sábado, septiembre 07, 2019

LA CUEVA DE CERRAÚCO



Hace 13 años, inspirado en una leyenda que había leído, escribí un cuento sobre el "Barranco de Atxóndite" y la "Cueva del Cerraúco", historias de brujas y akelarres que transcurren en el límite de los términos municipales de El Rasillo y Ortigosa de Cameros (La Rioja).

Un lugar entrañable para mi, al que hacíamos excursiones con familiares y amigos todos los veranos y algunas Semanas Santas. Recuerdo aquel día de marzo, después de una copiosa nevada, mi hermano y yo, acompañados del "Mus", el perro de mis tíos, decidimos visitar la Cueva del Cerraúco. Tras un largo paseo de cerca de una hora, por fin llegamos a la escondida entrada de la gruta. Al asomarnos al pequeño anfiteatro que se abre en la suave ladera, azotada por la ventisca, vimos salir volando raudo desde su posadero, en una repisa rocosa, un Cárabo (Strix aluco) que, huyendo de la claridad del día nevado, se introdujo en la cueva, pero, al no encontrar lugar donde posarse, al poco volvió a salir con un aleteo lento y pesado. En el momento en el que abandonó la protección del anfiteatro rocoso, el viento chocó contra la espalda del ave y ésta fue perdiendo altura, hasta caer al suelo. Nuestro perro que lo vió, salió como una bala y fue a morderlo. Mi hermano y yo salimos corriendo a detenerlo y comprobamos, con una mezcla de terror y alivio, que las largas, afiladas y curvadas uñas del Cárabo se habían quedado clavadas en la cara del perro, a escasos milímetros de sus ojos. Conseguimos liberar al ave de la presa del perro, lo cogimos un momento para observarlo y comprobé que el pequeño búho de ojos oscuros estaba mucho más delgado de lo que parecía, bajo el esponjoso plumaje no había más que huesos. Después de dejarlo volar libre y que se adentrara en lo profundo del bosque cercano, difuminándose entre los copos de nieve arrastrados por la ventisca, inspeccionamos la repisa rocosa de donde había salido y encontramos plumas de un zorzal y algunas egagrópilas.

Hoy he encontrado el libro "Historia, leyendas y recuerdos de El Rasillo" escrito por Rafael Montoya Sáenz, en 1981, en el que recoge algunas leyendas escritas por José Saénz Navarrete, a finales del siglo XIX, una de ellas dice así:

"La noche del 23 de junio de 1611, el aquelarre de Zugarramurdi era lo menos parecido a una reunión jolgoriosa y festiva. De los corrillos de las brujas que a la entrada de la cueva esperaban la llegada de su señor, El Diablo, se elevaban quedos y angustiosos murmullos.

Las enlutadas señoras de la noche más parecían asustados gazapos que sedientas sangradoras. La cosa tenía su fundamento: Los días siete y ocho de noviembre del año anterior, en auto de fe celebrado en Logroño y en el que actuaron como inquisidores Alfonso de Salazar y Frías, Juan Valle Alvarado y Alonso Becerra Holguín, María Zozaya y seis brujas más habían sido quemadas en la hoguera. La noche no era propicia para alegrías aquerralescas.

Alejada del resto de las brujas, Achóndite, una brujita liberal y consecuente, cavilaba… No, no acababa de ver las cosas ni medio claras. Empezaba a darse cuenta que su vida como bruja había tenido bastante poco fundamento.

Apagadas y distantes, sonaron las doce campanadas del reloj de la torre de la iglesia del pueblo. Las brujas penetraron en la cueva, en tropel. Su señor llegaría enseguida. Transcurrieron unos minutos y Satanás apareció en la parte superior de la cueva, en el lugar conocido por "el trono del diablo". Los cuernos desafiantemente afilados, la barba cuidadosamente despeinada, las pezuñas recién encharoladas y el rabo artísticamente retorcido. Lucifer estaba apocalíptico, vetusto, ridículo y cursi.

Las brujas postradas de rodillas y con la frente en tierra, organizaron un pandemonium de gritos histéricos, cantos obscenos y apasionados suspiros. El Diablo las contemplaba complacido y displicente.

Achóndite, arrodíllate!", bramó Lucifer, al ver a la brujita, que con aire distante, permanecía de pie en el umbral de la cueva.

"No" -respondió Achóndite.

Te digo que me adores! ¡De rodillas!" -conminó, fuera de sí, Lucifer.

"No, no pienso adorarte, no pienso arrodillarme y no volveré a obedecerte" -contestó Achóndite- "Ya estoy cansada de arrasar cosechas, provocar tempestades y hacer enfermar a los niños".

Fuera! ¡Fuera de mi vista! ¡Fuera de estos montes!" -gritó Satanás, mientras daba tremendos cornalones a las rocas.

"Bueno. Queda con Dios" -contestó Achóndite, dirigiéndose a la salida de la cueva.

No! ¡Con Dios no! ¡Con Dios no!" -gritaba el Diablo, con las barbas y los cabellos erizados por el terror.

Achóndite salió a la explanada, montó en su escoba y emprendió el viaje por un perfecto y oscuro cielo. La bruja voló toda la noche; pueblos con tejados cargados de luna y arroyuelos de sonoridades quebradas, contemplaron su paso. Las estrellas, girando, bordaron su nombre: ACHÓNDITE. A lo lejos, Antares sonreía.

Al despertar el día, Achóndite perdió altura y se dirigió hacia unos pinares que le parecieron acogedores. Los sobrevoló varias veces hasta que encontró un barranco lo suficientemente frondoso, tranquilo y recoleto como para afincarse en él.

"Bien, bien, bien, bien" -se dijo Achóndite- "Esto me gusta. Construiré aquí mi cabaña".

Desde entonces, 24 de junio de 1611 finaliza su relato José Sáenz Navarrete-, el barranco que corta los pinares en El Rasillo, frente a la fuente de Santa Teodosia, se le conoce por el nombre del "El barranco de Achóndite"".

Fotos by Mad Hatter: 1) Mi hija Isabel en el anfiteatro de la entrada de la Cueva de Cerraúco, donde puede verse el Pudio (Rhamnus alpina) de ramas retorcidas, conocido como "el trono del diablo" (en agosto de 2015). 2) Interior de la cueva (en septiembre de 2019).

Resuena en el sombrero: "Hotel Kalifornia".- Akelarre  (Soraluze (Gipuzkoa), 1982).

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