viernes, enero 15, 2021

LA MUERTE DE LA INOCENCIA



La palabra “seguridad” tiene dos acepciones: Seguridad en el sentido de sistemas de protección frente a riesgos; y seguridad como sinónimo de certeza o confianza. En ambos casos, el término lleva implícito o lo que se persigue es una cierta sensación de tranquilidad, es decir, resulta reconfortante o positivo hacia el interior, pero, por el contrario, irradia negatividad hacia el exterior, ya que lo externos es sistemáticamente considerado como una potencial amenaza, presupone que todos somos enemigos, hasta que demostremos lo contrario, la confianza hay que ganársela.

Esto choca frontalmente con el principio jurídico de “presunción de inocencia”, aunque, claro, esto está relacionado con la “libertad” que, de todos es conocido, que demasiado a menudo entra en conflicto con la “seguridad”.

Ciertamente, la libertad no casa muy bien con el “control”, otra palabra fundamental a la hora de llevar a la práctica estos conceptos tan teóricos y filosóficos.

La seguridad se basa en un conocimiento de la materia, de las causas y de las consecuencias, así como en una experiencia adquirida fundamentalmente en casos precedentes.

Hay dos hechos singulares que han supuesto un punto de inflexión, un antes y un después tras los mismos: El 11 de septiembre de 2001, dos aviones de pasajeros, secuestrados por terroristas yihadistas, impactaron y derribaron las Torres Gemelas del World Trade Center, en Manhattan (Nueva York), produciendo 2.996 muertes. El 11 de marzo de 2020, Tedros Adhanom, Director de la OMS, declaró la pandemia mundial del Covid-19, que continúa de plena actualidad y que ya lleva 2 millones de muertos a sus espaldas.

Se trata de dos hechos tan singulares y extraordinarios, que es difícil encontrar los adjetivos adecuados para describirlos en toda su magnitud, ya que su tremendo impacto ha socavado todas las lógicas y todos los sistemas en los que veníamos basando nuestra seguridad.

El 11-S supuso una exacerbación enorme de la seguridad aeroportuaria, que está generando millones de horas de trabajo, inspecciones, cacheos, colas, retrasos, millones de pasajeros, pilotos, empresas y administraciones afectadas, con millones de euros de gasto y millones de molestias y sin sabores ¿Merece la pena? ¿Quiénes y cómo lo han decidido?

Por su parte, del Sars-Cov-2 tampoco sabemos su origen, ni por qué hay gente que lo pasa sin síntomas, mientras que a otras personas les causa la muerte o les deja graves secuelas ¿Cómo controlar un enemigo tan invisible que se oculta dentro de millones de personas? ¿Hasta qué punto podemos limitar la libertad de movimientos de las personas y afectar a la economía mundial?

A la hora de enfrentarnos a numerosos problemas complejos, suele producirse la tremenda injusticia de que “pagan justos por pecadores”, por la sencilla razón de que todos somos sospechosos, cualquiera puede ser “culpable”, ya que no hay forma de distinguir o saber a priori quién está infectado o quién es un terrorista capaz de inmolarse así mismo.

Indudablemente, hay culpables individuales, en mayor o menor grado: terroristas, interesados, mentirosos, irracionales, irresponsables, negligentes, descuidados, vagos, comodones, insolidarios, etc. Pero también hay una cierta “culpabilidad colectiva”, porque la mayoría de los problemas son consecuencia de un sistema creado y desarrollado por la sociedad en su conjunto.

En Estados Unidos, hubo personas mayores que declararon abiertamente que no les importaba sacrificarse por sus nietos. Si se infectaban de Covid y terminaban muriendo, era preferible a no poder abrazarlos y a dañar gravemente la economía mundial, poniendo en peligro el futuro de sus descendientes. Incluso renunciaban a ser llevados a los hospitales, para evitar colapsar el sistema sanitario. Sin embargo, otras personas han exigido un refuerzo de la Sanidad, así como un endurecimiento de las medidas de aislamiento y confinamiento.

Al final, alguien tiene que tomar una decisión o una serie de decisiones que conllevan unas actuaciones, unas normativas, unos controles, unas sanciones, unas consecuencias, unos gastos, unas víctimas, unos muertos y unos vivos. Pero ya llevamos unos cuántos meses así, ya no hay una urgencia imperiosa en tomar decisiones “a vida o muerte”, en los sistemas democráticos debería existir un debate público y reuniones multilaterales y multidisciplinares de expertos, para explicar los pros y los contras a la ciudadanía, votar y decidir lo que hacer, qué riesgos son asumibles, qué cosas son controlables, cómo y cuándo parar la movilidad, la actividad y la economía.

Esta pandemia está afectando a nuestro concepto de la “seguridad”, tanto en su acepción de protección frente a una amenaza, como en su vertiente de confianza en las personas, en especial de nuestros gobernantes. Porque da mucha pena y vergüenza ajena escuchar a algún Presidente autonómico dar explicaciones por el retraso en administrar las vacunas, con un palmario titubeo delator de que no sólo son inaceptables las escusas esgrimidas, sino que además son mentira. Se quiere dar una imagen, “de cara a la galería” y a la “opinión pública”, de que se actúa con previsión, planificación, diligencia y eficacia, para ocultar la realidad (obvia y de todos conocida, pero que nadie quiere admitir) de que ante problemas tan gordos, complejos, inesperados y sin precedentes, nadie cuenta con el personal ni los medios necesarios para actuar de una forma realmente eficaz, se hace lo que se puede (que no es poco) ¡Por Dios! Pero si ante un problema mucho menos complejo y más conocido, como es una gran nevada seguida de varios días de gélidas temperaturas, también nos ha pillado con el pie cambiado!!! ¿Cómo es posible que, con la que está cayendo, el Gobierno se haya limitado a recomendar, rogar a los ciudadanos, que no salgan de sus casas para evitar accidentes provocados por el hielo, así como contagios de Covid? ¿Están los hospitales en condiciones de atender roturas de huesos por caídas en el hielo?¿Están las policías para acudir a accidentes de tráfico evitables? ¿Qué tiene que pasar para que se vuelva a decretar un confinamiento domiciliario total en toda España?

Resuena en el sombrero: “Security”.- Otis Redding (Memphis (Tennessee), 1964).

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