Cuando era
pequeño, recuerdo que los Reyes me trajeron el “Exín Castillos”, me pasaba
horas construyendo fortalezas que luego me dedicaba a asediar y defender con
mis guerreros de plástico. Unos años más tarde, me trajeron un ajedrez, y
aprendí lo que es enrocarse… “A, o sea, que si la cosa se pone fea, puedes
intercambiar el rey con la torre ¡Menudo chollo!”.
Al viajar a
lo largo y ancho de España, uno puede comprobar que el paisaje está jalonado de
las viejas ruinas de nuestro belicoso pasado, no sólo en la vasta meseta castellana, sino
también en costas, montañas, ciudades y todo tipo de lugares. Pétreos testigos
de la importancia que tuvo en el pasado defenderse de los enemigos.
Hoy también
existen enemigos que nos acechan y coartan nuestra libertad, el problema es
que, actualmente, resultan mucho más difíciles de detectar y localizar, son
mucho más sutiles, no los vemos, pero todos sabemos que están ahí.
Quizás por
eso hemos conservado una tendencia a enrocarnos en nuestras pequeñas fortalezas:
la Unión Europea, España, nuestra Comunidad Autónoma, nuestro pueblo, nuestra
casa,… hasta que, finalmente, terminamos encerrados en nosotros mismos.
Una de las cuestiones
más importantes para cualquier tipo de defensa es la información, saber lo que
piensa el enemigo con la suficiente antelación, quizás por eso aquí somos
tan cotillas y tienen tanto éxito los programas “del corazón”.
Nuestro país
también se caracteriza por una notable resistencia al cambio, el temor a
innovar, el amor por las tradiciones, a encerrarnos en nuestros viejos
castillos.
Unos
castillos habitados por los fantasmas de los caídos en épicas batallas,
gloriosas gestas y románticas leyendas de princesas moras que murieron por amor
a un caballero cristiano.
Ese ideal
romántico y exótico siempre ha resultado tremendamente atractivo para los
extranjeros que nos visitan, especialmente para los ingleses, acostumbrados a
sus tétricas y frías fortalezas de húmedas y mohosas murallas, enmarcadas en
paisajes de suaves y verdes colinas, por lo que les resulta muy chocante contemplar
nuestras luminosas ruinas, encaramadas sobre soleados peñascos, en parajes
semidesérticos, por los que se pasearon los moros, e incluso, en su Gibraltar
querido (foto de arriba), hasta pueden verse monos correteando sobre sus
almenas.
Pero,
quizás, lo que les parezca aún más chocante, es que un pueblo tan aficionado a
la siesta y la fiesta, haya sido capaz de organizarse para levantar semejantes
moles de piedra, en unos lugares tan inhóspitos y escarpados.
Y es que a
los españoles nos cuesta mucho ponernos de acuerdo en algo, organizarnos y
ponernos a trabajar, pero cuando lo logramos, conseguimos realizar magníficas y
memorables obras.
Si bien, en
lo que realmente somos expertos, es en hacer castillos en el aire, sobre todo
nuestros políticos, ellos sueñan, maquinan, mienten, hacen todo tipo de
diabluras y, aún así, consiguen enrocarse y aferrarse al sillón para perpetuarse
en el poder, al igual que los castillos permanecen impertérritos y eternos en
lo alto de los cerros.
Resuenan en
el sombrero: Ya lo decían los británicos Armoury Show: “No one, no one, no one
keep moving”, a principios de los 80, en su canción “Castles in Spain”, por no mencionar ese otro vídeo de los inglesitos The
Colourfield quienes, tras veranear en Torremolinos, se inspiraron para hacer “Castles in the Air”, entre batas de cola con horrendos volantes de brillos
metálicos y retratos picasianos de pacotilla ¡Gibraltar español!
Foto: Castillo árabe de Gibraltar,
construido en el siglo VIII y remodelado en el XIV, es la fortaleza morisca más
antigua y posee la torre más alta de la Península Ibérica.
2 comentarios:
This is great!
Thanks a lot Chi!
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