Logroño no es una ciudad demasiado rockera que digamos, sin embargo este fin de año, durante dos días consecutivos (26 y 27 de diciembre de 2013), se ha producido una extraordinaria coincidencia de eventos y talentos contrapuestos:
La noche siguiente, desde Oriente (ya que venía de tocar en Zaragoza, supongo que, a la altura de Alfaro, sería todo un trago para Ana volver a pasar por el fatídico punto kilométrico en el que dejó la vida Eduardo Benavente hace 30 años), llegó su majestad Ana Curra (Alaska y los Pegamoides, Parálisis Permanente y Seres Vacíos) acompañada de otras no menos legendarias figuras del afterpunk madrileño, como son: Manolo UVI (al bajo), José Battaglio (ex-La Frontera y Seres Vacíos, a la guitarra rítmica) y César Scappa (ex-Escaparate y pareja actual de Ana, a la guitarra solista); quienes nos deleitaron con su fabuloso espectáculo de “El Acto”, en el que no sólo recrean canciones de Parálisis, sino que introducen alguna que otra sorpresa como “Misa Negra” de Desechables y “Adiós Reina Mía” de Eskorbuto. A mitad de concierto, también contaron con la colaboración estelar de Rafa Balmaseda (bajista original de Parálisis), que vino de la cercana Donosti para subirse al escenario a tocar con ellos y sumarse a tamaña conjunción de astros (4ª foto).
Es muy probable que mi hermano y yo fuésemos las únicas personas que asistimos a ambos conciertos, lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta las evidentes diferencias generacionales y de estilo entre Arizona Baby y Ana Curra, así como la coincidencia de que fuesen dos días seguidos, ya que, en estos tiempos, la mayoría de los bolsillos no están para tantas alegrías.
Javier Vielba alzaba con frecuencia los brazos al cielo, cual rústico Jesucristo Superestar, con aires campestres y neohippies de la fría meseta castellana.
Mientras que Ana Curra apareció en el escenario envuelta entre la niebla, luciendo una máscara como la de Hannibal Lecter en “El Silencio de los Corderos”, mientras sonaba de fondo el Réquiem de Mozart y truenos de tormenta, encarnando a la perfecta sierva de Lucifer, ataviada con una blusa negra de malla gruesa, medias artísticamente rasgadas y botas de cuero negro. Se agachaba con frecuencia para colocar el pedal del teclado, llegando a gatear por debajo de éste y a tumbarse en el suelo. Hablando de lo mal que está la situación, también comentó que “nosotros siempre sobreviviremos porque somos como las cucarachas”. Sin embargo, a pesar de todo, su actitud no pudo ser menos rastrera, danzando magistral y extraordinariamente sobre el escenario con la ligereza, gracia, soltura y energía de una cría de 18 años, obviando la pila de tiempo que lleva pisando las tablas con gran maestría (y eso se nota).
Ana fue una de mis musas fundamentales durante los años de la movida, quizás esa coincidencia generacional sea la causa de que me sienta más apegado emocionalmente a Ana Curra y sus huestes que a los Arizona Baby, a pesar de que, actualmente, mis gustos musicales estén más próximos a los de éstos últimos.
Otras mágicas y curiosas coincidencias fueron que ese día 27 cumple años César Scappa, pisando firme el escenario (segunda foto), con sus botas y su serena actitud rockera, como contrapeso a la desbordante energía de Ana, colocado a su derecha, pude ver como le temblaba la mano después de tocar con gran potencia y coraje el “Sangre”. También fue César el encargado de cantar (para descanso de Ana) un tema que Parálisis Permanente heredó de los Escaparates que reza: “Esto no es nada divertido,… una vez y otra vez más siempre vuelves con lo mismo… ¿Y qué es ese polvo blanco que echas en mi comida? Sé que no soy la primera que liquidas con estricnina!”.
La otra coincidencia (nada feliz en este caso) fue que hacía dos días de la muerte de Germán Coppini (Siniestro Total, Golpes Bajos) a quien Manolo UVI le dedicó la canción titulada “Jugando a las cartas en el cementerio”.
Por su parte, Ana, por encargo de una amiga, le dedicó el “Quiero ser Santa” al Ministro Gallardón, con su reforma de la Ley del aborto, para que se entere de una vez por todas de que “ahí dentro no entra ni Dios”.
Lo cierto es que Ana realizó un impresionante despliegue de fuerza y energía, yo diría que incluso mucho más que en los 80, cuando era Eduardo quien cantaba de forma no menos intensa, pero con una cierta contención y frialdad, fruto de una dura pugna interior entre arrogancia rockera y timidez adolescente. Mientras que Ana nos deslumbraba con su hierática belleza de diosa egipcia del afterpunk, atrincherada tras su teclado, nos acribillaba con las ráfagas de su demoledora mirada, cada vez que levantaba la vista por encima de las teclas.
Lo que más me sorprende de Ana es su increíble capacidad para pasar de ser una furibunda sacerdotisa del diablo y transformarse en una dulce y pizpireta colegiala dando alegres saltitos, en cuestión de segundos.
Al final, hicieron un magnífico bis que comenzó con una muestra del gran dominio del piano que tiene Ana (profesora en el Conservatorio), interpretando una pieza de Chopin que enlazó con “Adictos a la lujuria”, “Autosuficiencia” y “Un día en Texas” a modo de apoteosis final.
Me emocionó especialmente su versión del “Héroes” de David Bowie, así como el beso y el abrazo que nos dimos para la histórica fotografía que nos tomó mi hermano, tras el concierto ¡Muchas gracias!
Al hacernos la foto le comenté mi sorpresa por la forma en la que se mueve sobre el escenario, con la energía de una cría de 18 años, a lo que Ana me respondió: “Debe ser por algún pacto con el Diablo, porque no quiero nada con Dios”.
Resulta curiosa esta influencia de la religión en el rock (no en vano nuestra cultura occidental tiene unas claras, profundas e inevitables raíces cristianas), por un lado los Arizona Baby, con su mesiánica verdad y nada más que la verdad. La entrada del concierto estaba ilustrada con una mano sobre una Biblia. Y en el lado opuesto la imagen satánica de Ana Curra y sus esbirros celebrando una auténtica “Misa Negra Punk”, en su ritual del “El Acto”, que llevan casi dos años mostrando por los escenarios de España y México.
Pero yo me pregunto ¿Existe algún nexo de unión entre ambos extremos? –Además del hecho de que mi hermano y un servidor acudiésemos a ambos conciertos, y de la mención de dos Estados del Sur de EEUU (Arizona y Texas), los Arizona Baby son socios de los Coronas, junto a quienes conforman los “Corizonas”, en los que toca Fernando Pardo, miembro fundador de los “Sex Museum” quienes en directo a veces hacen una versión del “Unidos” de Parálisis Permanente, con lo que el círculo se cierra, el afterpunk de la movida se une al neofolk psicodélico actual, pasando por el garaje del revival sesentero de la postmovida. A fin de cuentas, y más en los difíciles tiempos que corren, la gran familia del rock debe permanecer unida.
Resuena en el sombrero: “Unidos”.- Parálisis Permanente (Madrid, 1982).
Fotos by Mad Hatter.