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Como contrapartida a aquellas superficiales y disolutas “Girls on Film”, muy de carne y hueso, con las que terminamos el capítuo anterior, un moderno equipo de ingenieros de sonido y magos de la electrónica nos trajeron un concepto mucho más profundo, oscuro y cuasi-filosófico de las modelos, con aquella imperecedera “The Model” de los alemanes Kraftwerk, de la que, el pasado año, osaron interpretar una versión acústica los impagables Arizona Baby.
En capítulos anteriores, ya hemos
mencionado la gran importancia que los avances tecnológicos han
supuesto en la historia de la música popular, pero en esta etapa,
con el surgimento del tecno-pop, las máquinas (sintetizadores,
procesadores, cajas de ritmos, etc.) parecen haber tomado las
riendas, y reflejan el gran desarrollo cuasiexponencial que estaba
empezando a experimentar la informática y la robótica en todo el
mundo. También se pusieron de moda entonces las versiones extensas
de maxisingles creadas especialmente para la pista de baile. Uno de
los mejores ejemplos que se me ocurre, con montaje basado en la
“Guerra de las Galaxias” (otro hito cinematográfico del
momomento) es este “The
Things That Dreams Are Made Of” de los ingleses The Human League,
cuyo nombre parece reivindicar la preponderancia de los seres humanos
(de carne y hueso) sobre el imperio de las máquinas... todavía.
También pusieron su granito de arena
en esta loable misión de enfatizar las facetas humanas (y por lo
tanto imperfectas) sobre las frías máquinas, el dúo británcio
Soft Cell, con aquella impagable versión del
“Tainted Love”, con
un aire de cabaret electrónico y tecnificado pero, al mismo tiempo,
muy humano.
La tecnificación tampoco supuso
olvidar las influencias del pasado como los Beatles, en el primer
capítulo ya dijimos que se les puede considerar unos auténticos
“clásicos”, como lo demuestra esta magnífica versión del
“All You Need Is Love”
de mis queridos
New Musik (con la portada de su LP "Warp" en la 2ª foto).
Pero el acontecimiento que supuso una
auténtica revolución en mi casa, fue cuando traje aquel disco con
un cisne rosa envuelto en celofán, el “Speak & Spell”, el
primer álbum de unos jovencitos británicos trajeados llamado
Depeche
Mode. Sobre todo a mi hermano pequeño (que debió de pensar “vaya,
menos mal! parece que por fin este trae algo de música decente a
casa y no los macarras a los que nos tiene acostumbrados”),
ciertamente parece que aquel grupo le abrió los oidos, le causó una
gran impresión y terminó haciéndose bastante adicto, nunca tenía
suficiente de aquel ritmo en bucle perfecto a base de sólo tres
notas del “Just Can't
Get Enough”.
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