Los
árboles tienen una estrategia vital basada en la longevidad y en el desarrollo
en altura, buscando la luz del sol, por encima de sus competidores. Por este
motivo, son los principales productores de materia orgánica y energía en muchos
de los principales ecosistemas naturales terrestres más productivos y
complejos, como son los bosques y selvas de nuestro planeta.
Efectivamente,
los bosques se caracterizan por la existencia de árboles como los principales
sustentadores del ecosistema. El material del que están hechos los árboles es
la madera, formada por la superposición de los anillos de crecimiento que va
acumulando el xilema, año tras año, durante siglos. Por así decirlo, la
estrategia de los árboles es ser grandes e ir despacio pero seguros, por lo que
la actividad metabólica de la mayoría de las células de sus tejidos es poco
intensa y lenta.
A
pesar de su longevidad, lentitud de desarrollo y de tener unas características
genéticas bien definidas, los árboles (como todos los demás seres vivos)
precisan de la reproducción sexual para ir adaptando su genotipo a un medio
ambiente cambiante. Para ello, en las angiospermas, se produce una doble
fecundación: El grano de polen tiene dos núcleos espermáticos (haploides, con
un sólo juego de cromosomas = n), al emitir el tubo polínico y llegar hasta el
gineceo femenino, uno de ellos se fusiona con la oosfera (haploide) para generar
el cigoto (diploide (2n), con las conocidas parejas de cromosomas que albergan
los núcleos de las células que componen nuestros cuerpos), que por división
celular (mitosis) formará el embrión de la semilla; mientras que el otro núcleo
espermático se une al núcleo secundario (diploide) del óvulo generando una célula
triploide que por mitosis dará lugar al endospermo o albumen (reserva de
alimento para el embrión).
De
esta forma, cuando la semilla caiga en un lugar apropiado germinará y, gracias
a la generosa reserva (triploide) de alimento, emergerá una nueva planta,
formada por células con un sólo núcleo diploide (con la mitad de su material
genético procedente de la madre y la otra mitad procedente del padre).
Durante
su desarrollo y crecimiento, la feroz competencia que se produce en el suelo
del bosque por acceder al agua y los nutrientes del suelo, resistir la
prelación de los animales herbívoros, así como la carrera en altura, hacia el
dosel arbóreo, en busca de la luz, se encargará de seleccionar a los mejor
adaptados.
Sin
embargo, la inmensa mayoría de los árboles precisan, para su correcto
desarrollo, asociarse a unos seres con una estrategia vital totalmente
distinta, me estoy refiriendo a los hongos que se unen a los ápices de las raíces de los árboles para formar las
micorrizas.
Los
hongos, al contrario que los árboles, producen muy poca materia, básicamente
consisten en unos delgados y endebles hilillos (hifas) que forman una red
(micelio) en el mantillo del suelo del bosque, en el que viven a costa de
descomponer los residuos orgánicos de plantas y animales (saprobios), así como
de los nutrientes (principalmente azúcares) que les proporcionan las raíces de
los árboles con las que se asocian (simbiontes), a cambio de mejorar su
capacidad absorbente y de constituir una eficaz defensa contra infecciones de
hongos parásitos patógenos.
La
reproducción sexual de los hongos superiores (ascomicetos y basidiomicetos) se
realiza cuando dos hifas (haploides) procedentes de sendas esporas, se unen
para formar hifas con dos núcleos compatibles (dicarióticas, provistas de 2
núcleos que nunca se fusionan), cuyo micelio producirá las setas o cuerpos de
fructificación (carpóforos) en los que se encuentran los ascos o basidios que,
mediante meiosis (división celular que implica un reducción a la mitad del
número de cromosomas), producirán las esporas (por lo general con un sólo
núcleo haploide), con lo que se cierra el ciclo reproductor.
A fin de
aprovechar al máximo los efímeros momentos durante los que se producen las
condiciones óptimas para su desarrollo (humedad elevada pero sin encharcamiento
y temperaturas suaves), así como para fructificar con rapidez y abundancia ante
situaciones de estrés o alteraciones que amenacen el medio en el que viven (derribos de árboles por viento, nieve o tormentas, incendios, inundaciones,
excavaciones de animales, apertura de caminos o cortafuegos, etc.), de manera
que las abundantes y ligeras esporas puedan dispersarse a otras zonas con
mejores condiciones donde establecerse, hay momentos en que los hongos
necesitan con urgencia acelerar enormemente su metabolismo.
La solución
biológica para resolver las situaciones que requieren de un aporte extra, para
intensificar su metabolismo, a fin de acelerar su crecimiento y velocidad de
reproducción, es el “sinticio”, es decir, aumentar el arsenal genético mediante
el desarrollo de células con muchos núcleos y también numerosos orgánulos
citoplasmáticos como las mitocondrias (encargadas de la respiración celular) y
retículos endoplasmáticos, ya que ellos albergan el ADN que contiene el código
genético para fabricar tanto las proteínas como los ribosomas (complejos
macromoleculares formados por proteínas y ARN, que se encargan del montaje de
las proteínas mediante la traducción el código genético contenido en el ADN).
Por ejemplo,
las fibras de nuestros músculos son sinticios formados por fusión de varias
células.
En el caso de
los hongos, está demostrado que algunas especies de ascomicetos como las Colmenillas (Morchella) producen esporas con entre 10 y 30 núcleos haploides y,
a su vez, las hifas producidas pueden unirse (anastosomarse) para formar colonias miceliares por las que circulan numerosos núcleos. Por así decirlo,
estos hongos han renunciado a su identidad genética individual, en favor de
aumentar la capacidad de crecimiento, reproducción y supervivencia de la
especie o grupo supraespecífico, lo cual supone una gran dificultad a la hora
de su caracterización, descripción y clasificación taxonómica.
Esto
explicaría cómo es posible que, de la noche a la mañana, salgan multitud de
colmenillas sobre las cenizas de un bosque quemado, observándose una amplia
diversidad morfológica, incluso entre ejemplares que salen en apretados grupos
sobre un pequeño trozo de micelio.
En menor o, al
menos, en cierta medida, algo parecido podría suceder con otros muchos taxones
de hongos, en los que, más que “especies” en sentido estricto, quizás sería más
apropiado hablar de “grupos” infragenéricos, formados por especies, subespecies,
variedades, formas, colonias o ejemplares bastante próximos genéticamente entre
sí, pero que, debido a esa facultad de unir sus hifas y de poner en común su
material genético, al menos en determinados momentos y circunstancias, resulta
muy complicado determinar su grado exacto de parentesco o afinidad.
Esto
explicaría por qué en la micología de setas silvestres nunca se habla de
híbridos, sencillamente, éstos no serían detectables porque el rango de
variabilidad de las especies o “grupos
de especies” descritos ya los englobaría (en caso de que realmente se
produzcan) y, en cualquier caso, es prácticamente imposible estar seguros de
cuál es el “padre” y la “madre” de un determinado micelio que crece en el suelo
de un bosque, con lo cual no es posible saber si se trata de un híbrido o no.
Si bien, en laboratorio se han conseguido producir híbridos artificiales de
champiñón, intraespecíficos entre distintas variedades de Agaricus bisporus.
En
base a diferencias morfológicas, muchas veces bastante sutiles, o a diferencias
en el hábitat, suelen describirse numerosas especies, pero ¿Cómo estar seguros
de que en realidad no se trata de especies con un cierto rango de diversidad de
hábitats, formas, colores y tamaños? ¿Cómo determinar si se trata de diferentes
especies, subespecies o variedades, dentro del rango de diversidad de una misma
especie?
El
rigor clasificatorio taxonómico nos ha llevado a la aberración que supone
denominar con distinto nombre científico (de género y especie) a las distintas
fases (sexual y asexual) de un mismo individuo, por ejemplo la fase asexual del
hongo ascomiceto Gibberella circinata (que se reproduce sexualmente por
ascosporas producidas en ascas) se denomina Fusarium circinatum (anamorfo del
anterior, se reproduce asexualmente mediante clamidosporas producidas en conidios).
En mi opinión,
resulta evidente que la taxonomía linneana clásica (originalmente ideada para
la clasificación de plantas y animales) no se adapta a la compleja y singular
realidad del reino Fungi, sobre todo del subreino Dykaria (por aquello de sus
hifas dicarióticas).
Anteriores entradas de esta sección:
I,
II,
III,
IV,
V,
VI,
VII,
VIII,
IX,
X,
XI,
XII,
XIII,
XIV,
XV,
XVI,
XVII,
XVIII,
XIX,
XX,
XXI,
XXII,
XXIII
y XXIV.
No hay comentarios:
Publicar un comentario