miércoles, septiembre 17, 2014

LOS EXTREMOS SE TOCAN XXVI: LA PARADOJA DEL ROJO ESPAÑOL




Un imponente rojo corporativo trataba de contrarrestar la sobriedad y frialdad de la solemne ceremonia. Las rayas diplomáticas enmarcadas en blanco, negro y rojo se plegaban conformando geometrías que en ocasiones recordaban una esvástica y en otras una hoz y un martillo. El gran despliegue tecnológico nos sumergía en el ambiente de alguna novela futurista del tipo de “Un mundo feliz” o “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, pero el omnipresente logo en forma de antorcha imperial, nos traía de nuevo a la realidad, asistíamos a la coronación de la nueva emperatriz de las finanzas, cuando aún no se había enfriado el cadáver de su padre. Un ilustre cántabro que el destino quiso que se fuera acompañado de otro gran peso pesado de la economía española, nacido en el vecino Principado de Asturias, Isidoro Álvarez, Presidente de “El Corte Inglés”.
Se dice que la muerte iguala a los hombres, pero lo cierto es que el enriquecimiento amasado durante toda una vida, raramente es individual sino que es heredado por los hijos o la familia (genes) que deja en este mundo.
En este caso, la heredera del Imperio Botín se asomaba, con una inescrutable y serena mirada de halcón, a una de esas grandes pantallas de plasma que la casta de los intocables utiliza para dirigirse a la plebe, con el doble objetivo de impresionar y no exponerse al riesgo de contaminación que suponen sus preguntas, ideas o el simple contacto.
En una de las entrevistas que han recordado estos días, el propio Emilio Botín reconocía que, realmente, el trabajo de banquero es más sencillo de lo que parece y, leyendo entre líneas, en el fondo traslucía la filosofía en la que está basado el enriquecimiento de la banca: “El que reparte se queda con la mejor parte”.
Resulta curioso este paralelismo estético entre el rojo del comité del partido comunista de China o de la extinta Unión Soviética y el rojo del consejo de administración del Banco de Santander. Especialmente ahora, cuando, tras décadas de alternancia bipartidista, la socialdemocracia ha demostrado una perfecta acomodación al capitalismo dominado por el poder financiero, mientras que la verdadera “izquierda” se ha dado cuenta que, si alguna vez quiere gobernar este país, debe ser capaz de renunciar a parte de su carga ideológica y cambiar de paradigma, abriéndose a la participación ciudadana.
Da la impresión de que, mediante el uso de la imagen, se trata de contrarrestar las rémoras históricas, aparentando lo que no se es, de manera que el mundo financiero no pone reparos en exhibir una sobria, aunque apabullante, estética de inspiración bolchevique; mientras que los “rojos” renuevan su aspecto con un cierto aire fresco y juvenil de sensata intelectualidad.
Pero dejémonos de gaitas, uno se mete en política por dos motivos fundamentales:
1º) Mejorar la sociedad en base a unos ideales.
2º) Satisfacer la legítima y lógica necesidad de crecimiento personal, de manera que tu opinión es tenida en cuenta para hacer política, porque, además, si no, otros la harán por ti.
En este caso, el orden de los factores es primordial, ya que el punto segundo puede transformarse en una desmedida ambición de poder, y el “crecimiento personal” es entendido por algunos como “enriquecimiento” a toda costa, de manera que hay políticos que invierten el orden y adaptan sus ideales en beneficio propio, es decir, lo importante es mantenerse en el poder, “manejar el cotarro” para que “los míos” (mi familia, mi clan) se coman un pastel cada vez más grande, lo cual repercute en beneficio de toda la sociedad, que vive de las migajas (también cada vez más grandes) que se caen de la mesa de un infinito festín.
Hay personas que no toleran la incertidumbre, necesitan manejarlo todo, tenerlo todo garantizado, asegurado y controlado. Se plantean la vida como una feroz competición, en la que el fuerte se come al débil. Su mundo es bipolar y maniqueo, sólo hay dos opciones: o estás arriba o estás abajo, o pisas o eres pisoteado, ganas o pierdes, eres de los buenos o de los malos.
Pero el mundo real no funciona así, los recursos son finitos, y siempre han existido, existen y existirán numerosos imponderables que no podemos controlar ni, en muchos casos, siquiera prever. Vivimos en un mundo cambiante en el que no sobreviven los más fuertes sino los que mejor y más rápido se adaptan a los cambios, y eso es algo que el ser humano ha logrado principalmente por su capacidad de cooperación con sus semejantes, inteligencia, lenguaje, comunicación, todo ello al servicio de vivir en comunidad para superar con éxito los problemas.
Por eso, cuando uno tiene claro cuáles son los objetivos y las prioridades, no debería importar quién lleva la iniciativa, quién está al frente o quién realiza cada labor, lo importante es trabajar en un equipo lo más grande, coordinado y cohesionado que sea posible para alcanzar esos objetivos.
Ahora mismo estamos viviendo un momento histórico crucial, una oportunidad única que debemos aprovechar para realizar los cambios socioeconómicos que determinen el futuro desarrollo sostenible de la humanidad.
En cualquier caso, los personalismos y el excesivo ensalzamiento de líderes carismáticos nunca son buenos.
Resuena en el sombrero: “Mal español”.- Love of Lesbian (Barcelona, 2014).
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