domingo, abril 23, 2023

DE LA TRUCHA Y EL PINO A LA TRUFA Y EL POMAR


Los técnicos forestales (ingenieros de montes, ingenieros técnicos forestales y similares) tenemos grandes dificultades para explicar la complejidad de los ecosistemas forestales que funcionan a una escala temporal muy diferente a la de la mayoría de la sociedad.

Con la excepción del programa de TV “El Bosque Protector”, presentado por el Dr. Ingeniero de Montes Luis García Esteban, los forestales tampoco nos hemos esforzado mucho en dar a conocer y divulgar nuestra profesión, a lo que tampoco ayuda el hecho de que, habitualmente, nos movemos y actuamos en el mundo rural, cada vez más alejado de la preponderante cultura urbana.

Para más INRI, en España tenemos una herencia, mochila o poso político que nos está resultando muy difícil de superar. A pesar de su desaparición hace 40 años, mucha gente nos sigue identificando con el ICONA, nos relaciona con la dictadura franquista y con las expropiaciones forzosas para repoblar montes con pinos, construir embalses y piscifactoría para criar y soltar truchas en los ríos.

Ciertamente, en la actualidad, la ordenación y gestión de los pinares, ya sean naturales o plantados artificialmente, así como la gestión de la pesca y algunas piscifactorías fluviales, con la trucha como especie más emblemática, siguen siendo actividades necesarias que ocupan a muchos compañeros y compañeras de numerosas Comunidades Autónomas españolas.

Sin embargo, el cambio climático está planteando muchos retos importantes que precisan de un gran esfuerzo de comunicación, diálogo y participación ciudadana, al objeto de comprender los problemas, tomar decisiones y plantear actuaciones, así como de mayores presupuestos, plantillas de personal y mejoras en la coordinación de los diversos organismos administrativos implicados, tanto en la U. E., como en el Estado Español y las Comunidades Autónomas.

En estos momentos, en muchas zonas de la Península Ibérica, estamos asistiendo a un hecho dramático e histórico como es que algunas especies arbóreas están dejando de poder vivir en amplias superficies. Los ejemplos más claros son los de aquellas especies que, desde siempre, se encontraban en el límite Sur de su distribución europea, como son el Abeto blanco (Abies alba) y el Pino silvestre (Pinus sylvestris), que están sufriendo un severo decaimiento en el Pirineo occidental y el Sistema Ibérico, debido al importante empeoramiento que han sufrido las condiciones meteorológicas, durante las últimas décadas (desde 1986), que está produciendo unos cambios muy bruscos, vendavales de viento y nieve más fuertes que nunca, sequías extraordinariamente intensas y prolongadas, temperaturas máximas de récord, con veranos más largos. El resultado está siendo que los árboles de mayor tamaño sufren una embolia en su sistema vascular, las “tuberías” que conducen el agua en el interior del tronco cavitan, pierden su continuidad al introducirse aire en ellas, por lo que mueren de forma más o menos rápida (2 a 3 meses). La “puntilla” final suele dársela un “agente finalizador”, es decir, uno o varios insectos, hongos, nemátodos o bacterias oportunistas, capaces de atacar a los árboles moribundos, acabar con ellos y comenzar a reciclar sus componentes orgánicos (celulosa, lignina, proteínas, grasas, resinas, etc.).

Para cualquier persona, pero especialmente para quienes han convivido con estos árboles durante milenios, es muy difícil entender y aceptar que sus tierras, sus montes, ya no son aptos para estas especies, debido a la evolución actual del clima. Quizás no lleguen a extinguirse del todo, pero, sin duda, cambiará su aspecto, distribución, estructura y fisonomía, y, lo que es aún más importante, van a dejar de ser el principal sustento económico para los escasos habitantes que aún quedan en no pocas comarcas españolas.

Al menos, habrá que permitirles que aprovechen al máximo la madera muerta antes de que ésta pierda valor, y deberían tomarse las medidas selvícolas adecuadas para prevenir incendios y que no tengamos que lamentar que estos rodales de árboles secos en pie ardan como polvorines este verano.

Las pocas personas que se niegan a abandonar el mundo rural se sienten acosadas y marginadas por una sociedad que parece que quiere expulsarlas de sus hogares ancestrales para ahorrarse el dinero que cuesta mantener los transportes y llevar los suministros y servicios sociales a estas zonas apartadas, donde únicamente viva la fauna silvestre, al objeto de que pueda ser contemplada y fotografiada por los “urbanitas” que visitan la zona durante los fines de semana y las vacaciones.

Los pocos habitantes que quedan en el mundo rural tienen una gran desconfianza respecto a lo que les dicen las Administraciones públicas, que son vistas como fríos y secos burócratas que no hacen más que esgrimir excusas para eludir sus responsabilidades, poner trabas y multas a los pocos que quieren trabajar y ganarse el pan en el monte, escudándose en una compleja e incomprensible normativa que cada vez está más alejada de la realidad del campo español.

Se trata de una relación de amor/odio porque, si bien no están de acuerdo con la mayoría de las normas y actuaciones que desarrollan las Administraciones, también es verdad que no podrían subsistir sin las ayudas de la PAC, indemnizaciones por los daños del lobo y otra fauna silvestre a la ganadería, o las diversas subvenciones que van poniéndose en marcha, aunque sea con cuenta gotas y a modo de “migajas” que les deja el monstruoso sistema burocrático europeo.

Una de las ayudas que más tiempo llevan funcionando (desde 1994) son las reforestaciones de tierras agrarias que podrían ayudar a incentivar la plantación de especies autóctonas productoras de madera que podrían sustituir a los abetos y pinos silvestres, como, por ejemplo, el Pomar (Sorbus domestica) y el Pino laricio (Pinus nigra ssp. salzamannii). Unas especies mejor adaptadas al clima mediterráneo y que podrían conformar bosques más resilientes a la sequía que, según las últimas investigaciones, serían bosques mixtos en los que se mezclen el mayor número de especies y estrategias vitales posibles, complejos, maduros, con pocos árboles grandes mejor que muchos delgados y apretados.

Otra opción interesante en los lugares con suelo calizo y cierta altitud, son las plantaciones con encinas, quejigos y avellanos micorrizados con Trufa (Tuber melanosporum).

En cualquier caso, las decisiones que se tomen deben ir precedidas de una intensa labor de investigación, comunicación, diálogo y consulta pública, en especial con las poblaciones locales que aún subsisten en la “España vaciada”. Como se ha hecho, el pasado viernes 21 de abril, en Roncal (Navarra), durante la jornada técnica, debate y mesa redonda “Decaimiento de los bosques en el Pirineo Navarro” (cartel en la foto de arriba), a la que tuve el honor de asistir como invitado, en representación de la Comunidad Autónoma de La Rioja, donde también estamos sufriendo importantes episodios de decaimiento del Pino silvestre, en muchas zonas de media montaña.

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