En las Escuelas Forestales siempre se ha transmitido el dicho clásico de que el Haya (Fagus sylvatica) es la nodriza del bosque, debido a que enriquece los suelos con el aporte anual de sus hojas caídas e impide la erosión con sus troncos y raíces. Estudios posteriores han concluido que, aún siendo una especie beneficiosa para el suelo, los hayedos puros frenan menos la erosión que otros tipos de bosque, debido al escaso sotobosque que es capaz de crecer bajo la espesa sombra de las hayas y a lo somero de su sistema radical.
Sin embargo, el otro día mientras paseaba por un hayedo camerano vi la imagen que aparece en la foto de arriba, un hueco en la base del tronco de una vieja haya de la que parece manar un rico mantillo, un auténtico “cuerno de la abundancia”, una verdadera nodriza de los suelos, tal y como ya comentábamos hace tres entradas hablando sobre un viejo Olmo.
Lo que sí es cierto es que debemos cambiar el chip en lo que a dinámica forestal se refiere, los bosques no son entidades rígidas, estáticas e inamovibles, un hayedo nunca es completamente puro (monoespecífico) y, aunque muy lentamente a la escala temporal a la que estamos acostumbrados las personas, todos los ecosistemas forestales evolucionan y cambian con el paso del tiempo. Lo que hace siglos (en tiempos de la Mesta) era un pastizal, se fue transformando en brezal, al disminuir la carga ganadera, las matas de brezo dieron cobijo a los primeros pinos, serbales y abedules, bajo las copas de estos árboles colonizadores el suelo mejoró su fertilidad y, a resguardo de los vientos, se crearon las condiciones de luz y humedad que propiciaron el desarrollo de hayas, acebos, robles, fresnos, cerezos y tilos (especies climácicas), lo cual no supone la total exclusión de las especies colonizadoras, ya que después de eventos destructores o renovadores, tales como vendavales, grandes nevadas, aludes e incendios, o en aquellas zonas que no permiten el desarrollo de las especies más exigentes, debido a la elevada pendiente, pedregosidad o en los bordes de las infraestructuras humanas (caminos, cortafuegos, arrastraderos), brezos, pinos y abedules recuperan en parte el terreno perdido y cumplen con su labor colonizadora.
Cuando estos eventos destructores o renovadores no se producen durante mucho tiempo o bien afectan de una manera muy puntual (derribos individuales), la convivencia entre los distintos tipos de especies puede ser muy estrecha, tal y como evidencian las fotos siguientes:
En la primera foto puede verse a una joven haya creciendo desde el mismo pie de un pino (Pinus sylvestris) al que se abraza en busca de luz.
En la segunda, se intercambian los papeles y puede verse a un pino joven creciendo sin problemas a escasos metros de una vieja haya, en las cercanías de un claro.
En la tercera, los pinos se han ido debilitando debido a la cada vez más escasa luz que les llega, la cual es interceptada por el pujante desarrollo de las hayas circundantes, si bien el claro que se ha producido a consecuencia de la rotura de un pino ha sido aprovechado por un joven y vigoroso acebo (Ilex aquifolium) que estaba esperando justo esa circunstancia, agazapado en el sotobosque, ya que el acebo es una de las pocas leñosas capaces de germinar y mantenerse durante años bajo la espesa sombra de las hayas (por algo este tipo de hayedos se han clasificado dentro de la asociación vegetal denominada Ilici-Fagion, es decir hayedos con acebo).
Esto no sucede con el Brezo blanco (Erica arborea) cuyos restos resecos (cuarta foto) nos recuerdan que hace algunas décadas las condiciones todavía eran propicias para su desarrollo.
En la quinta foto, vemos un pequeño arándano (Vaccinium myrtillus) que crece resguardado en el hueco al pie de un haya, junto a algunos líquenes caídos, esta asociación simbiótica entre hongo y alga que son los líquenes constituyen un importante elemento de los bosques, algunas de cuyas especies fijan el nitrógeno atmosférico y contribuyen así a mejorar la fertilidad de los suelos.
En la sexta foto se ve un pino con porte retorcido, a causa de los daños que se produjeron en las etapas iniciales del crecimiento, debido a las duras condiciones de la fase de colonización.
En la última foto se aprecia el característico color asalmonado de la corteza superior del pino silvestre, que contrasta con el gris azulado que predomina en el paisaje invernal del hayedo.
Resuena en el sombrero: el silencio más absoluto en la profundidad del bosque, en un día de invierno sin viento.
4 comentarios:
En días así y con posteos como este y viendo estas fotos , es cuando yo me pregunto aplastando la nariz en el cristal cubierto por el vaho de la calefacción del despacho ...que hace una chica como yo en un sitio como este...
si la vida está ahí afuera!
Bueno "MK", en las oficinas también hay su vidilla, sus ecosistemas y animales tan únicos y maravillosos como tú, por ejemplo ¡Muchas gracias por el comentario!
..qué contentas debes tener a las hayas , hablándoles asi..
Pues no te creas, que con esto del cambio climático y como están casi en el límite de su distribución (más al Sur sólo hay unas pocas en Soria, Segovia, Guadalajara y en el hayedo de Montejo en Madrid), se están puntisecando bastantes y casi todos los veranos están atacás del gorgojo Rhynchaenus fagi.
No obstante les daré saludos de tu parte. Muchas gracias por el interés, "MK".
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