jueves, junio 27, 2013

MI BARRIO SE HA IDO


Era una de esas mañanas radiantes de finales de Junio, con esa luminosidad única que tiene el cielo de Madrid, sin una sola nube, aún temprano, con una agradable temperatura en torno a unos 25 grados y una ligera brisa del Oeste, que nos trae trazas del lejano Océano Atlántico, un sutil recuerdo a salitre, algas y pescado que resultaba mucho más presente antaño, cuando era frecuente ver pescaderías a pie de calle, frente a las que los niños nos quedábamos absortos, observando las enormes bocas de los rapes, el irisado lomo de las caballas, los grandes ojos rojizos de los besugos o las poderosas patas de las nécoras aún meneándose sobre el hielo picado.

Actualmente, apenas se ven estas pequeñas pescaderías callejeras, aunque siguen abundando las fruterías y panaderías de barrio. Supongo que es debido a la disminución del consumo de pescado, unido a nuestro estilo de vida, que se ha hecho más cosmopolita, tipo americano, más dependiente del coche y de los grandes supermercados.

La soleada mañana no invitaba a meterse en el metro, así que me fui paseando hacia la parada del bus “circular”, siguiendo la misma ruta que hacía cuando iba al colegio o al Parque del Oeste, hace casi 40 años.

Noté el hueco que dejaba en la esquina la ausencia del puesto de helados en el que mi madre me compraba polos de menta o cucuruchos de chocolate y vainilla, frente a la manzana en la que se ubicaba mi primer colegio, hoy ocupada por un bloque de viviendas y una sucursal de uno de los bancos responsables de nuestra actual ruina económica.

Los árboles de las calles y del patio que fueron testigos de mis primeros juegos infantiles están mucho más gruesos y crecidos, pero entre sus copas sobrevuelan exóticas y ruidosas aves (cotorras argentinas) inexistentes entonces, ya que se trata de unas recién llegadas.

Se conserva el clásico diseño en cuadrícula oblicua de las baldosas de las calles de color gris cemento, y todavía está abierta la tasca de toda la vida donde se sirven vinos y tapas a la hora del vermú, así como la vetusta y desconchada puerta del garaje en la que hace 40 años dormitaba un viejo perro, al que le alegré el día cuando, sin querer y para mi desgracia, le lancé una bola de helado de vainilla, al extender bruscamente mi brazo para señalarselo a mi madre.

El antiguo Hospital militar en el que me hicieron las pruebas para la alergia, pinchándome una docena de puntitos en el brazo, ahora es el departamento de infraestructura y vivienda del Ministerio de Defensa.

Al otro lado de la calle, siguen estando los jardines y paseos de la residencia de profesores de la ciudad universitaria, en los que aprendí a montar en bici, con aquella primera “BH”, bajo los atentos y pacientes cuidados y consejos de mis queridos padres.

Finalmente llego a la parada del circular que me llevará a la sede del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente donde tengo una reunión de trabajo, mientras recreo en mi mente la emotiva mezcla de recuerdos, imágenes, olores y sabores evocados por este agradable y entrañable paseo matutino por las calles de Moncloa, no lejos de la antigua casa del recordado Enrique Urquijo.

Resuena en el sombrero: “My city was gone”.- The Pretenders (Akron. (Ohio), 1982), con la preciosa voz de Chrissie Hynde cantando aquello de “I went back to Ohio… and my city was gone….”.

3 comentarios:

atikus dijo...

Estupendo post Mad!, solo le falta el aroma de los libros del cole para dar el punto final :-)

Los barrios han cambiado bastante, yo añadiría la invasión de los comercios chinos de todo tipo, la desaparición de otros locales como cines o billares que dan paso a apuestas que no se muy bien de que van porque no entre nunca y mega cadenas de moda...bueno que ¿pongo yootro post! jaja...un abrazo

Mad Hatter dijo...

Sí, "Atikus", y el olor a plastilina y las gomas de nata. El olfato es el sentido más evocador porque está directamente conectado al cerebro, ya he puesto alguna entrada sobre el tema.
Los cines y billares también se echan de menos, en el trayecto que comento (calle Donoso Cortés desde Guzmán el Bueno hasta Isaac Peral) pasa cerca de donde estaba el Cine California y me suena que había una sala de billares en otra perpendicular algo más abajo. Lo que sí que hay ahora son dos chinos.
Me llamaron la atención las cotorras argentinas (unos pequeños y ruidosos loros verdes) que acudían a los arces para comer las sámaras aún sin madurar.
A ver si en la próxima visita a Madrid tengo más tiempo y podemos vernos.
Un abrazo campeón!

Mad Hatter dijo...

Recuerdo que en Guzmán el Bueno había unos billares ("Moonlight" o algo así, creo que todavía están) cuyas paredes estaban decoradas con enormes astronautas, cráteres y paisajes lunares de cartón piedra.
La de partidas de futbolín y marcianos que echaríamos allí.

Y el patio de mi antigua casa estaba super umbrío, con las moreras sin podar desde hace años y el suelo perdido de moras caídas.

Pero bueno, basta de nostalgias, que ya se me están humedeciendo los ojos.

Saludos a todos los amigos y compañeros madrileños!