jueves, mayo 26, 2011

EL CEDRO DEL CONVENTO DE SANTA BÁRBARA













Corría el año 1951 de Nuestro Señor, era una noche tormentosa del mes de mayo, el mes encomendado a Nuestra Señora la Virgen María, el mes de las flores. Sor Adelaida se despertó, pocas horas después de los Maitines de media noche, sobresaltada por el estruendo de un trueno que hizo que retumbasen los sólidos muros del convento. La hacendosa Hermana Adelaida saltó como un resorte del austero camastro de su celda y bajó corriendo las escaleras ¡Tenía el tiempo justo antes de los Laudes a la Santísima Virgen! Fue hasta el pozo del claustro, lanzó el cubo en su interior y tiró de la cuerda del pretil para izarlo, vertió el agua en otro cubo que llevó con esfuerzo, asido del asa, hasta el rincón en el que se encontraba la toma de tierra del pararrayos del tejado, donde vertió el agua, tras lo cual se santiguó apresuradamente y susurró “Que Dios nos proteja”.

La Hermana Adelaida era la encargada, entre otros menesteres, de mojar la toma de tierra del pararrayos, antes de las tormentas, especialmente si estas eran secas, así como de regar las plantas y árboles del huerto y del jardín del Convento de Santa Bárbara. El agua sobrante que solía quedar en el cubo o la regadera, tras regar las flores del último parterre, normalmente era vertida al pie del viejo cedro, un ejemplar centenario de Cedro del Himalaya (Cedrus deodara) que, quizás con el anhelo de alcanzar la enorme altitud de la cordillera de la que procede su estirpe, o quizás influenciado por la espiritualidad de las religiosas del convento, alzaba su enorme copa en forma de candelabro hacia el cielo, a más de 30 metros de altura sobre el suelo, en el borde de la pequeña isleta de árboles que se encontraban junto a la Ermita de la Soledad, rodeada de un campo de cereal situado en la llanura aluvial del río.

En una localización así, con un alto y viejo árbol despuntando en mitad de una llanura, el sencillo acto de regar la toma de tierra del pararrayos del Convento, realizado con prestanza y disciplina por la Hermana Adelaida, a buen seguro, libró al viejo cedro de no pocos chispazos, bajo el pío auspicio de una orden religiosa perteneciente a la Santa Iglesia Católica.

Y así transcurrió la vida, tranquila y apaciblemente, de monjas, plantas y árboles, dentro del Convento de Santa Bárbara. Hasta que hace 6 años, la falta de fondos y la escasez de vocaciones se conjuntaron diabólicamente para conducir al cierre y consiguiente abandono de dichas instalaciones.

Gamberros y vándalos saltaron el permeable cercado, apedrearon las cristaleras, rompieron puertas y ornamentos, acamparon en el interior de las estancias, encendieron hogueras, hicieron botellones y hasta profanaron el altar de la capilla.

El paseo bajo la arboleda de plátanos se llenó de zarzas y maleza, las únicas plantas que florecen son las de los jaramagos, las ortigas y las malvas silvestres. Los cipreses que rodean el refugio de piedra están sucumbiendo frente a las enfermedades, por falta de podas y cuidados. Los pinos que bordean el campo de cereal, junto a la ermita, sufren el progresivo acoso del arado y algunos se han secado por efecto de los herbicidas con los que los agricultores rocían los ribazos y cuyos depósitos, casualmente, siempre limpian y vacían junto a los pinos. El viejo cedro, con su elevada copa despuntando en el horizonte plano del amplio valle, ha terminado sufriendo el azote del rayo, desprotegido por la ausencia de Sor Adelaida y su providencial cubo de agua salvador.

Como suele decirse, supongo que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.

Es triste que árboles tan viejos, tras décadas de vida y crecimiento, hayan ido decayendo poco a poco hasta morir en pie y en silencio, sin que nadie rompa la soledad de su discreta existencia, en el silencio del convento abandonado, dejados de la mano de Dios.

Una soledad y un silencio que esta modesta entrada trata de romper, al mismo tiempo que sirve para rendir un merecido aunque infrecuente homenaje y reconocimiento a la callada, cotidiana y disciplinada labor que han ejercido, ejercen y seguirán ejerciendo multitud de religiosos y también modestos trabajadores laicos, para llevar a cabo el mantenimiento del patrimonio artístico, cultural y natural, e incluso para realizar una valiosa labor de colaboración con la Ciencia, como es, por ejemplo, la toma de datos meteorológicos en las series más antiguas, fiables, constantes y duraderas que se conocen.

¡Gracias Sor Adelaida!

Fotos by Mad Hatter, para que veáis que el cedro, el convento abandonado y la ermita existen, si bien la historia y los nombres son inventados, por lo que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


4 comentarios:

WODEHOUSE dijo...

que pena me da ver así las obras de arte. Mancilladas y descuidadas, no dandonos cuenta del esfuerzo que supuso en su mmomento el acarreo de materiales, mano de obra y esfuerzo humano levantar ese edificio de tan singular belleza. me da pena. que alguien haga algo!

lee esto:
http://pilarsmp.blogspot.com/2011/06/diario-intermitente-de-wodehouse-tengo.html

arqui dijo...

¡Santa Bárbara Bendita! me ha gustado mucho tu post, y las fotos precioso convento, lástima del abandono, todo vive mientras hay gente que recuerda.

Hammond dijo...

Es un conjunto maravilloso que debería protegerse... ojalá aparezca en el próximo catálogo de árboles singulares. Lo merecen.
No se porqué, pero mientras leía el texto oía de fondo esta canción de Van Morrisón (st. James Infirmary):
http://www.youtube.com/watch?v=tpNGkgU7hrc

Mad Hatter dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios!
El abandono da algo de pena, pero las ruinas siempre tienen un aire romántico que también tiene su encanto y le despiertan a uno la imaginación.
¡Ostrás Hammond! El St. James Infirmary ¡Qué buena canción! Yo tengo por ahí una cinta de "Pebbles" con una versión a cargo de un efímero grupo de mediados de los 60.
Abrazos bárbaros!