Un imponente rojo corporativo trataba de contrarrestar la sobriedad y frialdad de la solemne ceremonia. Las rayas diplomáticas enmarcadas en blanco, negro y rojo se plegaban conformando geometrías que en ocasiones recordaban una esvástica y en otras una hoz y un martillo. El gran despliegue tecnológico nos sumergía en el ambiente de alguna novela futurista del tipo de “Un mundo feliz” o “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, pero el omnipresente logo en forma de antorcha imperial, nos traía de nuevo a la realidad, asistíamos a la coronación de la nueva emperatriz de las finanzas, cuando aún no se había enfriado el cadáver de su padre. Un ilustre cántabro que el destino quiso que se fuera acompañado de otro gran peso pesado de la economía española, nacido en el vecino Principado de Asturias, Isidoro Álvarez, Presidente de “El Corte Inglés”.
Se dice que
la muerte iguala a los hombres, pero lo cierto es que el
enriquecimiento amasado durante toda una vida, raramente es
individual sino que es heredado por los hijos o la familia (genes)
que deja en este mundo.
En este
caso, la heredera del Imperio Botín se asomaba,
con una inescrutable y serena mirada de halcón, a una de esas
grandes pantallas de plasma que la casta de los intocables utiliza
para dirigirse a la plebe, con el doble objetivo de impresionar y no
exponerse al riesgo de contaminación que suponen sus preguntas,
ideas o el simple contacto.
En una de
las entrevistas que han recordado estos días,
el propio Emilio Botín reconocía que, realmente, el trabajo de
banquero es más sencillo de lo que parece y, leyendo entre líneas,
en el fondo traslucía la filosofía en la que está basado el
enriquecimiento de la banca: “El que reparte se queda con la mejor
parte”.
Resulta
curioso este
paralelismo estético entre el rojo del comité del partido comunista
de China o de la extinta Unión Soviética y el rojo del consejo de
administración del Banco de Santander. Especialmente ahora, cuando,
tras décadas de alternancia
bipartidista, la socialdemocracia ha demostrado una perfecta
acomodación al capitalismo dominado por el
poder
financiero, mientras que la verdadera
“izquierda” se ha dado cuenta que, si alguna vez quiere gobernar
este país, debe ser capaz de renunciar a parte de su carga
ideológica y cambiar de paradigma, abriéndose a la
participación ciudadana.
Da la
impresión de que, mediante el uso de la
imagen, se trata de contrarrestar las rémoras históricas,
aparentando lo que no se es, de manera que el mundo financiero no
pone reparos en exhibir una sobria, aunque apabullante, estética de
inspiración bolchevique; mientras que los “rojos” renuevan su
aspecto con un cierto aire fresco y juvenil de sensata
intelectualidad.
Pero dejémonos
de gaitas, uno se mete en política por dos motivos fundamentales:
1º) Mejorar la
sociedad en base a unos ideales.
2º) Satisfacer
la legítima y lógica necesidad de crecimiento personal, de manera
que tu opinión es tenida en cuenta para hacer política, porque,
además, si no, otros la harán por ti.
En este
caso, el orden de los factores es primordial, ya que el punto segundo
puede transformarse en una desmedida ambición de poder, y el
“crecimiento personal” es entendido por algunos como
“enriquecimiento” a toda costa, de manera que hay políticos que
invierten el orden y adaptan sus ideales en beneficio propio, es
decir, lo importante es mantenerse en el poder, “manejar el
cotarro” para que “los míos” (mi familia, mi clan) se coman un
pastel cada vez más grande, lo cual repercute en beneficio de toda
la sociedad, que vive de las migajas (también cada vez más grandes)
que se caen de la mesa de un infinito festín.
Hay
personas que no toleran la incertidumbre, necesitan manejarlo todo,
tenerlo todo garantizado, asegurado y controlado.
Se plantean la vida como una feroz competición, en la que el fuerte
se come al débil. Su mundo es bipolar y maniqueo, sólo hay dos
opciones: o estás arriba o estás abajo, o pisas o eres pisoteado,
ganas o pierdes, eres de los buenos o de los malos.
Pero el
mundo real no funciona así, los
recursos son finitos, y siempre han existido, existen y existirán
numerosos imponderables que no podemos controlar ni, en muchos casos,
siquiera prever. Vivimos en un mundo cambiante en el que no
sobreviven los más fuertes sino los que mejor y más rápido se
adaptan a los cambios, y eso es algo que el ser humano ha logrado
principalmente por su capacidad de cooperación con sus semejantes,
inteligencia, lenguaje, comunicación, todo ello al servicio de vivir
en comunidad para superar con éxito los problemas.
Por eso,
cuando uno tiene claro cuáles son los objetivos
y las prioridades, no debería importar quién lleva la iniciativa,
quién está al frente o quién realiza cada labor, lo importante es
trabajar en un equipo lo más grande, coordinado y cohesionado que
sea posible para alcanzar esos objetivos.
Ahora mismo
estamos viviendo
un momento histórico crucial, una oportunidad única que debemos
aprovechar para realizar los cambios socioeconómicos que determinen
el futuro desarrollo sostenible de la humanidad.
En
cualquier caso, los personalismos y el excesivo ensalzamiento de
líderes carismáticos nunca son buenos.
Resuena en
el sombrero: “Mal español”.- Love of Lesbian (Barcelona, 2014).
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