lunes, enero 22, 2018

LA INTELIGENCIA DE LOS BOSQUES O LA "RED FORESTAL"





Al hablar de los bosques, a menudo hay personas que me preguntan: “Pero entonces… ¿Los árboles compiten o colaboran entre ellos?” A lo que suelo responder: “Es algo parecido a lo que pasa en nuestra sociedad ¿Las personas competimos o colaboramos?”. En el actual sistema capitalista, es evidente que, por una parte, se da una feroz competencia, pero también existe la solidaridad, colaboramos, se pagan impuestos en favor del bien común y, entre todos, hacemos que el mundo funcione. Nos ayudamos siguiendo un cierto orden lógico y “natural” de prioridades, en función de la similitud o proximidad: familiares, amigos, compatriotas, europeos,… Pues bien, lo mismo sucede en un bosque, por una parte los árboles compiten en una carrera a muerte por alcanzar la luz en el dosel arbóreo y el acceso al agua y a los nutrientes en el suelo, pero, al mismo tiempo, el conjunto del bosque crea las condiciones adecuadas para que todos y cada uno de sus componentes pueda vivir, convivir, comunicarse, colaborar e interactuar entre sí.

Desde hace tiempo, se viene hablando de la enorme complejidad de los ecosistemas forestales, unos entornos muy difíciles de estudiar, ya que funcionan a plazos muy largos de tiempo que exceden con creces la vida humana, y se desarrollan en ambientes complicados por su distribución en el espacio (abarca desde el subsuelo hasta las copas de los árboles a más de 40 metros de altura), en un terreno escabroso y poco accesible, con unas duras inclemencias meteorológicas (frío, calor, viento, lluvia, nieve y granizo) y con la presencia de fauna molesta (garrapatas y mosquitos) e incluso peligrosa (tarántulas, víboras, osos y lobos).

            En los últimos años, se están produciendo notables avances en el estudio científico de las formas en las que interactúan los distintos elementos que constituyen los bosques (aire, agua, fuego, rocas, suelo, musgos, líquenes, helechos, herbáceas, arbustos, lianas, árboles, hongos, bacterias, fauna invertebrada y vertebrada), así como en el conocimiento de los sistemas de comunicación existentes entre los distintos individuos de árboles, otras plantas y hongos, ya sean de distintas especies, dentro de la misma especie, e incluso reconociendo los lazos familiares (afinidad genética) existentes.

            En estos ecosistemas son de vital importancia las micorrizas (ver 1ª ilustración), es decir la asociación simbiótica entre los extremos radiculares de una planta y las hifas del micelio de un hongo, de forma que ambos organismos resultan beneficiados. La planta aumenta su capacidad de absorción de agua y nutrientes del suelo, así como su interconexión con plantas y hongos vecinos; mientras que el hongo recibe los energéticos y valiosos azúcares procedentes de la fotosíntesis realizada por las plantas.

 La extensa y compleja red formada por las raíces, las micorrizas y los micelios de las plantas y hongos que habitan en el bosque funciona de manera parecida a internet. Su densidad es tal que bajo la huella de un pie humano pueden existir varios centenares de kilómetros de diminutos filamentos por lo que circulan agua, sales minerales, carbono, nitrógeno, fósforo, alelos químicos, hormonas, señales defensivas o de alarma y hasta impulsos eléctricos similares a los que circulan por el sistema nervioso de los animales, aunque a una velocidad bastante menor de un centímetro por segundo.

            Esta tupida y compleja red hace posible que pequeños arbolitos jóvenes puedan sobrevivir durante décadas en la penumbra del sotobosque, sin apenas recibir luz, creciendo unos pocos milímetros al año, nutridos por la sabia que les ceden los árboles adultos colindantes, a la espera de que se abra un claro en el dosel arbóreo y tengan la oportunidad de crecer, desarrollarse, florecer y reproducirse. Esta solidaridad es tal que, incluso, es posible observar tocones de árboles ya cortados, cuya madera sigue viva y creciendo para cerrar la enorme herida del corte, gracias al alimento que reciben a través de la conexión radicular subterránea. Esto también explica que pinos, cuyo cambium ha muerto debido al ataque del hongo patógeno Heterobasidion annosum, puedan seguir vivos sin formar nuevos anillos de crecimiento en su madera, tal y como se ha observado en un rodal de 30 años de edad localizado en Suiza.

            Los hongos también son un elemento clave en el reciclado de la madera, ya que son los únicos seres con encimas capaces de digerir la dura lignina, produciendo la denominada “pudrición blanca”, al dejar como residuo las fibras blanquecinas de celulosa, mientras que otros se han especializado en la descomposición de este polisacárido, dejando bloques paralelepipédicos de lignina marrón, en la llamada “pudrición parda”. En muchos árboles, estas pudriciones comienzan mucho antes de su caída al suelo, ya que el durámen del interior del tronco, constituido por células muertas del sistema vascular del árbol, es atacado por los hongos que lo van pudriendo hasta dejarlo hueco, pero esto no es perjudicial, ya que se ha comprobado que un cilindro hueco es mucho más estable y duradero, frente a vendavales y tormentas, que uno macizo. Además, estos huecos son utilizados como refugio por multitud de animales, los cuales contribuyen con sus restos y deyecciones a fertilizar el suelo existente justo bajo el árbol.

            Como vemos, tanto para bien como para mal, los hongos constituyen un elemento clave en los bosques, estos seres constituyen un reino a parte, diferente de plantas y animales, y, de hecho, son los que pueden alcanzar un mayor tamaño de todos los que habitan en el planeta. Una Armillaria de Suiza se extiende por una superficie de medio kilómetro cuadrado y tiene una edad de alrededor de 1.00 años, mientras que otra encontrada en el Estado de Oregón (EEUU) se calcula que tiene 2.400 años, ocupa una extensión de 9 Km2 y pesa unas 600 toneladas.

            También los insectos juegan un papel importante, no sólo como fitófagos, descomponedores de madera y cadáveres, depredares controladores de plagas o como importantes polinizadores de las flores, sino que intervienen en procesos más complejos, junto a plantas y hongos, como descubrieron por casualidad los investigadores canadienses John Klironomos y Miranda Hat, de la Universidad de Guelph, mientras estudiaban las micorrizas que el hongo Laccaria bicolor establece con las raíces del Pino canadiense (Pinus strobus). Observaron que, cuando el nitrógeno escasea en el suelo, la Laccaria segrega una toxina que inmoviliza al insecto colémbolo (Folsomia candida), de manera que las hifas del hongo penetran en su cuerpo y absorben el nitrógeno almacenado en sus proteínas, el cual es cedido a las raíces de los pinos, para beneficio de todo el ecosistema.

            Los Cerezos silvestres (Prunus avium) tienen en los pecíolos de las hojas un par de glándulas que segregan un jugo azucarado, similar al néctar de las flores, que atrae a su copa a las hormigas, las cuales libran al árbol de las orugas que devoran sus hojas. Pero los planes del cerezo no siempre salen como él pretende, ya que las hormigas, ávidas aún de más néctar, también protegen y pastorean rebaños de pulgones (áfidos), para absorber el exceso de agua azucarada que estos insecto extraen de la savia del cerezo.

            Algunos troncos huecos o en proceso de putrefacción son colonizados por hormigas de la madera que roen la madera podrida y con ella construyen nidos que parecen de cartón, empapan las paredes con el líquido azucarado que secretan los pulgones, sobre este sustrato crecen los hongos, cuya red de filamentos da estabilidad al nido. Innumerables especies de escarabajo son atraídos por la podredumbre que se encuentra en el interior del agujero. Debido a los años necesarios para el desarrollo de sus larvas necesitan unas condiciones estables a largo plazo, es decir, árboles que tarden siglos en morir. Como pasa con el Escarabajo ermitaño (Osmoderma eremita, 2ª foto), recientemente estudiado en los viejos robles del Parque Natural de la Sierra de Cebollera (La Rioja), pudiendo vivir en el mismo árbol varias generaciones de este escaso y raro coleóptero, ya que los adultos sólo vuelan unos pocos centenares de metros, como mucho, y tampoco les gusta caminar.

            Algunas plantas herbáceas, como la Hepática (Anemone hepatica), también son muy fieles a los lugares en los que viven, en zonas frescas y húmedas del umbrío suelo de bosques maduros longevos, con al menos un siglo de persistencia continuada en condiciones estables, ya que sus semillas se propagan con dificultad y a escasa distancia.

            Si bien, hay que destacar el hecho de que, aunque funcionan a plazos temporales mucho más largos que los que rigen las vidas de los seres humanos, los ecosistemas forestales evolucionan de manera dinámica. La roca desnuda es colonizada por líquenes y musgos que, poco a poco, van dando paso a herbáceas y matorrales. Una vegetación cada vez de mayor porte que, con los residuos que genera y la acción de sus raíces, va formando un suelo cada vez más rico y profundo, creando las condiciones para que puedan llegar los árboles. En la vegetación arbórea también hay especies o formaciones propias de etapas colonizadoras, más heliófilas y frugales, que dan paso a bosques mixtos hasta llegar al máximo grado de madurez y complejidad que permite el clima de una determinada zona, es lo que se ha venido conociendo como “clímax” o bosques climácicos. Una perturbación importante, como un incendio o un movimiento en masa del terreno, puede volver a hacer retroceder el proceso evolutivo y que el ciclo vuelva a comenzar de nuevo. De manera que el paisaje que vemos suele estar constituido por un mosaico de roquedos, pastizales, matorrales y bosques de diferentes tipos que van evolucionando y variando su forma, proporción, composición y distribución, con el tiempo.

            Los retazos que nos quedan de bosques maduros suponen un importante reservorio de biodiversidad, una fuente de propágulos capaces de extenderse hacia zonas colindantes, crear pasillos ecológicos que interconecten otros ecosistemas que dan vida a nuestras montañas, llanuras, ribazos entre cultivos, roquedos, riberas de lagunas y ríos, dunas costeras, etc.

            Como ya hemos indicado antes, el sistema funciona de forma similar a las redes de internet, interconectadas en varios niveles de organización que se entrelazan o imbrican unos dentro de los otros. A nivel de un bosque, vemos la importancia que tienen los árboles viejos que funcionan como los nodos principales de una extensa y compleja red que interconecta numerosos seres vivos que dependen los unos de los otros.

            Los avances en esta materia parecen acercar o difuminar las fronteras que hemos levantado artificialmente entre plantas y animales, pero, sobre todo, están influyendo en nuestra forma de percibir, estudiar, manejar y “explotar” los bosques. Y nos planteamos preguntas como las siguientes: ¿Qué porcentaje del crecimiento en madera anual de un bosque (posibilidad) podemos aprovechar para causar perturbaciones que sean asumibles por los ecosistemas (aprovechamiento sostenible)? ¿Hasta qué punto son beneficiosos o eficaces los tratamientos selvícolas (claras y podas) y las plantaciones artificiales que realizamos? ¿Cómo seleccionar las semillas que utilizamos en los viveros forestales para interferir lo menos posible en la evolución genética de las especies?


BIBLIOGRAFÍA:

            Gran parte de los datos de este artículo han sido extraídos del libro “La vida secreta de los árboles” (ver la portada en la 2ª foto), cuya primera edición se publicó el 25 de mayo de 2015, y cuyo autor, Peter Wohlleben, es un guardabosques alemán que tomó conciencia de que los bosques que gestionaba eran mucho más que una fábrica de madera y animales silvestres para cazar, pescar o fotografiar. Así como del artículo publicado en internet, en junio de 2016, por la investigadora canadiense Suzanne Simard titulado “How trees talk to each other”.

Resuena en el sombrero: "A forest".- The Cure (London (UK), 1979).


4 comentarios:

Erna Ehlert dijo...

Me ha parecido muy interesante tu entrada.
Me gustan los bosques. Me gustan los árboles.

Saludos

Mad Hatter dijo...

Muchas gracias Erna.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hola!!!!

No sé cómo me he vuelto a acordar de mi blog. Historias de la mala vida. Y he mirado comentarios....y encontré uno tuyo.... ¡y he entrado en la página! ¡ Y sigues escribiendo! Me encanta.... qué alegría leerte... Espero que estés bien, que puedas definirte como feliz o en ello... Y, eso, que me alegra tanto!!!

Mad Hatter dijo...

Ayyy!!! Eres tú Carmen? Qué ilusión!!! Cuánto tiempo!!! Yo estoy bien, sigo por aquí por Logroño ¿Y tú qué tal? Un fuerte abrazo!