En las tierras
segovianas de la cuenca alta del río Duratón, al Noroeste de los Montes
Carpetanos, ese tramo de la Sierra de Guadarrama comprendido entre el Puerto de
Somosierra y el Pico Colgadizos, se extiende una meseta de roca caliza,
cubierta por un monte abierto adehesado de sabinas (Juniperus thurifera),
algunas de ellas milenarias, que salpican fincas cercadas para el
aprovechamiento ganadero de sus pastos, conformando un paisaje secular que ha
permanecido inmutable desde la Edad Media.
La sabina albar es
el único árbol capaz de crecer en estos secos e inhóspitos páramos calizos,
sometidos a un clima extremo. Su follaje perenne, salpicado de pequeños
gálbulos azulados, sus agrietados troncos de color ceniza, y el hecho de que el humo de su leña, al quemarse, huela a incienso, les confieren a estos
árboles un aire de leyenda y un respeto reverencial. La textura de su corteza
combina la frialdad de lo mineral con la entrañable calidez del arrugado rostro
de nuestras abuelas. En sus vetustos leños, castigados por la intemperie y el
paso del tiempo, algunos de ellos hendidos o huecos, podemos encontrar innumerables
grietas, fendas, recovecos, vetas, formas caprichosas y artísticas filigranas
barrocas, repletas de matices y sombras que nos pueden evocar caras, animales,
objetos o paisajes (ver fotos 1 a 16).
La protección que
brindan sus tupidas copas, frente a los gélidos vientos invernales y al
implacable sol del estío castellano, permite el desarrollo del pasto y otra
vegetación herbácea, entre la que destacan nutritivas leguminosas como el Astragalus
incanus (foto 17), que extiende a ras del suelo los glaucos foliolos de sus
hojas compuestas y sus flores rosadas, mientras que las orquídeas silvestres
elevan sus esbeltos y enhiestos tallos, en los que se engarzan, cual joyas, las
bellas flores del Satirión violeta (Orchis morio ssp. champagneuxii, foto 18),
y las misteriosas flores de las “abejeras” (Ophrys lutea y O. scolopax de las fotos 19 y 20), cuyos extraños labelos parecen mirarnos con sus ojos oscuros, simulando ser las hembras de
específicas abejas solitarias que atraen a los machos, quienes las polinizan
durante sus forcejeos y trajines sexuales. La colorida y efímera belleza de
estas pequeñas flores, contrasta con la majestuosidad imperecedera de las
sabinas.
La explosión
vegetal de este húmedo mes de mayo, se complementa con la fructificación de
claros y frescos Champiñones silvestres (Agaricus campestris), sobre el oscuro
mantillo que alfombra el pie de las sabinas (foto 21).
Todas las fotos by Mad Hatter, tomadas la semana
pasada en los sabinares de Sigueruelo y Casla (Segovia).
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