Hace muchos siglos, un
hombre descubrió el arte de hacer fuego. Al día siguiente, cogió
todos los elementos necesarios y se dirigió hacia el norte, donde se
encontraban las tribus que más sufrían los efectos del frío
glacial. Nada más llegar, les enseñó cómo hacer fuego, así como
sus enormes ventajas para la supervivencia. En un par de días, los
habitantes ya sabían encender hogueras y las utilizaban para cocinar
y calentarse.
Antes de que tuvieran
tiempo de darle las gracias al maestro, éste ya se había marchado.
No estaba interesado en recibir agradecimientos ni alabanzas. Sólo
quería que la gente se beneficiara del fuego. Y así fue como,
poblado tras poblado, poco a poco, su fama empezó a extenderse por
el país.
Sin embargo, de pronto se
encontró con un gran obstáculo. Los sacerdotes de la época
comenzaron a temer la enorme popularidad cosechada por aquel sabio
maestro del fuego. Estaba disminuyendo la influencia y el control que
tenían sobre la gente. Por esa razón, decidieron envenenarlo. Y los
habitantes, desolados, empezaron a sospechar de los clérigos. Para
evitarse mayores conflictos, los sacerdotes mandaron hacer un enorme
retrato del maestro. Lo colocaron en el altar principal de cada
templo y crearon una serie de rituales para honrarlo. Pero ya nadie
hacía fuego.
Así fue como cada semana
la gente acudía en masa a las iglesias para rendir homenaje al
maestro y a los elementos que permitían crear fuego. Las ceremonias
se seguían al pie de la letra. Se habían convertido en una
tradición nacional. Los sacerdotes recordaban por medio de
grandilocuentes sermones los beneficios inherentes al fuego. Y la
gente aplaudía y los veneraba. Todo el mundo hablaba del maestro. Y
así ha sido desde hace más de dos mil años. A día de hoy abundan
las estampitas que ilustran las llamas. Y los cantos sobre el calor y
el olor que desprendía. Sin embargo, desde la muerte de aquel
maestro, en aquel lugar jamás se ha vuelto a encender fuego.
¿QUÉ HA SIDO DEL FUEGO?
“Ama al prójimo como a
ti mismo” (Jesús de Nazaret).
Extraido del artículo de
Borja Vilaseca, publicado en “El País Semanal”, el pasado
domingo 19 de diciembre de 2010.
Resuena en el sombrero:
“Build a
fire inside”.- Wayward Souls
(Suecia, 1985).
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