En los libros de Historia, se dice que el Antiguo Régimen, basado en una sociedad estamental, terminó en el siglo XV, con el fin del sistema feudal de la Edad Media, dando paso a la denominada Edad Moderna, si bien no fue hasta el siglo XVIII, con la Revolución Francesa, cuando se dio por terminado el rígido orden jerárquico que, básicamente, dividía la sociedad en dos grupos: los privilegiados y los no privilegiados. Comenzó entonces la llamada Edad Contemporánea.
Sin embargo, una cultura o
mentalidad tan prolongada en el tiempo (no olvidemos que la primera dinastía
egipcia data del año 3.150 a. d. C.) ha dejado una impronta cuasigenética en
nuestra especie, de manera que es muy probable que sea en este momento
histórico del siglo XXI cuando estemos empezando a abandonar las creencias,
esquemas y clichés propios del feudalismo, para sustituirlos por unos
principios realmente modernos, más justos e igualitarios.
Cuando el ser humano dejó de
vivir de una manera nómada, nació el concepto de propiedad privada, la comunidad pasó a un segundo
plano, la vida comenzó a regirse por el control del acceso a las mejores
tierras de cultivo, al agua, a los mejores pastos. La defensa de un territorio,
frente a los enemigos que podrían arrebatárnoslo, era de vital importancia, por
lo que enseguida surgió una clase guerrera dirigida por un líder supremo que se
erigió como el defensor del pueblo y el representante de Dios en la tierra. Así
nacieron los estamentos sociales que han perdurado desde entonces durante los
siguientes 5.000 años.
Actualmente, no tenemos
estamentos, ya que fueron sustituidos por el concepto de clase social, sin
embargo, en lo fundamental, el esquema psicológico-emocional que propició el
Antiguo Régimen sigue siendo el mismo. Ahora los nobles no se dedican a
guerrear, manteniendo ejércitos y castillos, pactando alianzas con otros nobles
y concediendo vasallaje a un determinado rey, pero sigue habiendo altivos
prebostes que controlan importantes sectores de la economía y la política,
estableciendo acuerdos más o menos soterrados o secretos, intercambiando
favores, trasvasando fondos, creando redes clientelares y entramados empresariales,
que los convierten en una casta de un nivel superior a la mayoría del resto de
los mortales asalariados.
Afortunadamente, parece que algo
está empezando a cambiar, debido fundamentalmente a la enorme rapidez y
libertad de comunicación propiciada por el desarrollo de las nuevas
tecnologías, internet y las redes sociales. Asistimos atónitos, en tiempo real,
como la clase dirigente es capaz de caer en insólitos errores de bulto,
mentir en público con el mayor descaro, tratar
de colar burdas excusas y justificaciones, con el único objetivo de mantener
unos privilegios que difícilmente se sostienen en una mínima argumentación
lógica y en ningún principio ético aceptable.
Así mismo, las más altas
jerarquías eclesiásticas, el secular clero, el Papa se está atreviendo a
criticar los comportamientos antiéticos y los abusos cometidos por el poder, y
lo que es aún más importante, los
líderes de cualquier tipo y condición
están empezando a dejar de ser necesarios, ya que las ideas y las líneas de
actuación son construidas y transmitidas por un gran número de personas que,
además, asumen un cierto grado de responsabilidad para ponerlas en práctica en
sus respectivos ámbitos de actuación, sin que ningún líder, tutor o mentor
tenga que velar por la corrección y la ortodoxia de los principios, ni
controlar actuaciones ni las lealtades que conllevan los personalismos. Es suficiente
con que se demuestre en todo momento una coherencia lógica y ética con una
serie de principios fundamentales conocidos por todos, basados en la participación, el bien común, el sentido común y la inteligencia emocional.
El desarrollo de este tipo de
inteligencia, la llamada “inteligencia emocional”, es un factor fundamental en
el abandono definitivo de la sociedad estamental, ya que supone un paso muy
importante en la evolución de la psique humana, mediante el control de las
emociones y el reconocimiento del “ego”, tanto a nivel individual como colectivo, de forma que los aspectos diferenciadores y de autoafirmación de nosotros mismos o de nuestro grupo, frente a los demás u otros grupos, dejan de ser un objetivo prioritario en
nuestras vidas, asumiendo el convencimiento de que no importa lo que tengamos o
poseamos, lo verdaderamente es lo que somos. No existe ningún ser igual a otro,
todos y cada uno somos diferentes, es un hecho que no hace falta demostrar,
pero todos formamos parte de un mismo sistema, del mismo “todo” trascendente, lo mismo que no existen dos llamas iguales dentro del mismo fuego, ni tampoco existen dos copos de nieve idénticos en toda la Tierra.
Como decía, el otro factor fundamental en el despertar de una nueva “Era Comunitaria” o del bien común, es el desarrollo de unas tecnologías y sistemas de telecomunicación colectiva en red que permiten potenciar una auténtica “inteligencia colectiva” basada en la igualdad.
A mucha gente, todas estas ideas
le sonarán a sueños utópicos, a cuentos de hadas alejados de la cruda realidad
del día a día, pero, además de los proyectos de investigación que se están
llevando a cabo y que resumí en la entrada sobre “inteligencia colectiva”, hace
pocos días ha sido nombrada en Taiwán una nueva y joven Ministra Digital sin
cartera, llamada Audrey Tang (3ª foto), que se autodefine como una “anarquista conservadora” y que piensa y dice cosas como estas:
“Programar es una síntesis entre
matemáticas y lingüística. Pero, lo que es aún más importante, te ofrece la
oportunidad de sumergirte en las comunidades de cultura libre, que incentivan
la espontaneidad, la interacción interpersonal y persiguen el bien común.
El objetivo es resolver problemas
e impulsar los sectores científicos y tecnológicos reforzando el diálogo y la
cooperación entre lo público y lo privado”.
Esta línea de pensamiento supone un cambio de paradigma que ofrece alternativas reales al pensamiento único neoliberal, toda vez que la socialdemocracia parece haberse diluido por completo en el sistema capitalista imperante.
Celebrando que hoy hubiese cumplido 80 años el gran Buddy Holly y esta tarea del cambio es una labor de constancia día a día, hoy resuena
en el sombrero esta preciosa canción: “Everyday”.- Buddy Holly (Texas; 1958).