Caminaba bajo el sotobosque protector haciendo más ruido de lo habitual, ya que el suelo del hayedo estaba inusualmente reseco y crujiente, hacía varias semanas que no llovía y apretaba el calor, por lo que había que cavar bastante para encontrar las sabrosas lombrices, y no salía ni una seta en varios kilómetros a la redonda.
De repente, me topé con un pasillo raso, polvoriento y desprovisto de vegetación ¡Vaya otro de esos despejados y áridos caminos de los humanos! En fin, habrá que cruzarlo, parece que no se escucha ni se huele nada sospechoso. Con un par de ágiles saltos atravesé el camino y me dirigí hacia un arroyo cercano por el que discurrían cristalinas aguas, con el fin de saciar mi sed.
¡Qué gusto da meter el hocico en el agua fresca! Al levantar la cabeza y a pesar de que el sentido de la vista no es mi fuerte, pude contemplar unos verdes, bellos y esponjosos jardines cubriendo las rocas salpicadas por el agua que saltaba en las pequeñas cascadas ¡Vaya, por fin veo una seta! Aunque son demasiado pequeñas e insulsas como para hincarles el diente, sólo se trata de unos diminutos carpóforos de Galerina laevis (tercera foto), cuyos delicados sombreros de color miel asoman entre un esponjoso manto verde formado por el musgo Brachythecium rivulare, junto al que ha fructificado una pequeña Cardamine raphanifolia.
Un poco más arriba crecen los tallos rastreros de la saxifragácea Chrysosplenium oppositifolium, con sus redondeadas hojillas, algo coíáceas y pelosas. No lejos de donde alza sus enhiestos tallos la Adelfilla de flores pequeñas Epilobium parviflorum que luce sus diminutos pétalos rosados, con las etéreas y delicadas espigas de la gramínea Agrostis canina al fondo.
En la parte superior de la pequeña cárcava que delimita el estrecho cauce, asoman los estilizados tallos de la Stachys sylvatica con sus hojas ovales y dentadas, una bella planta labiada mucho más evolucionada que los primitivos helechos (Polypodium vulgare) que también miran con sus verdes frondas hacia el arroyo.
Bueno me voy que aquí viene la familia de esos pesaos de jabalís (cuarta foto) a darse el baño de todos los días ¡Qué trotecillo cochinero traen! Cualquier día de estos,… como se despiste algún rayón me lo zampo, porque a mí, de estos colegas omnívoros, me gusta todo, hasta los andares, como dice el son:
Resuena en el sombrero: “Si tú cocinas como caminas, yo me como hasta el pegao”.- Henry Fiol (Nueva York, 1981).
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