El libro “La locura del solucionismo tecnológico” de Evgeny Morozov, publicado en 2015, nos advierte sobre los peligros del “internet-centrismo”, basado en la tendencia hacia una excesiva simplificación de la realidad, en busca de soluciones relativamente “fáciles” e innovadoras, que se apoyan en la consideración de “internet” como un único ente al que se le atribuyen unos valores intrínsecos, tales como apertura, libertad y eficiencia. Cuando, en realidad, la “red de redes” es un sistema formal tecnológico constituido por multitud de servidores, páginas webs, blogs, redes sociales, aplicaciones, etc, etc.
Es indudable que “internet” ha supuesto un avance tecnológico de gran
importancia, en el mencionado libro se hace referencia a autores que
lo han comparado con la imprenta, si bien su pretendido carácter
“revolucionario” no es automático o intrínsecamente ligado al
concepto de la “red”, sino que hay que tener en cuenta los
diversos y distintos usos, valores y objetivos que conviven en el
seno de esta gigantesca y potente herramienta tecnológica.
Una curiosa paradoja que
potencia “internet” es que la mayoría de la gente se fía más
de la “objetividad mecánica” que minimiza la manipulación y el
juicio humanos, al basarse en procesos automáticos regidos por
algoritmos matemáticos, que en las conclusiones fruto de un debate
entre personas con distintos puntos de vista que tratan de argumentar
sus posturas de una forma lógica y coherente. La paradoja radica en
que esos algoritmos matemáticos utilizan fórmulas y coeficientes
ideados y calibrados por alguien (una persona o un grupo de
personas), y, además, se trata de unos algoritmos secretos, ya que están ocultos para los
usuarios, no ofrecen explicaciones, no argumentan nada, ni
posibilitan discusiones ni debates de ningún tipo. Es como si se
diese por hecho que la eficacia y la exactitud de las máquinas
superan con creces las imprecisiones, ambigüedades y subjetividad propias de
la "obsoleta y anticuada" fuerza de los argumentos humanos.
Los argumentos siempre se
basan en unos principios o valores, y tienen una finalidad u
objetivo, por eso, los hechos ciertos de que nadie está en posesión
de la “verdad absoluta” y de que todas las ideas y opiniones
bienintencionadas son respetables, no debe ser óbice para que
tratemos de ser lo más objetivos y positivos que sea posible,
eligiendo razonada y democráticamente aquellas ideas u opciones que
una mayoría de personas considera que son mejores, más ciertas, más
positivas o más convenientes, en un determinado contexto histórico
y socio-cultural.
Cuando hablábamos sobre
“inteligencia colectiva” y
democracia, explicábamos la importancia de la participación y la
forma en que “internet” y las nuevas tecnologías pueden
facilitar y aumentar la participación ciudadana, al incrementar
notablemente el alcance y la velocidad de las comunicaciones entre
una gran cantidad de personas.
Tras la lectura del mencionado libro, he reflexionado sobre la forma de mejorar la
calidad y la utilidad de la participación, mermando lo menos posible
la cantidad de participantes. En el momento actual las principales
formas de participación masiva por “internet” son básicamente
cuantitativas, como refleja el siguiente esquema:
Este sistema facilita mucho una gran participación, puesto que votar consiste en hacer
clic en “me gusta” y, a lo sumo, poner algún breve comentario,
pero su eficacia o utilidad se ve muy mermada por el hecho de que
nadie establece ningún orden en las prioridades y/o en la relevancia de
los temas a tratar. El debate también suele brillar por su ausencia,
y cuando lo hay suele ser tremendamente caótico, debido al mencionado desorden imperante.
Tampoco se favorece la innovación, por que las ideas más novedosas
y vanguardistas, a menudo son vistas por la mayoría como algo
“raro”, arriesgado o descabellado.
Propongo una plataforma “on line” en la que aquellos productos, iniciativas o ideas que
quieran darse a conocer, sean explicadas y analizadas por una serie de
medios de comunicación, críticos expertos en las distintas materias
y foros especializados de las redes sociales, de manera que tengan
que escribir de la forma más clara y breve que sea posible: 1º)
Cuáles son los valores o principios en los que se basan para emitir
sus juicios u opiniones; 2º) Qué pretende, cuáles son los
objetivos o utilidades de las ideas o productos (pros), así como los
defectos e inconvenientes (contras) que se aprecian, ponderando ambos
aspectos, es decir, concluir en qué medida pueden más los pros o los contras.
3º) Explicarlo mediante argumentos lógicos que conecten los valores
del primer punto con las conclusiones indicadas en el segundo punto, de
manera coherente.
Estas críticas o valoraciones razonadas son a su vez evaluadas por unos “árbitros
de coherencia”, abiertos a todo el mundo para buscar la máxima
pluralidad, si bien sería deseable que en este nivel participasen
intelectuales de prestigio, catedráticos de filosofía, sociología
o expertos en las distintas materias de las que se trate. Su papel es
ordenar las ideas según unas prioridades y criterios que busquen la
mayor objetividad posible, ofreciendo un debate público en el que se
de un constante “feedback” entre los árbitros, los críticos y
los autores de las ideas o productos, hasta llegar a unas
conclusiones lo más claras y consensuadas que sea posible.
Finalmente, el público vota aquellas conclusiones y debates que considere más convincentes,
realistas, eficaces y útiles.
Con este sistema es probable que la participación disminuya en cantidad, ya que requiere
una mayor atención y un cierto esfuerzo de leer y pensar, por muy resumidos y
desgranados que estén los temas, tras pasar por el “filtro” de
los críticos y los árbitros, pero a buen seguro se ganará mucho en
calidad, claridad y eficacia.
Todas las fotos y
esquemas by Mad Hatter.
Resuena en el sombrero: “
Hallelujah”.- Leonard
Cohen (Montreal (Canadá) 21/09/1934 – Los Ángeles (USA)
07/11/2016, R.I.P.) ¡Adiós maestro!
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