Gracias a un artículo en el suplemento dominical del periódico, he descubierto el Manuscrito Voynich, un documento que data de finales del siglo XV, procedente del Norte de Italia, pero que no está escrito en italiano, ni en latín, ni en ningún otro idioma conocido, sino en un extraño leguaje críptico indescifrable hasta la fecha, motivo por el que hay quien piensa que se trata de un fraude, una especie de broma que realizó algún fraile con demasiado tiempo libre.
En el año 1912, los jesuitas de Villa Mondragone, un colegio de la Compañía de Jesús cerca de Roma, estaban al borde de la ruina, por lo que no les quedó otra que vender su biblioteca.
Avisaron a un coleccionista, Wilfrid M. Voynich, de origen polaco, que les compró 30 manuscritos, entre los que se encuentra este.
Poco se sabe con certeza del mismo, un pergamino de 240 páginas. La Universidad de Arizona demostró mediante la prueba del carbono 14 que podía datarse entre 1.404 y 1.438. Su autor es anónimo. El emperador Rodolfo II de Bohemia está acreditado como el primer propietario conocido del manuscrito, por el que pagó 600 ducados de oro (unos 70.000 euros). Rodolfo II, sobrino de Felipe II, fue un monarca excéntrico aficionado a las ciencias ocultas. Coleccionaba juguetes mecánicos, autómatas, recetarios de magia y manuales de alquimia. El manuscrito lo heredó su farmacéutico, Jacobus Sinapius, favorito del emperador, al que presuntamente curó de una grave enfermedad con un elixir de su invención. La panacea tuvo una enorme demanda y Sinapius ganó una fortuna. Fue el primero que intentó descifrarlo.
En la larga lista de traductores frustrados sobresalen dos: uno es William Newbold, profesor de filosofía en Pensilvania, a principios del siglo XX, fue condecorado por descifrar mensajes de los espías alemanes durante la Primera Guerra Mundial. Dedicó los últimos años de su vida a examinar el manuscrito, hasta que perdió la noción de la realidad. Murió loco.
El otro es William Friedman, considerado el mejor criptógrafo de la era moderna y uno de los fundadores de la Agencia Nacional de Seguridad Estadounidense (NSA). Friedman descifró el “Código Púrpura” que protegía las comunicaciones navales japonesas, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no pudo con el manuscrito Voynich, aunque su hipótesis de trabajo se considera plausible. No se trataría de un idioma inventado, sino de una lengua probablemente europea “oscurecida” mediante un algoritmo que desplaza letras individuales.
Recientemente, un equipo de investigadores de la Universidad de Manchester (Reino Unido), dirigidos por el físico Marcelo Montemurro, analizaron la frecuencia de las palabras en el manuscrito y las compararon con textos de similar extensión en inglés, chino, latín, un lenguaje informático y fragmentos del código de ADN. Los textos analizados, entre ellos “Las confesiones de San Agustín” y “El origen de las especies” de Charles Darwin, tienen entre 500 y 700 palabras claves, mientras que el sistema de programación ronda las 300, y el genoma, las diez. El “voychinés”, como se conoce al presunto idioma del manuscrito, tiene 800. “Su estructura es compatible con la de una lengua humana”, afirma Montemurro.
Además, en el voychinés, la distribución de las letras y palabras es cualquier cosa menos aleatoria. Por ejemplo, cumple a rajatabla la Ley de Estoup-Zipf, que establece que en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en un texto extenso aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera y así sucesivamente. Lenguajes artificiales como los élficos de Tolkien o el “klingon” de “Star Trek”, no cumplen esta regla.
Con la potencia de los ordenadores actuales desentrañarlo debería ser coser y cantar. Pero no es así. Se han hecho pruebas con el hebreo; también con un cóctel políglota de lenguas orientales (chino, tibetano, vietnamita,…); con escritura esteganográfica (textos que carecen de significado en su mayor parte, pero que contienen la información oculta en detalles arbitrarios y discretos). Todo en vano.
El propósito del libro también intriga a los estudiosos. Teorías recientes lo relacionan con secretos de los gremios de artesanos de Milán que incluyen la elaboración de venenos y la producción de vidrio, cuya transmisión a potencias extranjeras estaba sujeta a la pena de muerte. Y hay incluso quien lo relaciona con conocimientos pioneros en la energía atómica. Pero llega un punto en que se mezcla la leyenda y los pocos datos fehacientes.
No es extraño que se hayan escrito unas treinta novelas sobre el manuscrito. Como escribe Reed Johnson, de la Universidad de Virginia: “Tanta gente ha dedicado tanto tiempo a intentar descifrarlo que si fuera un fraude sería trágico. Nos impulsa el afán de descubrir algún significado trascendente. Por lo menos, que no sea una lista de la compra o un catálogo de chistes verdes de los monjes del siglo XV”. No obstante, matiza: “Voynich estaba equivocado cuando dijo que descifrar el manuscrito lo haría más valioso. La resistencia del libro a ser leído es lo que o hace único. No importa lo interesante que sea lo que dice, será una decepción cuando deje de ser un misterio”.
Además del texto indescifrable, el manuscrito está magníficamente ilustrado con intrigantes y misteriosos dibujos que representan a damas bañándose en un laberíntico balneario o complicado spa repleto de tuberías serpenteantes y bañeras en las que se aplicaban extraños tratamientos de hidroterapia (2ª ilustración), así como plantas quiméricas con aspecto extraterrestre (1ª ilustración), sin bien, algunos estudiosos han creído identificar algunas especies botánicas realmente existentes en nuestro planeta.
Como gran y entusiasta aficionado que soy a la botánica, me pregunto por qué nos atraen tanto las plantas raras o escasas, supongo que será por un afán de búsqueda, para conocerlas antes de que, eventualmente, pudieran llegar
a extinguirse, y con ello tratar de evitar su desaparición, aumentando sus poblaciones para que no sean tan escasas, mediante su estudio, protección, reproducción y cultivo. Es posible que detrás de esta tarea se encuentre aquel primer
Adán, jardinero conservador y mejorador del
Jardín del Edén.
Con ese fin se crearon los bancos de semillas (germoplasma) como los de “
Seed Savers”, en USA, en
España tenemos el “
Proyecto Artemis” de la
Universidad Politécnica de Madrid (E. T. S. Ingenieros Agrónomos), si bien el más grande y ambicioso de todos ellos es el creado en una isla de
Noruega, la “
Bóveda Global de Semillas de Svalbard”, que atesora bajo la dura roca 30.000 copias de semillas procedentes de todo el mundo.
Incluso ha habido investigadores que han hecho experimentos sobre la sensibilidad de las plantas, como los que realizó el técnico en detección de mentiras de la CIA
Cleve Backster (3ª foto), en 1966, quien comenzó jugando a conectar el polígrafo a una planta ornamental de la oficina para pasar el rato, y terminó por descubrir que las plantas también tienen algún tipo de sentimientos.
En mi caso, tengo una lista de plantas raras para buscar en
La Rioja, una de ellas, la bella
Daphne laureola, fue objeto de una reciente entrada, otra es la
Lonicera pyrenaica. Antes de ayer un compañero me pasó la última foto que veis arriba, la cual, aunque no es de muy buena calidad y no tiene flores, podría tratarse del escaso arbusto, SI ALGUIEN PUDIERA CONFIRMÁRMELO SE LO AGRADECERÍA. No obstante, le seguiré la pista, para ver si soy capaz de encontrarla en el campo la primavera que viene,… y cuando la encuentre ¿Qué?
Como decía Reed Johnson, quizá lo que más nos atraiga en realidad sea el puro misterio, de manera que en el momento en que éste sea desvelado, se terminará el encanto y la atracción.