir caminando, avanzando un paso tras otro,
no hay posibilidad de apretar ningún botón que acelere el tiempo, al objeto de
abreviar nuestro trayecto, en un viaje que no es trivial sino que está lleno de significado, en el que
entramos en contacto real (vemos, olemos, tocamos, saboreamos y sentimos) con
el suelo, las plantas, los hongos y los animales. En la Naturaleza todo tiene un
propósito, un significado, una intención, y en la Naturaleza nada es estático,
todo cambia, todo evoluciona, todo es dinámico. Si hiciéramos el mismo trayecto un mes después,
encontraríamos cosas nuevas que siempre consiguen sorprendernos, pero no de una
forma inquietante o estresante, sino que nos proporcionan “solaz”, una palabra
que hacía mucho tiempo que no escuchaba.
En la Naturaleza no sobrevive el más rápido, ni el más fuerte, sino el que mejor se adapta a los
cambios y es más constante y persistente. La vida no es una prueba de fuerza, ni una carrera de velocidad, sino que se asemeja más a una “maratón”.
En definitiva, las palabras claves del libro podrían ser: “Naturaleza”, “conexión”, “solaz”, “propósito”, “restauración” y “adaptación”.
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XVIII,
XIX,
XX,
XXI,
XXII,
XXIII,
XXIV,
XXV y XXVI.
Resuena en el sombrero: “Into
My Hands”.- The Church (Camberra (Australia), 1984).