Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi infancia es ver el fregadero de la cocina de mis
tíos, en Logroño, repleta de cangrejos de río vivos, removiéndose en el agua
con sus corazas de colores pardos, ocres y verdosos que, al ser introducidos en
una cazuela con agua hirviendo, se tornaban de un vistoso tono rojizo, en pocos
segundos, ante mis horrorizados ojos abiertos como platos. Si bien luego
disfrutaba como un enano (nunca mejor dicho dada mi corta edad) comiéndolos con
aquella sabrosa salsa de tomate, ligeramente picante.
En aquella época,
primeros 70, solíamos ir a merendar a la ribera del río Iregua (afluente del
Ebro) y mi tío, lo primero que hacía era colocar unos reteles con unos apestosos
cebos de carne en descomposición en su interior, los cuales recogía al
marcharnos, a última hora de la tarde, repletos de cangrejos.
Entonces, esta especie de crustáceo dulceacuícola, de nombre científico impronunciable
(Austropotamobius pallipes) era francamente abundante, tanto en los ríos como
en las acequias de riego. Sin embargo, en pocos años sus poblaciones quedaron
prácticamente extinguidas.
Años más tarde, cuando estudié la carrera, me enteré que había sido debido a una enfermedad causada
por el hongo Aphanomices astacii, transmitida por los cangrejos americanos
(Procambarus clarkii), llamados rojos o de las marismas, que fueron traídos por
la Administración, en 1974, a centros de cría experimentales para probar su explotación
comercial, el problema fue que algunos escaparon y se extendieron rápidamente
por todo tipo de zonas húmedas, debido a su elevada adaptación a una gran
diversidad de hábitats y a su alta tasa de reproducción.
Este cangrejo rojo es de bastante peor calidad gastronómica que los autóctonos, por lo que en algunas
zonas se trató de suplir su ausencia con otro cangrejo americano más robusto y
propio de aguas limpias, denominado Cangrejo señal (Pacifastacus leniusculus),
que también es transmisor de la afanomicosis, por lo que nuestro cangrejo
autóctono está en vías de extinción y únicamente ha logrado sobrevivir
acantonado en algunos escasos rincones de arroyos de montaña a los que no han
conseguido llegar sus competidores americanos.
Otro problema que produce el cangrejo rojo es que al horadar las riberas con las galerías que le
sirven de refugio, produce el vaciado o alteraciones indeseables en los niveles
de agua de las balsas artificiales en las que se cultiva el arroz.
El consumo de esta especie entraña riesgos para la salud, ya que gran parte de las capturas eluden
el control sanitario, por lo que estos cangrejos de hábitos carroñeros pueden
transmitir enfermedades como la tularemia o acumular contaminantes en sus
tejidos.
Este tema ya lo traté de pasada al hablar de especies invasoras en el Ebro, como el Castor, entre otras.
Resuena en el sombrero: “Tu Vuò Fa´ L´Americano”.-
Renato Carosone (Nápoles (Italia), 1958).
Fotos by Mad Hatter tomadas en La Rioja: 1º) Cangrejo rojo o de las marismas (Procambarus clarkii),
con sus características espinas rojizas en las pinzas. 2º) Cangrejo señal
(Pacifastacus leniusculus), así denominado por las manchas blancas que luce en
las pinzas.
2 comentarios:
Ciertamente recuerdo este tema Mad, pero es realmente fastidioso...con lo rico que era el cangrejo autóctono cachis!!
Americanos go home!!
Sí, gracias por el comentario Fer,... Y mira que yo soy pro "Americana"... pero con estos crustáceos... como que no. En fin, es lo que tiene la dichosa globalización. Un abrazo!
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