El nuevo sistema de votaciones para elegir la mejor canción del festival de “Eurovisión”, celebrado el pasado 14 de mayo en Estocolmo, puede considerarse un buen ejemplo de lo que comentaba en aquella entrada sobre la “inteligencia colectiva”, en el sentido de que, cuando un enorme número de personas vota, los distintos grupos de poder (países vecinos o afines) se contrarrestan unos con otros y el resultado final es realmente justo y objetivo.
El comienzo del show fue realmente
espectacular, todo un alarde tecnológico de modernidad cuasi
futurista, que nos devolvió a nuestro actual tiempo de crisis, en el
momento en el que aparecieron en la pantalla los presentadores suecos
Petra y Mans, ella con un vestido convencional con brillos en tonos
carne y él con traje azul marino y pajarita, aunque lo cierto es que
luego, a lo largo del festival, se cambiaron varias veces de modelito
y se modernizaron un poco.
Si duda, vivimos tiempos de cambio, de
crisis, en el sentido etimológico de la palabra griega “krisis”,
que viene de un verbo que significa “separar” y “decidir”.
Estamos atravesando una encrucijada, en la que lo nuevo está próximo
a llegar, pero aún no ha llegado, y lo antiguo está a punto de
irse, pero todavía no se ha ido.
Tras la ronda de canciones, la primera
parte de las votaciones se llevó a cabo de la manera convencional,
mediante el voto de los distintos jurados elegidos por las
televisiones nacionales de cada uno de los países, cuya puntuación
suponía el 50% de la nota final, siendo el 50% restante determinado
por el voto de los millones de espectadores de este mutitudinario
festival, en el que, además de 40 países europeos, participan
también otros como Israel y Australia.
Resultó enormemente sorprendente
comprobar como algunos países que se habían quedado en los puestos
de cola, tras la primera parte de la votación, remontaron un montón
de posiciones al conocerse los resultados de las votaciones del
público. Así vimos como la canción interpretada por la austríaca
Zoë, una simpática y lozana joven de estilo clásico, obtuvo 120
puntos de los espectadores y terminó en 13º puesto con 151 puntos.
Más espectacular y sorprendente si cabe, fue el caso de Polonia, con
el melenudo cantante Michal Szpak, una especie de mesiánico Sargento
Peppers con casaca roja que le otorgaba un look totalmente demodé de
heavy metal procedente de lo que antaño fue el otro lado del telón
de acero, y que, aún así, consiguió remontar desde el 36º puesto
hasta el 8º con un total de 229 puntos, gracias a su emotiva canción
“Color of your life”, llena de esperanza y positividad.
Rusia, la gran favorita, con una
espectacular puesta en escena, un auténtico despliegue de tecnología
punta, se quedó finalmente en el tercer puesto. El tema “You are
the only one”, aunque de gran energía e intensidad, fue
interpretado por el mediático Sergey Lazarev, en plan ángel oscuro,
lo que reforzó la indudable exaltación del ego que refleja
claramente el propio título de la canción.
Tampoco triunfó el minimalismo
presentado por la anfitriona Suecia, a cargo de Frans, un chaval
flacucho y desgarbado, que apareció en solitario sobre el escenario
vistiendo una sencilla camiseta blanca, cazadora gris y zapatillas
deportivas, cantando el tema “If I were sorry”, cargado de cierta
negatividad y proyectando sobre el escenario las palabras “devil”
y “lies”.
También de gran sencillez, pero con
mucho más brillo y positividad, fue la impecable actuación de la
angelical Dami Im, la representante de Australia, que interpretó un
tema que inspiraba sosiego y conexión con la Naturaleza, “The
Sound of Silence”, lástima que se quedara con la miel en los
labios, ya que, tras haber alcanzado el primer lugar al finalizar la
primera parte de la votación, vio como el televoto la relegaba a un
amargo segundo puesto.
El triunfo fue para el tema “1944”
defendido por la cantante Jamala, en representación de Ucrania. La
canción tiene una fuerza descomunal y una intensidad desgarradora,
un atípico y acomercial grito de rabia y protesta, que cuenta una
historia inspirada en la vida de los padres de la propia artista,
quienes padecieron el éxodo como refugiados durante la segunda
guerra mundial, lo que le dota de un plus de autenticidad. Al contrario que la canción rusa, la ucraniana es
una exaltación de la lucha colectiva y del poder de la colaboración.
La fuerza de la Naturaleza también quedó patente en la espectacular
imagen de un árbol dorado que emergió, creció y extendió sus
numerosas ramas sobre el escenario de Estocolmo.
Por eso, me alegra comprobar que, con
este sistema tan multitudinario y objetivo del televoto, en
Eurovisión han dejado de funcionar los amiguismos y afinidades
geopolíticas, ya no se valora tanto la imagen ni el frikismo,
tampoco triunfan los ritmos bailables, ni siquiera la vanguardia más
atrevida, lo que de verdad le importa a la gente (como siempre) es la
autenticidad y que la canción nos emocione y nos toque el corazón.
El lema del festival, “Come
Together”, tampoco es casual.
Resuena en el sombrero:
“Come Together”.- The
Beatles (Liverpool (UK), 1969).
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