Un jardín o un campo de maíz existen porque hay alguien que los cuida, alguien que se ocupa de ellos y, por lo tanto, es lógico que haya personas que se dediquen a estudiar cuáles son las mejores formas y técnicas para hacer o cultivar jardines, huertos y cosechas. Por el contrario, los bosques, los montes cubiertos de vegetación silvestre, lo
forestal, lo "
salvaje", lo "inculto", lo "improductivo", la "maleza", siempre han estado ahí, con independencia de que existan los seres humanos o no ¿Por qué entonces hay técnicos que se dedican al estudio y al manejo de lo silvestre, de lo natural y de lo forestal? A fin de cuentas, es el mismo
Dios el que se ocupa de todas sus criaturas y del funcionamiento de la Naturaleza, es el que hace crecer los árboles y el que da la vida.
Después de mi anterior entrada, "
Zeitgeist", en la que se critica el papel que han jugado y juegan las religiones en el sistema de poderes que rige el mundo, quiero resaltar el hecho de que el concepto de
Dios es algo que, aunque indudablemente está ligado a las religiones, no es exclusivo de ellas, ya que es un concepto mucho más amplio, abstracto e intangible.
Dios es un concepto que el ser humano ha necesitado idear para dar una base en la que sustentar nuestra idea del mundo, nuestros pensamientos, nuestras culturas, nuestras filosofías, nuestros conocimientos, nuestras ciencias y nuestras técnicas.
La ciencia consiste, básicamente, en demostrar de una forma lógica, empírica y repetible, ciertas teorías, a partir de unas hipótesis básicas, de unos hechos o axiomas indemostrables, a los que se les suele denominar "evidencias". Como es, por ejemplo, el hecho evidente de que la luz y la materia existen. Son evidencias que no tienen ni principio ni fin o, al menos, éstos no se plantean. Y eso de que puedan existir cosas que no tengan ni principio ni fin es algo que, sencillamente, nuestro cerebro no es capaz de asimilar, por eso, casi desde que el hombre es hombre, éste tuvo que acuñar el concepto de Dios, para poder explicar lo inexplicable, aquello que nuestra mente no es capaz de alcanzar.
Por eso, en mi opinión, para cualquier científico su Dios es la hipótesis de partida indemostrable más básica que existe, o, si lo preferimos, ese conjunto de "evidencias" en los que se sustenta la ciencia.
Del mismo modo que la ciencia forestal surgió para sacar "provecho" de los bosques y la vida silvestre, las religiones surgieron para dar una explicación y un sentido "provechoso" a la idea de Dios o del "Plan Divino".
El problema no es la ciencia forestal ni las religiones en sí mismas, sino lo que cada cual entiende por "provecho", quiénes van a ser los beneficiarios directos de dicho "aprovechamiento", quiénes se van a encargar de su manejo, reparto y distribución, cómo, cuánto y de qué manera se va a organizar ese "Plan" o "Sistema Divino".
La idea de Dios es inherente al ser humano, pero no así los "detalles", las religiones o las diferentes teorías ideadas para explicar su existencia, sus supuestas intenciones, o "lo que Dios quiere de nosotros", que en demasiadas ocasiones han servido para dividir a la humanidad, originar guerras, manipular comportamientos, obtener poder y sacar provecho. Es algo inevitable en cualquier organización humana, porque el poder siempre corrompe.
Dios "ama" a todas las criaturas y a todas las cosas creadas por él, porque forman parte de él mismo, pero Dios no interviene de manera directa en sus vidas ni en sus destinos. Los conceptos humanos de "cariño", "preferencia" o "debilidad" no deberían ser aplicables a algo tan amplio, abstracto y superior. Por eso resulta extremadamente peligroso que un pueblo concreto se erija como el "elegido" o "preferido" de Dios.
El cristianismo, para acercar la idea de Dios al ser humano y hacer de él una figura más familiar y bondadosa, le llama Padre, y ha llegado incluso a encarnarse en el mismo hombre, mediante Dios Hijo o Jesucristo, lo cual ha contribuido quizás a tener una visión del mundo excesivamente "antropocéntrica", si bien hay que recordar que la Iglesia ha subido a los altares a personajes tan sumamente ecologistas como San Francisco de Asís.
Podríamos, incluso, comparar la idea de Dios con el sistema capitalista, del que nadie duda de su existencia, aunque el sistema no se encarne en ninguna persona, institución, ni cosa concreta, ni siquiera en el dinero. Realmente, todos formamos parte de él. El dinero, el capital, las empresas, los empresarios y los trabajadores son elementos necesarios para que funcione el sistema, pero las condiciones particulares de cada individuo, si sufren, si lo pasan mal, si quiebran, si son sustituidos por otros, eso le importa un pimiento al sistema. A fin de cuentas, el sufrimiento, la pobreza y la desaparición de empresas forman parte del sistema, al igual que sucede con el éxito, la riqueza, el placer y la gloria. El sistema capitalista también tiene su cielo y su infierno, porque el uno no puede existir sin el otro.
Lo único verdaderamente importante es la persistencia, la continuidad y el funcionamiento del sistema. Los elementos, aunque necesarios, son pasajeros, perecederos, cambiantes e irrelevantes.