La palabra “selva” inmediatamente nos traslada a latitudes tropicales y pensamos en esa cerrada e inmensa maraña vegetal, que en ocasiones ha sido calificada como un “infierno verde”, poblada por árboles gigantescos de los que cuelgan lianas y otras plantas trepadoras, hay mucha “maleza” por todas partes, y el ambiente a menudo se hace agobiante debido al calor, la humedad y la abundancia de insectos y otros “bichos”.
Sin embargo, en Europa, mucho más cerca de lo que creemos, existen formaciones vegetales que, a menor escala, nos recuerdan ese ambiente selvático. Lógicamente, éstas son más genuinas y de mayor entidad cuanto más al Sur nos encontremos, así en las Islas Canarias más occidentales, con un clima subtropical, tenemos la denominada “Laurisilva”, un bosque siempre verde (perennifolio), con árboles y arbustos de hojas lauroides, con abundantes helechos y musgos, especializado en la captura por condensación del agua que llevan las nieblas y los vientos húmedos procedentes del Océano Atlántico, en forma de la llamada “lluvia horizontal”. Es decir, en estas zonas la existencia de millones de hojas de consistencia bastante dura (coriácea) que se encuentran a una temperatura relativamente fresca, debido a la transpiración, hace que el vapor de agua del aire se condense en su superficie y gotee al suelo, a lo cual ayuda la forma suave y ovalada de las hojas, con una punta frecuentemente acuminada, en forma de gotero, de manera que, aunque no esté lloviendo, si paseamos por uno de estos bosques podemos acabar totalmente empapados.
La variedad y diversidad de árboles y plantas de la laurisilva canaria es impresionante y abundan los endemismos específicos del archipiélago o incluso de cada isla. El clima suave durante todo el año, con una muy escasa variabilidad estacional, propicia que en este bosque se encuentren frutos a lo largo de todo el año, de los que se alimentan algunas aves especializadas, escasas y endémicas de estos bosques, como son las bellas palomas turqué y rabiche.
Más al norte, ya en la Península Ibérica, nos encontramos con los llamados “canutos” gaditanos, se trata de estrechos barrancos por cuyo fondo discurren arroyos, y cuya orientación favorece la existencia de un ambiente húmedo y una temperatura suave durante todo el año, de manera que, aunque nos encontramos en pleno ámbito mediterráneo, el clima local es prácticamente subtropical. Estos “canutos” están cubiertos por un bosque relicto (resto de las laurisilvas más extensas que cubrían parte de la Península Ibérica durante la Era Terciaria), en los que encontramos Alcornoques (Quercus suber) y Encinas (Q. ilex ssp. rotundifolia), con un sotobosque de Rododendros (Rhododendron ponticum), Loros (Prunus lusitanica), Durillos (Viburnum tinus), Mirtos o Arrayanes (Myrtus communis) y Madroños (Arbutus unedo).
En la parte septentrional y central de la costa mediterránea tenemos los llamados “alsinares”, en los que la especie dominante es la Alsina (Quercus ilex ssp. ilex) o subespecie costera de la encina, que se diferencia de la encina “de hoja redonda” y más o menos pinchuda (Q. ilex ssp. rotundifolia) que encontramos más hacia el interior, en que sus hojas son de mayor tamaño, tienen forma más alargada y con el borde liso, sin dientes espinosos. Junto a ella, formando la asociación fitosociológica denominada Viburno tini – Quercetum ilicis, encontramos arbustos de hoja perenne como el Durillo (que da nombre a la asociación), el Matabueyes (Blupeurum fruticosum), el Emborrachacabras (Coriaria myrtifolia) y el Madroño.
Más al norte aún, en las costas del Cantábrico, encontramos el llamado encinar costero cantábrico o encinar con laurel (Lauro nobilis – Quercetum ilicis), en el que las encinas también son de la subespecie costera –ilex-, y junto a ella viven arbustos altos o arborescentes de hoja perenne como el Laurel (Laurus nobilis), el Aladierno (Rhamnus alaternus), la Olivilla (Phillyrea latifolia) y el Madroño.
Hacia el interior, sobre suelos calizos, tenemos unos curiosos encinares denominados genéricamente “montanos”, por ser propios de climas más fríos y no demasiado secos, al tener cierta influencia atlántica, no siendo claramente mediterráneos, sino que se les denomina “submediterráneos”, en los que ya aparecen especies caducifolias como el Quejigo (Quercus faginea), el Arce de Montpellier (Acer monspessulanum), el Pomar (Sorbus domestica), la Cornicabra (Pistacia terebithus), la Espirea (Spiraea hispanica ssp. obovata) y el Guillomo (Amelanchier ovalis). Dentro de este grupo, el de zonas más cálidas (termófilo) es el llamado “Encinar estellés” (Spiraeo obovatae - Quercetum rotundifoliae “arbutetosum”), que es propio de la subregión estellesa-riojana, si bien, al tratarse de zonas de transición, no existe una separación clara entre los diversos subtipos de encinares o asociaciones fitosociológicas que han sido descritas, en las que participan la encina y el quejigo como especies arbóreas dominantes, y la cosa se complica aún más si tenemos en cuenta que la vegetación real que encontramos sobre el terreno suele ser un mosaico compuesto por las diversas asociaciones de arbustos, matorrales y herbáceas que componen las llamadas series de vegetación que caracterizan las etapas evolutivas de degradación a partir del denominado bosque climácico (máxima evolución posible). Es decir, un encinar diverso y evolucionado, al ser talado, quemado o sobrexplotado por el ganado, se transforma en un matorral alto, en este caso puede dar origen a bujedos (Buxus sempervirens), frecuentemente con enebros y sabinas (Juniperus spp.), o bien a brezales altos (Erica arborea) con madroños, durillos y jaras (Cistus albidus). A su vez, si la degradación continúa, el bujedo puede transformarse en un aulagar (Genista scorpius) y los brezales altos pueden dar lugar a brezales bajos (Erica vagans). Y si la degradación continua, los aulagares pueden dar paso a un tomillar (Thymus vulgaris), mientras que los brezales irán siendo cada vez más ralos hasta convertirse en pastizales que, en estos climas, suelen estar compuestos principalmente por diversas especies de Lastón (Brachypodium spp.).
Lógicamente, en las vaguadas más húmedas, protegidas del viento y con un suelo más profundo, es posible que se alcancen con mayor frecuencia las etapas más evolucionadas del encinar, con árboles más altos y una gran diversidad de especies, en su mayoría tolerantes (que toleran la sombra); mientras que a medida que ascendemos por las laderas, especialmente en orientaciones de solana, encontramos matorrales cada vez más bajos y con especies predominantemente intolerantes (propias de zonas soleadas en terrenos abiertos).
Sin embargo, en este tipo de encinar, es curiosos comprobar como en cada nivel o estrato se da una estructura parecida de vegetación muy densa y tupida, en la que predominan especies leñosas con hojas perennes y coriáceas. Así, en las zonas más altas y azotadas por el viento, sólo aguantan las especies que apenas levantan unos pocos centímetros del suelo, como son las rastreras: Gayuba (Arctostaphylos uva-ursi), la Bufalaga (Thymelaea ruizii) y la Jarilla (Helianthemum nummularium). Entre las matas bajas tenemos brezos como Daboecia cantabrica, Erica vagans y Erica cinerea, una curiosa liliácea pinchuda como el Rusco (Ruscus aculeatus), así como jaras de pequeña talla como Cistus salvifolius. De porte algo más alto tenemos al Torvisco (Daphne gnidium), la Jara blanca (Cistus albidus), la Retama loca (Osyris alba) y el Brezo blanco (Erica arborea). Luego viene el piso de los arbustos altos como el Boj (Buxus sempervirens), los Enebros (Juniperus communis y J. oxycedrus), la Sabina mora (J. phoenicea), la Coscoja (Quercus coccifera), el Labiérnago (Phillyrea angustifolia), el Aligustre (Ligustrum vulgare), el Durillo, el Aladierno y el Madroño. Plantas trepadoras como la Rubia (Rubia peregrina), la Hiedra (Hedera helix), la Madreselva (Lonicera implexa) y la Clemátide (Clematis vitalba).Y, por último, en el estrato arbóreo tenemos la Encina, el Quejigo, el Arce de Montpellier y el Pomar, si bien estos tres últimos son árboles de hoja caduca, más acordes con las latitudes en las que nos encontramos, pero que se salen un tanto de la estructura de “laurisilva” planteada.
Si bien, lo cierto es que, en general, estos bosques y matorrales se comportan como pequeñas laurisilvas de bajo porte, ya que también tienen una considerable capacidad de condensación del agua atmosférica, en estas zonas de clima relativamente seco, pero en las que son frecuentes los vientos húmedos procedentes del Atlántico, así como la formación de nieblas a primera hora de la mañana.
Por todo ello, debemos valorar como se merecen nuestros ricos y variados matorrales mediterráneos, submediterráneos y cantábricos.
Fotos by Mad Hatter: 1º) Madroño (Arbutus unedo). 2º) Coscoja (Quercus ilex). 3º) Enebro (Juniperus communis). La Rioja, otoño de 2011.
Resuena en el sombrero: "Move to the Jungle".- The Rescuers (Madrid, 1988).
1 comentario:
Que buen repaso a la vegetación y flora más húmeda de la Península Ibérica ¡¡
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