La canción que hoy nos ocupa, además de bellísima, es fruto de una historia en la que se conjugan el amor, la vida, la muerte y el fatalismo. Su autor es Tim Buckley, cantautor estadounidense que, a mediados de los 60 decidió apuntarse a un curso de francés. Donde se enamoró de la chica que se sentaba a su lado, Mary Guilbert. A los pocos meses se casaron, lo hacen porque ella creía estar embarazada. Al final resulta que ella no está en cinta. Pero, como son jóvenes, enamorados y recién casados, no les costará en poco tiempo lograr un verdadero embarazo. Sin embargo, una vez lo logran, él se aterrorizó. Se da cuenta de que quiere ser músico y vivir su vida como músico, eso sería incompatible con estar casado y con un hijo. Pide el divorcio. Ella lo acepta sin oponerse porque, como bien decía su madre: “Hay que dejar ir al que se quiere ir”. Un mes antes de que nazca el niño se consumó el divorcio. El bebé se llamó Jeff y también será un músico famoso.
En 1970, Tim publicó el álbum “Starsailor” que incluye la canción que hoy nos ocupa “Song to the Siren”.
A mediados de 1975 Buckley decidió tomarse unos días de farra para descansar de la gira en la que había estado inmerso los últimos meses. No sabemos cuánto bebió ni qué se metió, solamente sabemos que el 29 de junio una de esas veladas frenéticas acabó en casa de su mánager, en Los Ángeles, a altas horas de la madrugada. El mánager estaba encerrado con una chica y Tim no hacía sino molestar al otro lado de la puerta del cuarto pidiéndole más drogas. El mánager se hartó y agarró una bolsa de heroína: “Métetela entera si quieres”, le gritó al arrojársela en el pecho antes de azotarle la puerta en la cara. Y eso hizo Buckley, se la esnifó toda. Murió de sobredosis. Tenía 28 años.
Su hijo Jeff, a pesar de apenas haber conocido a su padre, siguió un destino tristemente similar. Se sentía insuficiente, lo estaba dejando todo y sin embargo se hallaba decepcionado de sí mismo, pensaba que no daba la talla, que podría esperarse mucho más de él. Era tiránicamente autoexigente. Aquello que hacía podía ser una gema para los demás; para él esa joya no estaba jamás lo suficientemente tallada ni pulida. No. Jeff (al menos que sepamos) no cayó en las drogas ni se hizo alcohólico, más bien se dejó abrumar por esa realidad que se había montado en su propia cabeza. Comenzó a hablar con sus amigos cada vez con mayor frecuencia sobre el suicidio, sobre dejarlo todo, sobre abandonar la lucha como un salmón, presa del agotamiento cuando finalmente asume que no tiene más fuerzas y se abandona a la corriente. Que estaba harto de intentarlo para, al final, ver su nombre solamente en el top ten de los músicos más guapos. Los amigos le decían que estaba loco, que cómo no se daba cuenta de su talento, que se mirara a sí mismo en las grabaciones de los conciertos para que evidenciara lo que significaba para los demás. Pero Jeff no se lo creía.
Decidió mudarse a Memphis. Necesitaba un lugar alejado del mundillo neoyorquino para encontrarse consigo mismo, para rasguñar en su interior a ver si había algo auténtico y digno que sirviera de materia prima para su segundo disco. Algo que –como diría Montaigne– superara el más implacable de todos los juicios, el de la propia conciencia. Llegó a grabar unas maquetas y cuando le avisaron que tenía pauta fijada para grabar el nuevo disco en un estudio y con todos los hierros, pidió a mitad del camino parar junto al río para nadar un rato.
Dicen que Jeff Buckley se metió a las aguas del río Wolf, un afluente del Mississippi, llevando un grabador sobre los hombros mientras cantaba el coro de su canción favorita de Led Zeppelin. Le gritaron desde la orilla que se devolviera, caía la tarde, aquel río era conocido por ser traicionero; pero Buckley no escuchó. No quiso escuchar. Se siguió internando en el agua y en eso pasó un barco remolcador que agitó la marea. De pronto Jeff dejó de estar. Se había borrado del horizonte.
Elizabeth Fraser nació en Grangemouth (Escocia), en agosto de 1963. En 1979, fundó la banda pionera de “Dreampop” Cocteau Twins, junto a su amigo Robin Guthrie, que tocaba la guitarra eléctrica, con el que mantuvo una relación amorosa y tuvieron un hijo, si bien rompieron en 1993. Fue muy duro que ambos, por contrato, estuvieran obligados a seguir trabajando juntos, tras su ruptura. Justo en ese momento Liz conoció a Jeff, ella lo describió con estas palabras: “Conocer a Jeff fue como tener todo ese color en mi vida de nuevo”. Su relación fue muy íntima, profunda e intensa, toda esa complicidad y química se refleja en el proyecto “All Flowers in Time Bend Toward the Sun” (1994). Si bien, en 1995, ambos artistas finalizaron su relación y se separaron, posiblemente debido altrastorno bipolar que sufría Jeff y que le conduciría a la muerte dos años después.
Pero lo más curioso, fue que, en 1984, en un grupo paralelo This Mortal Coil, que Ivo Watts-Russell, el fundador del sello discográfico independiente “4AD”, había creado, Elizabeth Fraser cantó, de manera sublime y estremecedora, una versión del tema “Song to the Siren” que Tim Buckley, el padre de Jeff había compuesto en 1970.
Sin duda, una gran historia, en la que el destino parece haber conectado las vidas de al menos tres personas, en una inexorable trenza en la que se entrecruzan el amor, la vida y la muerte.
1) Tim Buckley (Los Ángeles (USA), 1970).
2) This Mortal Coil (London (UK), 1984).
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