El
hecho de que el fuego sea un elemento inevitable e incluso necesario en los ecosistemas
mediterráneos, ya que siempre ha habido, hay y seguirá habiendo tormentas
eléctricas, eso no implica que, en un entorno humanizado en el que el período
de recurrencia del fuego se ha visto enormemente acelerado, no haya que luchar
contra los incendios forestales.
Casi
todo en esta vida es una cuestión de dosis y de equilibrio, todos los ingredientes
de una receta gastronómica son buenos y necesarios, pero el exceso o el defecto
de alguno de ellos puede arruinar el plato.
Del
mismo modo, el engaño, la mentira y la hipocresía son inevitables y hasta
necesarios, en cierta medida, para posibilitar la convivencia en nuestra
sociedad y en determinadas circunstancias, pero eso no implica que no haya que
tratar de que la sinceridad, la franqueza y la verdad sean los principios en
los que se fundamenten las relaciones humanas, en la mayoría de los casos y en
condiciones ideales y normales.
Cuando
leemos un libro, sobre todo si trata de temas filosóficos y por muy complejos
que éstos sean, el autor consigue explicar las cosas de manera razonable para
que la mayoría de los lectores consigamos comprender lo que se quiere decir,
únicamente es necesario aplicar un mínimo de razonamiento lógico con “sentido
común”.
La
palabra “común” encierra una trampa o paradoja lingüística, motivada porque nuestra
sociedad está plenamente imbuida en un sistema economicista y capitalista, en
la que se ha universalizado la ley de la oferta y la demanda, de manera que
todo el mundo sobreentendemos que cuando algo es abundante y “común” o “vulgar”
no puede tener mucho valor. De ahí que quizás sea más apropiado emplear la
palabra “sensatez”.
Tras
la lectura del libro que también fue objeto de la entrada anterior
“La
locura del solucionismo tecnológico” (Evgeny Morozov, 2015), he caido en la
cuenta de que muchos de los problemas a los que se enfrenta el ser humano
provienen de nuestra enorme dificultad para asumir y gestionar la complejidad
del mundo real, lo cual, a nivel científico y técnico, nos lleva a una
ineficacia que, a su vez, nos está conduciendo a la insostenibilidad del
sistema; mientras que, en el plano emocional, es una fuente inagotable de
frustración.
Una
realidad compleja implica que, inevitablemente, van a darse distintas formas de
percibirla, distintos intereses, distintos objetivos y distintas creencias. Una
de esas creencias, suele ser que los distintos puntos de vista son
incompatibles y los diferentes intereses son irreconciliables e incluso
contrapuestos, es decir se produce un conflicto inevitable que, la mayoría de
las veces, como ha quedado sobradamente demostrado a lo largo de la Historia,
resolvemos mediante la violencia (invasiones, imposiciones, abusos, guerras,
esclavitud, etc.).
La
violencia es fruto de la intolerancia, incluida la intolerancia a la
frustración. Un proceso que nos ayuda a aceptar que los conflictos y las frustraciones
forman parte de la realidad, pero que existen formas pacíficas de solucionar
nuestras diferencias y los problemas en general, es el diálogo y la
negociación, con la esperanza de poder llegar a un consenso que convenza o
satisfaga a todas o a la gran mayoría de las partes implicadas. Este
planteamiento es en el que se basa la democracia.
Algunos
filósofos, pensadores y autores sostienen que la negociación, necesaria para
lidiar con la complejidad del mundo y las sociedades humanas, implica cierto
grado de engaño, hipocresía y ambigüedad, porque dan por hecho de que no
existen valores universales ni leyes naturales en las que apoyarnos para llegar
a un consenso plenamente coherente con unos principios que sean aceptados por
todos, mediante una argumentación lógica y unas relaciones basadas en la
sinceridad, la franqueza y la verdad.
El
hecho cierto de que nadie esté en posesión absoluta de la verdad, no implica
que tengamos que renunciar a acercarnos progresiva y consensuadamente a la
verdad más objetiva a la que seamos capaces de llegar o, al menos, a la verdad
que consideremos mayoritariamente como más aceptada.
Una
negociación o un acuerdo “de facto” en los que implícitamente se tolera el
engaño, la hipocresía y la ambigüedad, de forma habitual, nos conduce a una paz
ficticia o “pseudopaz” en la que reina una eficacia aparente y en la que
numerosas injusticias y desigualdades son toleradas, lo cual nos conduce a un
ambiente tenso y crispado, en el que subyace una violencia latente o soterrada
que, a la menor chispa, descuido o sabotaje que se produzca, puede disparar la
violencia bruta, sin ambages ni paliativos.
Actualmente,
promovido por la cultura del “internet-centrismo” y los defensores del “yo
cuantificado”, existe la tendencia o la “tentación” de tomar un atajo
tecnológico, el llamado “solucionismo tecnológico”, basado en una mentalidad
“allanabarrancos” que, harta de tanto conflicto y profusión de percepciones,
valores e intereses, busca una “objetividad” basada en la medición “imparcial”
y exacta del mayor número posible de datos, de manera automática, sin que
intervengan los ineficaces juicios de valor humanos, pero de carácter
universal, en el sentido de que puede acceder todo el mundo, bueno todos
aquellos que tengan un teléfono inteligente o una tablet, con acceso a internet
y todo tipo de aplicaciones. El problema es que los sistemas informáticos y los
algoritmos matemáticos que posibilitan esto son programados por personas, en
base a determinados criterios humanos sobre los que no hay ningún debate
público, como tampoco lo hay en las decisiones de qué datos deben medirse,
cuándo y cómo. Por no hablar del hecho de que no todo en esta vida es medible.
Es decir, limitar la realidad a una serie de datos medibles implica una
simplificación de la misma, lo que conlleva un tipo de engaño basado en una
razonamiento contradictorio: “la mejor forma de gestionar la complejidad es
mediante su simplificación”, o sea que, en el fondo, no terminamos de asumir plenamente la
complejidad del mundo real. El engañoso atajo del “solucionismo
tecnológico” nos conduce de nuevo a la “pseudopaz” con una eficacia aparentemente mejorada pero en la que persisten las desigualdades, las
injusticias y las mentiras, aunque sean otro tipo de mentiras.
¿Qué
podemos hacer entonces? En mi opinión, sí que existen y serían posibles de
encontrar y consensuar unos principios o valores universales, basados en las
“leyes naturales”, de manera que sería posible llegar a un consenso verdadero y
dinámico, mediante un avance que, asumiendo y respetando la complejidad y la
pluralidad, sea plenamente coherente con los mencionado principios
fundamentales. Debemos avanzar de forma integral, tanto a nivel
científico-técnico como a nivel mental y emocional, creciendo en sabiduría y justicia, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, con
serenidad pero con decisión y seguridad, caminando con pasos claros, firmes y
sinceros hacia un mundo más natural, humano, sostenible, pacífico y feliz.
Recordemos,
en el fondo es muy sencillo, algo insostenible es algo que, tarde o temprano, hará CRACK!
La
foto de arriba corresponde a una escultura del barcelonés Jaume Plensa colocada
en Burdeos (Francia) en julio de 2013.
Resuena
en el sombrero: “New Gold Dream”.-
Simple Minds (Glasgow (Scotland), 1982).
2 comentarios:
Pero señor Mad!, qué me dice! Tolerancia, sensatez, sentido común!...:-)
¡yo pensaba que todo eso se había olvidado ya en el baúl de los recuerdos de mi libro de Derecho Natural!
Gracias por recordármelo
Un abrazo
De nada, querido Atikus. Gracias a ti por el comentario.
Ciertamente, resulta paradójico que precisamente en este blog hablemos de sensatez,... aunque como suelo recordar a menudo "los extremos se tocan".
Un abrazo.
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