En alguna ocasión anterior ya hemos hablado de la teoría del gen egoísta, que establece que el objetivo prioritario de los genes es su pervivencia en las generaciones venideras.
Teniendo en cuenta que los seres humanos estamos formados por células con un sólo núcleo diploide y que nos reproducimos sexualmente, la estrategia del gen egoísta conlleva el desarrollo de poderosos instintos animales: supervivencia, reproducción, perpetuación de la especie y amor paterno/materno-filial.
Es decir, todos los individuos deseamos la pervivencia de nuestra especie, preferiblemente mediante el paso a la siguiente generación de nuestros propios genes o, en su caso, de los más próximos que fuese posible (familiares, paisanos, compatriotas, misma raza).
La fuerza de este instinto del gen egoísta es tal, que supera incluso al de apego a la tierra y al de identidad individual.
El primer caso se ha puesto de manifiesto recientemente, cuando hace poco se dio a conocer en los medios el proyecto “Mars One”, en el que una ONG holandesa ha pedido voluntarios para realizar un viaje sólo de ida al planeta Marte, con el fin de formar allí una colonia humana y retransmitir un nuevo reality show televisivo a partir del 2022. Al parecer, ya se han apuntado más de cien personas de todo el mundo, de las que 11 son españolas.
La decisión de apuntarse a semejante aventura es francamente peliaguda y de una enorme trascendencia. Desde el punto de vista del gen egoísta implica, por un lado, renunciar a formar parte del elenco terráqueo de genes; pero, por otra, supone la oportunidad de formar parte del banco genético de la nueva colonia marciana, en una proporción mucho mayor de la que nadie podría alcanzar nunca en la Tierra. Supone, además, ampliar las probabilidades de supervivencia de la especie humana en el futuro, en el caso de que alguna terrible catástrofe destruyese la vida humana en nuestro maternal planeta azul de origen.
Es decir, en esta aventura marciana hay un cierto cariz heroico y altruista: “Es duro dejar familia, amigos y abandonar la madre Tierra, pero se trata de una experiencia única que hago por el bien de la humanidad y de la ciencia”. Aunque también hay un trasfondo egoísta, ya que esto implica que los genes de la colonia humana en Marte e incluso de la futura humanidad serían los de los colonos que consigan vivir allí (por lo visto serán un máximo de 40 personas).
Con respecto a la supremacía del egoísmo genético sobre el concepto de identidad individual, se ha puesto de manifiesto con el reciente descubrimiento (por mi parte) de que los hongos ascomicetos pezizales del género Morchella (Colmenillas, Cagarrias o Múrgulas) forman colonias miceliares compuestas por la fusión (anastomosamiento) de hifas multicarióticas haploides de distintos individuos. Me explico:
Mientras que los animales y plantas somos predominantemente diploides durante toda nuestra vida, es decir, cada célula tiene un único núcleo que contiene dos juegos de cromosomas, uno procedente del gameto (haploide) del padre y otro del gameto femenino de la madre. Los hongos, por el contrario, son predominantemente haploides (sus núcleos contienen un sólo juego de cromosomas). En lugar de gametos, producen en sus órganos reproductores (setas) esporas, que también son haploides. De la espora germina un filamento llamado hifa que al dividirse y crecer forma una red o conjunto de hifas, separadas por septos o tabiques porosos, llamado micelio, que sigue siendo haploide y que constituyen el cuerpo principal de los hongos. Éstos carecen de sexos, pero tienen lo que se llama “tipos compatibles de apareamiento”, de manera que cuando dos hifas de micelios distintos pero con tipos compatibles de apareamiento se encuentran, se unen (anastomosan) y forman un nuevo micelio compuesto por hifas que poseen dos núcleos emparejados (dicarióticas), uno procedente del “padre” y otro de la “madre”, sin embargo estos núcleos no se fusionan sino que conviven dentro de la misma célula (hifa), y únicamente se unen en las células reproductoras de las setas, momentos antes de que vuelvan a dividirse mediante meiosis para formar las esporas.
En el caso de algunos ascomicetos, entre los que se encuentran las Morchella, las esporas contienen entre 10 y 30 copias de un núcleo haploide, es decir son multicarióticas, y de ellas nacen hifas igualmente multicarióticas. Las hifas de las Morchella se empalman (anastomosan) entre si con frecuencia, de manera que diferentes individuos, nacidos de esporas que han caído cerca unas de otras, se unen y ponen en común todo su arsenal genético de núcleos, de forma que al final lo que se forma es una red o colonia miceliar formada por hifas heterocarióticas que contienen entre 5 y 65 núcleos diferentes (!!!).
Esto supondría un autentico caos para la mayoría de seres vivos, porque ¿Qué código genético (cadena de ADN) de los muchos presentes en cada célula prevalece y es utilizado para fabricar las proteínas, enzimas y hormonas que componen y regulan el desarrollo de los diferentes órganos y estructuras que forman nuestros cuerpos? Efectivamente, el desarrollo y fructificación de las Colmenillas es bastante caótico, ya que setas muy próximas entre sí pueden presentar aspectos, tamaños, formas y colores bastante diferentes para lo que habitualmente estamos acostumbrados a que deban caracterizar una determinada especie. De hecho, setas producidas por la misma colonia miceliar pueden no ser genéticamente iguales, ya que en su formación podrían haber intervenido distintos núcleos. Esta es una de las causas por las que los micólogos no han sido capaces de ponerse de acuerdo en clasificar y nombrar los diferentes taxones que han sido descritos dentro del género Morchella, que incluso podría abarcar algún otro género descrito con el nombre de Mitrophora.
¿Por qué todo este follón de tantos núcleos distintos pero asociados? ¿Qué ventajas puede tener esto? La existencia de todo este arsenal genético posibilita un rápido desarrollo y una rápida y flexible capacidad de adaptación a un medio cambiante, sin embargo imposibilita la delimitación o definición de los distintos individuos.
Es decir, la teoría del gen egoísta, en el marco de la genética de las Morchella, ha conducido a la formación de colonias mediante la asociación de varios individuos indiferenciados, en favor de una mayor supervivencia de los genes que caracterizan a la especie. O sea que en estos hongos realmente prevalece la especie sobre el individuo, hasta el extremo de que éste desaparece o se diluye en una masa continua.
Como he tratado de demostrar, la teoría del gen egoísta está detrás tanto de la formación de colonias humanas en Marte como de las colonias miceliares en las Morchella. Si bien se trata de un egoísmo un tanto especial, que también tiene bastante de altruismo, supervivencia e impulso vital.
Ya lo sé, el argumento no es fácil de seguir, ni el contenido fácil de entender,… lo de “Mad” es por algo, efectivamente.
Resuena en el sombrero: “Like Wow Wipe Out”.- Hoodoo Gurus (Sydney (Australia), 1985). Perteneciente a su álbum “Mars Needs Guitars”. Una banda formada por descendientes de colonos y presos ingleses que, en los siglos XVIII y XIX, viajaron hasta una lejana isla de las antípodas.
Fotos: 1º) Imagen virtual de la futura colonia humana en Marte del proyecto "Mars One". 2ª) Colonia de Morchella dunensis.
2 comentarios:
Estimulante ensayo, Julio. Me declaro casi 100% dawkiniano por lo que me resulta muy convincente tu teoría sobre estos hongos. Te escribo a las 0:45 y tu escrito es lo suficientemente denso como para tener que leerlo 3 ó 4 veces para hacer un comentario a la altura, por lo que lo aplazo para otro momento más lúcido. De momento te lanzo una pregunta. Tus genes ya se han replicado exitosamente en nuevos vehículos (tus hijos); ¿Serías uno de esos colonos de Marte? Mis genes sin embargo no se han replicado (o eso creo). Voy a plantearme si sería voluntario y te cuento mi conclusión.
Nunca se me ocurriría ir a Marte, Carlos, mi apego a la tierra es muy fuerte, precisamente por eso me llamó tanto la atención la noticia. Vale, sí, será una experiencia única y hasta apasionante, pero, no volver jamás a ver a tu familia, tus amigos, ni pasear por un bosque, bañarte en la playa, comer un arroz con bogavante o unos Boletus con nata y cebolla ¿Marte? Muy bonito mirando por el telescopio. Si me apetece ver un paisaje rojo me acerco a Río Tinto, pa-Huerva, que dahí zí que ze huerve ozú!
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