La fresca brisa de primeros de abril descendía por los valles de la sierra, mientras allí arriba, en medio de la inmensidad de un cielo azul, nítido y transparente, dos puntos blancos daban vueltas lentamente, al ritmo pausado que marcaban unos desgarradores y lastimeros gemidos.
“Ya están aquí” (pensé). Me coloqué los prismáticos y escruté el cielo hasta que topé con la clara silueta de una gran águila en cuyo blanco vientre se reflejaban, con luz azulada, las claras rocas calizas del suelo con algún que otro parche de la nieve que todavía conservan los ventisqueros y las vaguadas de las umbrías, mientras que en sus bellos ojos, de un intenso color amarillo limón, se reflejan las flores de los venenosos adonis (segunda foto) que ya han empezado a florecer.
Y pasaron muchos minutos, sin apenas darme cuenta, mientras me deleitaba observando las evoluciones de estas bellas aves durante su parada nupcial, en la que ambas águilas vuelan juntas, en paralelo, de repente se separan, se entrecruzan, se persiguen, una de ellas realiza un acrobático giro en vuelo invertido para entrechocar sus garras con las de su pareja, al tiempo que pasa bajo ella, la cual realiza un vertiginoso picado mientras lanza al aire un estremecedor aullido con el que proclama al mundo la gran excitación y exultante alegría que le produce el hecho de haberse encontrado de nuevo con su pareja de toda la vida, tras el largo periplo invernal en tierras del África subsahariana, junto a ella, emprenderá, un año más, la aventura que supone la cría de su prole.
Sí, las Águilas culebreras (Circaetus gallicus) han llegado a su territorio de cría, y lo marcan, lo delimitan y lo defienden con ahínco y dedicación, mediante sus chillidos y exhibiciones de vuelo acrobático, en las que refuerzan sus vínculos y ajustan la coordinación de sus movimientos, en una bella y armoniosa danza, de perfección casi astronómica.
Estos bellos y heráldicos animales de leyenda, casi míticos, estas reinas del cielo con ojos de fuego, sin embargo, dependen para su subsistencia de los reptiles de sangre fría que se arrastran por el suelo y que les sirven de alimento, como las culebras que ya empiezan a salir de su letargo invernal y calientan sus longilíneos y escamosos cuerpos sobre los peñascos recalentados por el sol, a la puerta de sus refugios.
Cuando las divisan desde las alturas, se lanzan sin piedad sobre ellas, las apresan con sus fuertes garras, les aplastan la cabeza y se las tragan enteras, mientras realizan un ancestral ritual de salutación al Dios sol, levantando el pico hacia el cielo y abriendo sus grandes ojos de color miel y limón, al objeto de conseguir tragar y colocar el enorme reptil, aún palpitante y ondulante, en el interior de su buche.
En este mundo cruel, parece que, hasta las reinas del cielo, deben tragar sapos y culebras.
Resuena en el sombrero: “Gail with the golden hair”.- The Handsome Familiy (Albuquerque (New Mexico), 2003):
2 comentarios:
Me encanta este post, no como el anterior, que es que me dan repelús las fotos, es además muy poético de la forma que lo cuentas es poesía en prosa, la verdad. Enhorabuena. Las águilas son sin duda de los animales más hermosos. de los que más envidia me causan y con enormes cualidades de todo tipo. deberían ser Sagrados.
Buscando otro disco que no era este, encuentro este blog
http://fotosramonesriojanos.blogspot.com/
que ya me comentaste en su día, pero me fijo que el bar que sale en las dos primeras fotos desde abajo es un bar que, se me ha olvidado el nombre, está en Haro al lado de la pza. de toros, justo enfrente de donde tenían mis bisabuelos y mis tíos y abuela la finca Villa Manuela y en el mismo bar hay una foto en la que sale la finca. En ese bar hemos comido dos veces, que lo llevan unos chicos relativamente jóvenes y ponen unas raciones exageradas.
Muchas gracias "Wood".
Yo también envidio a las águilas, eso de volar cuando te dé la gana (con o sin nube volcánica) debe ser una pasada.
La verdad es que me muevo poco por Haro, pero ya me fijaré la próxima vez que vaya.
Besos.
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