sábado, agosto 01, 2009

La Pottoka Salvaje



El sol estaba en lo más alto del cielo y caía implacable sobre los dorados pastos agostados, los blanquecinos peñascos y sobre nuestras locas y juveniles cabezas.

Al cumbrear el collado, nos reconfortó una fresca brisa y la impresionante vista de "Morro Gimeno", con sus afloramientos rocosos, sus pequeños cortados calizos, sus dolinas, sus pastos ondulados como un mar dorado sobre el que se alzan al fondo las altivas hayas, con un verde lujurioso, tachonado en lo alto de las copas por un incipiente ámbar, anticipo del cromatismo otoñal, pero todavía frescas y sombrías en su base, junto al suelo salpicado de rocas blanquecinas.

En los pastos, desperdigados por la ladera y el pequeño valle, se encontraba un grupo de yeguas y caballos, pastando apaciblemente bajo el sol, mientras espantaban las moscas con el movimiento de su cola, los tics nerviosos de su piel, la agitación de sus orejas, eventuales resoplidos y alguna que otra patada y elevación de sus cascos.

Pero la vista, inevitablemente, se nos iba a la fuente de cristalinas y gélidas aguas que hay en el fondo del barranco, con un pequeño abrevadero para el ganado. El sonido del chorro de agua resonaba en el valle y era música celestial para nuestros oídos, por lo que salimos corriendo a refrescar nuestras resecas y sedientas gargantas.

Al acercar los labios al chorro cristalino de vida, la palabra "agua dulce" adquiere todo su significado. No hay mejor bebida cuando se tiene sed, realmente, que el agua fresca, pura y cristalina de un manantial de montaña.

Con la sed ya más calmada y las nucas, caras, muñecas y manos refrescadas, nos deleitamos en la contemplación de los tritones que nadaban lánguidamente y se escondían entre las ovas del abrevadero.

Y entonces fue cuando la vi, una hermosa yegua pottoka de terso pelaje rojizo resplandeciente con su grupa al sol, ejercía una llamada irresistible para un jovenzuelo asilvestrado de mi edad. Ni corto ni perezoso, me acerqué caminando muy despacio hacia ella, llegué hasta su lado y le acaricié el hombro, ella levantó la cabeza para comprobar qué diablos era aquello que había osado interrumpir su apacible apacentamiento, me miró de reojo con apatía y desdén, y volvió a bajar la cabeza para seguir pastando. Entonces, retrocedí unos pasos para coger algo de carrerilla y de un rápido salto me subí a su grupa, la agarré de las crines y con un golpe de talones en su barriga grité "¡Arre!" Pero la austera y tranquila pottoka seguía pastando impertérrita. Decepcionado, me quedé allá arriba, algo cabizbajo y pensativo. Entonces, inesperada y rápidamente, la yegua alzó la cabeza y arrancó a todo galope. A duras penas, aterrorizado y agarrado a las crines como pude, alcancé a vislumbrar que la pottoka se dirigía a toda velocidad hacia el hayedo y que el primer árbol extendía peligrosamente una rama baja justo a la altura de la cruz de mi imprevisible montura. No tenía alternativa posible, tuve que saltar en marcha, salí revolcado a trompicones por el duro suelo y me quedé tendido con la cabeza a escasos centímetros de una piedra.

Polvoriento y con la espalda y el orgullo heridos, regresé a la fuente donde me esperaban mi hermano y algunos amigos riéndose a carcajada limpia, mientras mi padre me miraba fijamente con el ceño fruncido. Este último me echó una buena reprimenda por mi estúpida temeridad y me advirtió de la suerte que había tenido, ya que me podría haber desnucado fácilmente contra aquella piedra, y que las pottokas salvajes no están acostumbradas a que nadie las monte, en aquellos solitarios parajes.

Poco después, degustábamos algunos trozos de queso, salchichón, chorizo y jamón con pan, todo ello acompañado por la bota de vino y muchas risas, mientras comentábamos las peripecias de la excursión a la que mi sorprendente arranque de locura había puesto la guinda, desde todos los puntos de vista posibles, incluido el de los perros que nos miraban con esa cara de perplejidad en su cabeza ladeada que sólo ellos saben poner.

Al llegar a casa, hice el dibujo que veis arriba, una copia del cual envié a un concurso del programa de radio "Sin Nicotina", donde el honesto e inolvidable Fernando García sorteaba algunos ejemplares del "Old Ways" de Neil Young. Tuve la suerte de que me concedieran uno, como premio a la atrevida proeza de tan joven e intrépido cowboy riojano urbanita, y así fue como un servidor comenzó a aficionarse a la música country, escuchando canciones como esta:

Resuena en el sombrero: "Wayward Wind".- Patsy Cline (Nashville (Tennessee), 1961).




6 comentarios:

Le Mosquito dijo...

Servidor no habría rfeunido valor ni para la carrera.
Cuantes sorpresas guardas bajo tu sombrero.

Mad Hatter dijo...

¿Verdad "Mosquito"? Lo mismo paso de los estremecedores aullidos psicodélicos de Sky Saxon en el "Can´t seem to make you mine" que a la suave, serena e impresionante voz de Patsy (no confundir con Patxi).
Es que también soy un poco "viento caprichoso", sí.
Por cierto, aclarar que la pottoka es una raza de pequeños caballos, algo más grandes que un ponny, que se crían en los montes vascos. En la Sierra de Cameros hay algunos que si no lo son, se les parecen mucho. Es un ganado muy duro y rústico.
Me descubro para saludarle Sr. Mosquito. Y alejese de las colas equinas.

atikus dijo...

Que bueno el dibujo!...jope osea que desde que ganaste el concurso de Rockola te aficionaste a mandr dibus a programas de radio jeje!!

Yo no he montado nunca encaballo, de pequeño me querían montar en un burro vasco, que igual era parecido perome dió miedo, luego h montado en un dromedario qe es superalto...encima el que me toco ami el capullo corria que se las pelaba!

este finde esta refrescando, menos mal no??...vamos par los baistas no peo para ti y par mi (que paso de playa)...mejor

Mad Hatter dijo...

Pero "Atikus", un vasco aguerrido como tú... ¿No me digas que en Mutriku no hay pottokas?
La verdad es que tuve bastante suerte con los concursos radiofónicos (je, je).
Lo del dromedario qué fue en Canarias o es que hiciste de rey Baltasar (va-a-saltar y se cayó)?
Sí, sí, por aquí hasta ha llovido un poco, no veas lo bien que viene precisamente esta semana que estoy de guardia.
Yeeeeehaw!!!

Paco Becerro dijo...

Ese joven cowboy, de ahí tu afición al country, a los sombreros, y a las praderas con sus pocahontas incluidas...

El éxito que han tenido siempre tus dibujos, Mad, jajaaja.

Enhorabuena.

Mad Hatter dijo...

Gracias "Futuro Pottokero".
Bueno, los dibujos que no han tenido tanto éxito no los saco, pero son muchos más, no te creas.
La verdad es que creí que ya había puesto este en alguna entrada antigua, pero debí haberlo soñado. El caso es que antes de ayer lo encontré en una carpeta y me decidí a publicar esta entrada.
Abrazos al lazo.