La otra tarde, escuchaba en la radio una selección de
temas de bandas clásicas del
rock and roll inglés: Beatles, Rolling Stones, Kinks, Who y Dr. Feelgood.
Inmediatamente después, en el mismo programa, pusieron lo último de Jack White,
una canción titulada “Connected by Love” que al locutor le recordaba bastante
al “Rock and Roll Suicide” que David Bowie sacó en su famoso álbum de 1972 “The
rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars”…En resumen, personas que ya peinamos canas
escuchando y hablando sobre músicos no menos veteranos cuando no ya tristemente
fallecidos.
En contraste, por la noche,
vi en la tele el comienzo de “Operación Triunfo”, un programa seguido con furor
y pasión por miles de jóvenes, que a mi me sugirió la pregunta siguiente: “¿Qué
atractivo le ven a una competición entre intérpretes de canciones de múltiples
estilos compuestas por otros autores? Ciertamente, los temas son muy diversos,
si bien la estructura predominante de las canciones casi siempre es la misma:
Preludio tranquilo que avanza in crescendo, con una o varias paradas o cambios
de ritmo, hasta llegar al momento cúlmen en el que las emociones se desatan y
los cantantes dan rienda suelta a su chorro de voz y potentes berridos,
envueltos en miradas intensas, gestos y poses estudiadas que refuerzan aún más
la intensidad de los sentimientos, dejando incluso escapar alguna lágrima. Tras
la tormenta llega la calma, descanso y final suave que se apaga poco a poco hasta
extinguirse en la lejanía o bien apoteosis final.
En
mi juventud, cuando escuché por primera vez a grupos como Status Quo, Beatles,
Echo and the Bunnymen o The Fleshtones, recuerdo que lo que más me atraía de
ellos no eran sus habilidades vocales o instrumentales, sino que lo principal
era su actitud y su pertenencia a un colectivo, el hecho de que un grupo de
amigos se juntaban para hacer su propia música, ya sea compuesta por ellos
mismos o para recuperar, rescatar o reivindicar una música casi olvidada, que
se dio en llamar “alternativa”, quizás provenía de varias décadas atrás, pero a
nosotros nos sonaba tremendamente vigente, joven y llena de rebeldía.
Por
eso, cuando treinta años después, veo a la juventud actual entusiasmarse con el
estilo de los antiguos intérpretes solistas, puro sentimentalismo de la vieja música
melódica, disfrazado de modernidad por el mero hecho de vestir a la última moda
y utilizar cuatro aparatos digitales y efectos electrónicos de vanguardia tecnológica,
la verdad es que me cuesta mucho trabajo entenderlo. Aunque ayer, gracias a la radio,
he descubierto que David Bowie ya predijo esta evolución, en 1972, con canciones
como “Rock and Roll Suicide”, que ha servido de inspiración al genial, impredecible
y actual Jack White, en su último tema “Connected by Love”. Incluso, la propia vida,
decadencia y muerte (el emblemático año 1977) del rey Elvis Presley anticipó
esta evolución del rock and roll y del pop en general que, desde la revolución inicial
que supuso centrarse en la colectividad, en el grupo, rebelándose contra las
costumbres establecidas, ha ido evolucionando hasta caer de nuevo en el
sentimentalismo romántico e individualista de los solistas. Osea una contrarrevolución
en toda regla ¿Es inevitable el suicidio del rock and roll? ¿Qué futuro nos
espera?
Resuenan en el sombrero: “Rock and Roll Suicide”.- David Bowie (London (UK),
1972); y “Connected by Love”.- Jack
White (Detroit (USA), 2018).
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