A finales de los 70, el movimiento “Punk” surgió como un revulsivo a la comercialización de la música y la cultura. Fue una revolución juvenil que reivindicaba la inmediatez, la desinhibición, la espontaneidad, el hazlo tú mismo y la libertad, que tuvo cierta conexión con el “Anarquismo”.
Años más tarde, a principios de los 80, el Punk se fue oscureciendo, dejándose influenciar por el cine de terror, el “Gore” y la literatura más tenebrosa del romanticismo, en lo que se llamó “Afterpunk siniestro” o “Rock Gótico”.
Por eso, a quienes vivimos aquellos tiempos, se nos clava una espina en el corazón cuando vemos camisetas de Los Ramones a la venta en los grandes almacenes, y suena su música en el hilo musical de los centros comerciales.
El capitalismo lo absorbe todo y, en cierto modo, todo se frivoliza. De forma que se ha llegado a la paradoja que la imagen de artistas tan oscuros, singulares y alternativos como Jeffrey Lee Pierce (Gun Club) y Nick Cave (Birthday Party) haya llegado a tener cierta similitud con la de políticos conservadores como José María Aznar (España) y Boris Johnson (Reino Unido), y no sólo porque algunos de los viejos punks han cambiado la chupa de cuero negro por el traje de chaqueta azul marino, por el alborotado peinado de algún político un tanto estrambótico, o por la muerte del Anarquismo. Sino porque hay algo misterioso y terrorífico en la forma en la que todo evoluciona.
Pido perdón, de antemano, por la herejía que supone la publicación de esta entrada, pero me apetecía reflexionar por la forma en la que todo y todos evolucionamos, envejecemos, cambiamos y vamos decayendo, inexorablemente. Así como, por el misterio y el terror que siempre están presentes en nuestras vidas, a veces de forma solemne, y otras de un modo un tanto ridículo y sorprendente.
Resuena en el sombrero: “Hand of God”.- Nick Cave & Warren Ellis (París, 2021).
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