La historia
que voy a contar a continuación es totalmente verídica, sucedió en septiembre
de 2004, pensé que ya había escrito sobre
ello, pero ahora, al recordar alguna de las canciones, he caído en la cuenta de
que no es así, creo recordar que sólo se la envié en privado a
Manolo Fernández (igual él lo puede confirmar) y algún otro amigo (creo), por eso me ha apetecido rememorar
aquella historia:
Las orugas
de la procesionaria del pino tienen la mala costumbre de nacer al rededor de mediados de septiembre,
por lo que suele coincidir con la fiesta de la vendimia (San Mateo), aquí en La
Rioja, y como un servidor es el encargado de contratar, organizar y coordinar
desde tierra las fumigaciones aéreas contra esta molesta plaga urticante, ello
implica que, muchos años, mientras casi todos mis paisanos están trasnochando y
pasándoselo en grande, yo me tengo que pegar unos madrugones tremendos, para
aprovechar las condiciones óptimas en las que se realizan este tipo de vuelos,
esto es: gran estabilidad atmosférica, elevada humedad relativa y baja
temperatura, las cuales suelen darse al amanecer.
Así que,
allí estaba yo conduciendo un todo terreno por una pista de grava, entre dos
luces, con la única compañía de la radio. Una de las pocas ventajas de trabajar
a estas horas es que coincidía con el horario de uno de mis programas favoritos
“Toma Uno” (Radio 3) del
entrañable Manolo Fernández, una enciclopedia viviente en lo que a Country y
Americana se refiere, con una voz tremendamente serena y agradable.
A esas
horas, el rocío impide que el coche levante mucho polvo a su paso, la grava
caliza desprendía una tenue bruma blanquecina que permanecía suspendida en el
aire fresco de la mañana, a pocos centímetros sobre el suelo, dejando una fina
capa cenicienta sobre las hojas de las zarzas de la cuneta, mientras en la
radio sonaba el “Car wheels on a
Gravel Road” de Lucinda Williams (1998).
Al llegar a
un pequeño mogote, junto a una viña en Haro, desde el que se divisaba el monte
que íbamos a tratar aquella mañana, detuve el coche, saqué los prismáticos y
salí afuera para echar un vistazo y comprobar la temperatura y si por allí soplaba
el viento. Hacía fresquito, tuve que ponerme la chaqueta, y la calmachicha era
total, no se movía una hoja, así que cogí el móvil y llamé al piloto, que
estaba en la base del aeropuerto, para decirle que las condiciones eran óptimas
y que podía venir, que no olvidara sintonizar la radio en la frecuencia
acordada, mi distintivo sería “60” y el suyo “Delta-1”.
Al guardar
el móvil, ya más relajado, pude disfrutar del grandioso espectáculo de los cortados
calizos de los Montes
Obarenes reflejando los primeros rayos de sol con bellas tonalidades sonrosadas,
mientras se escuchaba de fondo el monótono y melancólico canto del Escribano
soteño, ya que, para escuchar bien el móvil, había apagado la radio.
Sí, allí
estaba el discreto pajarillo parduzco (segunda foto), hinchando su pecho
amarillento y su negra garganta, para lanzar sus modestos trinos desde su
posadero, en lo alto de un rosal silvestre. Más abajo, en la viña cercana,
comprobé que los apretados racimos de “Tempranillo” ya estaban bien maduros, así que me acerqué para endulzarme la
mañana probando unas pocas uvas, con su pruina azulada cubierta de pequeñas
gotas de rocío.
Escupí los
pipos, me introduje en el coche, arranqué y encendí la radio para dirigirme al
pinar de San Felices, donde esperaría la llegada de la avioneta modelo “Piper
Brave” (4ª foto), para comenzar el tratamiento. Atravesando el pinar, llegué hasta un
pequeño valle cubierto de pastos, donde apagué el motor para escuchare mejor
una de mis canciones favoritas –“ Girl from the North Country”- interpretada a dúo, nada más y nada menos que por Bob Dylan y Johnny Cash.
Entonces me di cuenta que en el prado cercano estaba pastando una pareja de
corzos ("Roe deers", 1ª foto), así que se me ocurrió hacer un experimento, baje la
ventanilla del coche y, poco a poco, fui subiendo el volumen de la radio.
Llegado un punto, los corzos levantaron bruscamente la cabeza, orientando sus
grandes orejas hacia el coche, se quedaron unos segundos mirándome fijamente y...., simplemente, continuaron pastando plácida y tranquilamente ¡Realmente parecían
disfrutar de la música!
Al poco
rato, el estruendo del motor del avión, irrumpiendo a baja altura sobre el
valle, espantó a la pareja de corzos que se adentró en la espesura del pinar
con un par de elegantes brincos, mientras por la banda aérea escuchaba al
piloto diciendo: “Delta-1 para 60, ya he llegado a la zona, supongo que estará
en el coche que veo junto al prado, cambio”. A lo que respondí: “Afirmo
Delta-1, todo despejado, puede comenzar el tratamiento”.
En una de
las primeras pasadas, pude comprobar, por las diminutas gotitas homogéneamente
distribuidas sobre el parabrisas del coche, que la aplicación del producto
estaba siendo correcta. Aunque el insecticida utilizado es ecológico (a base de
toxinas y esporas de la bacteria Bacillus thuringiensis) y sólo resulta tóxico
para las larvas de lepidópteros, rápidamente me fui de allí, para evitar
ensuciar más el coche, así como respirar aquel aroma como a vinagre picante que
resulta algo molesto e irritante.
A los diez
minutos, el avión tuvo que regresar a la base para cargar más producto y poder
terminar aquel sector. A su regreso, el sol ya empezaba a calentar un poco y en
las laderas ya se notaba una ligera brisa ascendente y alguna pequeña
turbulencia. El avión a plena carga se adentró en un barranco, desde lo alto de
mi oteadero no podía verle, sino que sólo escuchaba el eco del rugido del
motor, reverberando en las paredes de los cañones kársticos, a los pocos
minutos escuché por la emisora la voz temblorosa y entrecortada de Antonio (el
piloto) diciendo que, debido a una turbulencia y al peso del depósito lleno,
había tenido que arrojar el producto para poder salir del barranco “in
extremis” sin estrellarse y que regresaba a base. Al escuchar aquello, me quedé
totalmente pálido, casi tan blanco como mi mente, durante los pocos segundos
que tardé en reaccionar: “Recibido Delta-1, tranquilo, no se preocupe, el
tratamiento queda suspendido, cuando regrese a base llámeme por teléfono, por
favor”.
Aunque se
sabe que el vuelo de fumigación es uno de los más peligrosos, por tener que
volar a baja altura durante mucho tiempo, uno nunca piensa que le va a tocar
afrontar este tipo de situaciones y pensé para mis adentros: “¡Me cagüen la
puta, si se me mata un tío por tratar la mierda de bicho este, no sé lo que
haría! ¡Menos mal que todo se ha quedado en un susto! ¡Gracias Dios mío!”.
Al llegar al
aeropuerto, me llamó Antonio diciendo que en esos barrancos de Obarenes se
encajona el viento y hay unas turbulencias de la leche, y que, como había
tenido que cargar mucho la avioneta para terminar ese sector, casi no lo
cuenta, a lo que yo le contesté que por favor no me volviera a dar esos sustos,
que no asumiese tantos riesgos, que si hay que hacer un viaje más, tardar un
par de días más en terminar el tratamiento o simplemente suspenderlo, que no
pasaba nada. A lo que Antonio me contestó que él es un profesional de esto, con
muchas horas de vuelo, que no se volvería a repetir y que por favor
continuásemos mañana, porque él tenía que terminar el trabajo. “Está bien
Antonio, como prefieras, pero por amor de Dios, no me vuelvas a dar estos
sustos ¡Que le den por culo a la procesionaria!¡De verdad!”, le contesté.
Afortunadamente,
el resto del tratamiento continuó sin incidencias de ningún tipo y pudo
terminarse a tiempo, pero lo cierto es que, a partir de entonces me lo pienso
dos veces antes de programar tratamientos aéreos, a lo cual también ha ayudado
la publicación del Real Decreto 1311/2012,
por el que se establece el marco de actuación para conseguir un uso sostenible
de los productos fitosanitarios, el cual prohíbe los tratamientos aéreos, con
carácter general, salvo autorización extraordinaria del Ministerio de
Agricultura y Medio Ambiente, dicho Real Decreto ha sido consecuencia, a su
vez, de dos normativas europeas: el Reglamento (CE) nº 1107/2009, del
Parlamento Europeo y del Consejo, relativo a la comercialización de productos
fitosanitarios, y la Directiva 2009/128/CE, del Parlamento Europeo y del
Consejo, por la que se establece el marco de la actuación comunitaria para
conseguir un uso sostenible de los plaguicidas.
Muchas
gracias Manolo, por amenizar
aquellas inolvidables mañanas y poner una música tan adecuada y emotiva a unas vivencias tan
intensas. Lo digo de corazón ¡Gracias!
Fotos 3 y 4
by Mad Hatter: 3) Peñas Gembres (Montes Obarenes, La Rioja), con la avioneta
fumigando (muy pequeñita, bajo la peña de la izquierda). 4) Avioneta “Piper
Brave” de Antonio fumigando una repoblación de Pinos carrascos en La Rioja Baja ¡Gracias a ti también Antonio!
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