En aquella
entrada de hace 6 años, “el poder del amor”, inspirada por la noticia de una leona que cuidó durante unos días de una cría
de antílope, puso en evidencia el enorme poder del instinto maternal, el amor
de las madres es tan grande que supera las barreras de la sangre, extendiéndose
hacía crías que no son las suyas, e incluso a especies diferentes a la suya.
No en vano, en
la inmensa mayoría de las culturas y religiones, la Tierra es representada como
una figura maternal, la “Madre Tierra”, una de cuyas manifestaciones ha sido la reciente festividad de la Virgen de Agosto, ayer día 15.
El profeta
Isaías escribió: “El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el
cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño
los guiará. La vaca y la osa pacerán, el león, como el buey, comerá paja. El
niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra y el niño destetado extenderá
su mano sobre la guarida de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi
santo monte, porque la Tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las
aguas cubren el mar”.
Estas palabras
reflejan el anhelo por una verdadera paz, justicia y equidad, pueden sonarnos
utópicas e irreales, pero en el fondo encierran una gran verdad ¿Qué nos impide
avanzar por este camino de paz, justicia y equidad?
En un mundo
cambiante, no sobreviven los más fuertes, sino los que más rápido y mejor se
adaptan a los cambios, por lo tanto la sostenibilidad implica siempre una
evolución dinámica.
A mediados del
siglo XX, el médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, Carl Gustav Jung,
escribió: “Lo que se resiste persiste, lo que se acepta se transforma”.
Ese
“conocimiento del Señor” al que se refería Isaías es una sabiduría que ya era
conocida por la civilización védica (previa al hinduismo) hace 3.500 años, la cual,
básicamente, podría resumirse en la unicidad del sentido trascendental de la
existencia, la realidad de que la infinita diversidad de los seres que
existimos en el Universo estamos interconectados en lo profundo de nuestro
“verdadero ser”, y el hecho de que el cerebro humano, debido a su evolución
como especie animal sobre el planeta Tierra, ha desarrollado una tendencia
innata psicológico-emocional que denominamos “ego” y que subraya todo aquello que nos separa de los demás, por así decirlo, dispara nuestro instinto de lucha mediante la exaltación del individuo, un instinto
que nos ha salvado la vida en circunstancias extremas de supervivencia, durante
nuestra historia evolutiva, en la que hemos sido animal presa durante muchos
miles de años, pero que, en la sociedad actual, dificulta enormemente la
necesaria colaboración entre congéneres e incluso entre el resto de los seres
vivos. Por así decirlo, el “ego” se ha transformado en una trampa existencial
que nos condena a una vida repleta de continuos conflictos, tensiones,
crispaciones, comportamientos violentos y guerras.
Se trata de un
instinto tan poderoso y tan arraigado en nuestro cerebro que es imposible
eliminarlo o luchar contra él, lo único que podemos hacer para evitar sus
nefastas consecuencias es descubrirlo, verlo, ser plenamente conscientes que se
trata de una “trampa emocional” de nuestro cerebro, que nuestro “verdadero ser”
es otra cosa muy distinta a lo que nos hace creer el “ego”, nuestro verdadero
ser es luz y amor, una de las infinitas llamas de luz y amor que forman parte
del amor universal trascendente.
La dominación
de nuestro cerebro por el “ego” es la causa de todas las desigualdades,
injusticias y violencias de este mundo, desde los celos, las inquinas y la
violencia de género, en el ámbito doméstico, hasta los crímenes más sangrientos
del terrorismo internacional yihadista, pasando por las desigualdades,
sufrimientos y problemas que genera el capitalismo salvaje.
Por eso, frente a instintos y
fuerzas tan poderosas que nos llevan a la división y la violencia, hay que
buscar lazos comunes y fuerzas igualmente potentes como puede ser el amor
maternal.
En estos días en los que estamos
asistiendo al gran espectáculo deportivo de las Olimpiadas, nos damos cuenta de
hasta qué extremos de perfección, concordia y deportividad puede llegar el ser
humano, a base de convicción, trabajo, disciplina y entrenamiento. También se
pone de manifiesto la selección de constituciones corporales a las que conduce
cada deporte, por ejemplo la baja estatura de las gimnastas femeninas, gran
desarrollo de musculatura de los gimnastas masculinos, robustez de los
practicantes de halterofilia, delgadez de los corredores de fondo, etc.
Entonces surgen una serie de preguntas: ¿No
sería lógico aplicar también estos principios a la organización socio-política
y económica? ¿Qué valores y actitudes son los que habría que potenciar? ¿Qué
tipologías emocionales y sistemas educativos se adaptan mejor a los
objetivos deseables?
En mi opinión, la única
esperanza para el ser humano, de cara al futuro, radica en descubrir, potenciar
y practicar emociones, conocimientos, sistemas de comunicación, colaboración y
educación que refuercen paulatina y progresivamente los valores positivos de
los seres humanos y el desarrollo sostenible de la sociedad, sin prisa pero sin
pausa, con paso firme, cometiendo el menor número posible de errores y, en
cualquier caso, aprendiendo de éstos.
Un aspecto fundamental es la
educación, la sabiduría debe comenzar a transmitirse desde el mismo momento del
nacimiento, tal y como postula el “Método Montessori” descubierto a mediados
del siglo XX, prácticamente olvidado durante las últimas décadas, pero que
parece que esta siendo revisado, recuperado y mejorado por no pocos estudiosos,
Universidades y otros centros educativos.
En lo referente a la economía,
ya hemos hablado en numerosas ocasiones de perseguir y alcanzar el anhelado “bien común”.
Con respecto al tercer pilar de
la sociedad, el sistema político, también hemos tratado el desarrollo de la
llamada “inteligencia colectiva”.
Para favorecer ese crecimiento en sabiduría y la evolución deseable de nuestra sociedad, en la dirección correcta, sería muy lógico y saludable que nuestros parlamentarios, dirigentes y directivos de entidades financieras, multinacionales y empresas de todos los
tamaños fuesen seleccionados prioritariamente entre mujeres que han sido MADRES.
En la mencionada entrada sobre “inteligencia colectiva”, ya se menciona el hecho estudiado y constatado de que
las mujeres tienen una mayor capacidad de “inteligencia social” que los
hombres, en término medio, si bien se concluye que hay que valorar a las
personas con independencia de su género, raza o religión, pero, parece evidente
que las capacidades de muchas mujeres están siendo minusvaloradas o
desaprovechadas en numerosas empresas e instituciones. Lo explica muy bien la
entrevista titulada “Why
women make teams smarter”.
¡Madres del mundo, uníos y
salvad la Tierra!
Resuena en el
sombrero: “Mantra a la Madre Tierra”.
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