Todos nos hemos referido alguna vez a los “misterios de la informática”, ciertamente, los avances tecnológicos no han conseguido desterrar de nuestro vocabulario palabras como “misterio”, “fé”, “espiritualidad” o “romanticismo”. Y es que, en algunos aspectos, existen bastantes similitudes entre lo “virtual” y lo “espiritual”.
Un ejemplo de esto se traduce en el gran éxito que está teniendo el programa de TV “Cuarto Milenio”, a uno de cuyos episodios acudió como invitado el famoso psicólogo y escritor Rafael Santandreu, quien se declaró escéptico en materia paranormal, si bien, tras vivir en primera persona la experiencia que contó, dijo que está abierto a otras posibles interpretaciones de fenómenos reales para los que la ciencia aún no ha encontrado una explicación lógica. La experiencia en cuestión fue esta (programa de 14/10/2018):
“Una mañana acudió a mi despacho un chico de unos 25 años de edad para pedirme un favor, resulta que su abuela de 90 años estaba enferma de cáncer, en fase terminal, y, aunque llevaba su dolencia con gran serenidad y dignidad, me contó que, como ella era muy fan de mis libros, le haría mucha ilusión venir un día para que le firmase mi último libro y charlar un rato, si fuese posible, además, sería una buena excusa para sacarla de casa y que anduviera un poco. Por supuesto que le dije que estaría encantado de conocer a su abuela, más aún residiendo en la misma ciudad de Barcelona, así que le di mi número de teléfono y quedamos en que me llamaría cuando estuviesen dispuestos a venir.
A la semana siguiente, recibí una llamada del chico para decirme que, si no tenía inconveniente, iba con su abuela al despacho. “Estupendo”, le dije, “aquí os espero”. Cuando llegaron, vi a una mujer anciana y de aspecto frágil, pero me sorprendió la enorme serenidad e incluso alegría con la que asumía su enfermedad. Le firmé el libro, charlamos un buen rato y al despedirnos les dije que me había encantado hablar con ellos, que volviesen cuando quisieran para tomarnos un café. Me apeteció guardar un recuerdo de aquella visita tan entrañable, así que saqué el móvil y nos hicimos un “selfie”, antes de que se fueran.
Al mes siguiente, el chico me volvió a llamar para decirme que, desgraciada pero previsiblemente, su abuela había fallecido aquella noche, mientras dormía, sin ningún dolor, ni sufrimiento.
Al año siguiente, publiqué un nuevo libro y acudí a varias cadenas de radio y otros medios de comunicación de diversas ciudades españolas, para realizar la correspondiente presentación. En una emisora de radio de Vitoria, la locutora me dijo lo siguiente: “Puedo estar de acuerdo en que todo depende de la forma en la que percibimos las cosas y en cómo nos las tomamos, pero de ahí a ser capaces de sentir alegría ante la enfermedad ¡Eso no creo que sea posible!”. Para contestarle, me acordé de la abuela de aquel chico de 25 años, en Barcelona, y le expliqué la serenidad e incluso la alegría que había visto en la mirada y en la actitud de aquella mujer, siendo plenamente consciente de su enfermedad y aceptando la próxima llegada de la muerte.
Tras la entrevista en la radio, regresé a la habitación del hotel en el que me alojaba, dejé el móvil sobre la mesilla y me estiré un rato en la cama. Entonces me acordé que estaba esperando un mensaje de la secretaria de mi consulta, así que cogí el móvil, marqué el código de desbloqueo y al ver la fotografía de fondo que apareció en la pantalla me pegué tal susto que se me cayó el móvil al suelo, ya que esa foto era la de la mujer fallecida de cáncer de la que había estado hablando en la radio. Era prácticamente imposible que, estando en mi bolsillo, el teléfono se hubiese desbloqueado, aleatoriamente se hubiese abierto la edición de pantalla y se hubiese seleccionado por azar precisamente esa fotografía entre los centenares de ellas que guardaba en el móvil. No encuentro ninguna explicación racional para ese hecho, pero lo que es indudable es que allí estaba esa foto de fondo de pantalla”.
Las nuevas tecnologías, sobre todo las redes sociales, están posibilitando una nueva forma de relacionarnos, sobre todo cuando contactamos con personas a las que no conocemos “en carne y hueso”. Las relaciones virtuales tienden a favorecer cierta idealización, ya que todo el mundo mostramos sólo aquello en lo que destacamos, nuestras virtudes o talentos de los que nos sentimos más orgullosos, mientras que tendemos a esconder nuestros defectos, nuestros fallos y aquellas facetas que consideramos más oscura o vergonzantes.
Curiosa y paradójicamente, en este ámbito virtual de las emociones afloran reminiscencias de nuestro poso cultural judeocristiano, que apenas ha cambiado desde la Edad Media. De forma que las redes sociales se llenan de “demonios”, “dragones”, “juegos de tronos”, “ángeles de la guarda”, “Quijotes”, “Sancho Panzas” y hasta “Dulcineas del Toboso”. Al igual de lo que sucedía con los personajes ideados por Don Miguel de Cervantes, inspirándose en los antiguos “Libros de Caballerías”, el idealismo y el romanticismo más puros se mezclan, a partes iguales, con evidentes dosis de humor, ironía y crueldad, rozando en ocasiones lo ridículo, la vergüenza ajena y hasta lo escatológico.
Ante todo esto, surgen una serie de preguntas: ¿Se puede echar de menos a una persona a la que únicamente conocemos de manera virtual? ¿Están preparadas nuestras mentes y nuestros cuerpos para estas nuevas formas de comunicación? ¿Es sano y positivo o peligroso y negativo?
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