Lo
normal para estas fechas hubiese sido que la Sierra de Cameros durmiese bajo un
manto de, al menos, medio metro de nieve, pero no, en su lugar, una fina lluvia
era arrastrada por el fuerte viento, lo que incrementaba la sensación de frío, si
bien no tanto como el que cabría esperar, lo cual ha propiciado que la
actividad fúngica sea mayor de lo habitual.
Sobre
los restos leñosos de las escobas (Genista florida y Cytisus scoparius) las
lozanas Flammulinas (fennae y velutipes 3ª foto) cubren sus esbeltos pies con gruesos
leotardos de terciopelo, para abrigarse del viento helador del páramo.
En
el valle, al resguardo del pequeño hoyo que forma una turbera, desde la rama de
un sauce, un Pleorotus ostreatus (2ª foto) saca su carnosa lengua, que parece
querer lamer la miel gelatinosa que la Exidia recisa (1ª foto) hace que exude
esa misma rama, como producto de la descomposición de la madera.
Esta
prolongación de la actividad descomponedora de los hongos lignícolas puede contribuir a una disminución de los combustibles
leñosos, el próximo verano ¡No hay mal que por bien no venga! Si bien el refrán
es muy claro al respecto: “Año de nieves, año de bienes”.
Sobre
los restos de una rama de haya, tirada entre la hojarasca del suelo, un bello liquen del género Cladonia (4ª foto) proclama a los cuatro vientos con sus
silenciosas trompetas, la tibieza de este invierno tan benigno en el que la
nieve brilla por su ausencia.
Los
insectos también lo celebran y pueden verse efímeras, escarabajos, orugas y
polillas dándose un paseo anticipado, a finales de enero!
Todavía
queda mucho invierno por delante, ya veremos lo que sucede. En cualquier caso,
yo ya tengo preparado el anticongelante (5ª foto: Patxarán).
Todas las
fotos by Mad Hatter, excepto la 3ª de Flammulina velutipes.
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