Nací en lo alto de un pino, a principios de otoño, mi primera comida fue la cáscara del huevo en el que pasé el final del verano. Luego me dediqué a roer las duras agujas del árbol que nos vio nacer a mí y a mis numerosos hermanos, durante las frías noches invernales, mientras que los días los pasamos durmiendo todos juntos, hacinados en el interior de un nido de seda, restregándonos los pelos urticantes que cubren nuestros alargados cuerpos.
A pesar de llevar una dieta tan frugal, crecimos rápidamente por lo que tuvimos que cambiar de piel cinco veces. Al final del invierno, bajamos todos en fila india, siguiendo muy disciplinados a la hermana líder por las ramas y el tronco hasta llegar al suelo, donde nos enterramos mediante coordinados movimientos ondulatorios de nuestros peludos y robustos cuerpos de quinto estadio. Así que pasamos la primavera y parte del verano bajo tierra, en forma de crisálida, metamorfoseándonos para convertirnos en mariposas grisáceas.
Una cálida noche de primeros de agosto, rasgué las paredes de mi subterráneo capullo de seda y me abrí camino a través del suelo para poder desplegar mis alas al aire libre. Nada más salir, olí con mis antenas el dulce aroma de una hembra, arrastrado por la suave brisa estival. Tuve que darme prisa, ya que únicamente disponía de un máximo de 48 horas de vida para volar, esquivando a murciélagos, arañas, chotacabras y otros monstruos que pretendían devorarme. Pero, afortunadamente, conseguí llegar sano y salvo hasta ella, copulamos y después mi polillita puso los huevos formando un estuche en espiral, alrededor de un par de acículas de pino, que recubrió con las doradas escamas de su bello abdomen, como sólo ella sabe hacerlo ¡Misión cumplida! Finalmente, ambos pudimos morir en paz, en la soledad del pinar, para que el ciclo vuelva a comenzar de nuevo. ¡Hay que ver! Todo un año de frío y penurias para unas pocas horas de tórrida pasión. La verdad, no sé si esto merece la pena, pero así es la dura vida de la procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa), por no hablar del ejército de parásitos que nos diezman en todas y cada una de las etapas de nuestra azarosa existencia.
Aunque está extendida sobre todo en la región mediterránea, la procesionaria del pino no soporta temperaturas máximas medias mensuales superiores a 25ºC (Demolin, 1969). La temperatura letal superior es de 32ºC y la temperatura letal inferior de –6ºC para las larvas aisladas, y de –10ºC para las larvas reunidas en colonias de 200 individuos que se reagrupan en nidos de invierno que funcionan como un radiador solar. La radiación solar actúa sobre el nido al aumentar la temperatura máxima diaria en 1,5ºC por hora de insolación.
Un déficit térmico en el transcurso de una estación retrasa el desarrollo larvario y las orugas reaccionan entrando en diapausa reforzada que acarrea un escalonamiento de la salida de adultos durante dos o tres años.
La procesionaria está excluida de las regiones donde la duración anual de la insolación es inferior a 1.800 horas y en las regiones montañosas donde la media de las mínimas de enero es inferior a –4ºC. Cuando la temperatura de dicho mes está comprendida entre 0º y 4ºC debe intervenir una compensación para que la especie se instale, cada grado por debajo de 0ºC debe ser compensado por 100 horas anuales de insolación. Esto explica las poblaciones de la vertiente mediterránea de los Alpes, del Macizo Central francés y de los Pirineos.
El orden de preferencia de sus gustos alimenticios en sentido decreciente es el siguiente: Pino negro de Austria (Pinus nigra var. austriaca); Pino laricio de Córcega (P. nigra var. corsicana); Pino laricio ibérico o salgareño (P. nigra var. salzmanni); Pino insigne (P. radiata); Pino marítimo, negral o resinero (P. pinaster); Pino silvestre (P. sylvestris); Pino carrasco o de Alepo (P. halepensis); Pino piñonero (P. pinea) y los Cedros (Cedrus sp.).
Como consecuencia del cambio climático, la distribución de la procesionaria está ascendiendo tanto en latitud, hacia el norte, como en altitud. Este insecto está actualmente presente en el departamento francés del Loiret, lo que coincide con un aumento de la temperatura media anual de 1,5ºC en treinta años (Demolin, 1996).
Debido a que las larvas no soportan temperaturas superiores a los 32ºC, éstas tratan de evitar los días más calurosos del verano y, al contrario de lo que pudiera parecer más lógico, en las zonas más frías los adultos de procesionaria emergen y realizan la puesta antes, a mediados de julio, y se entierran más tarde, a mediados de abril, de forma que las orugas disponen de más tiempo (9 meses) para alcanzar su pleno desarrollo, mientras que en las zonas más cálidas pueden producirse puestas a primeros de noviembre y enterrarse las orugas a principios de febrero, lo que supone que el desarrollo se reduce a la tercera parte (3 meses), debido a que las orugas crecen el triple de deprisa en las zonas cálidas con respecto a las zonas más frías.
En La Rioja, hace 20 años era raro encontrar bolsones de procesionaria por encima de los 900 metros de altitud, actualmente algunos años este lepidóptero produce defoliaciones importantes hasta los 1.300 m.
Este invierno es probable que perezcan numerosas orugas, debido a las fuertes heladas y nevadas que se están produciendo incluso a baja altitud.
La temperatura es un factor importante para los seres vivos, en el caso de los cocodrilos y las tortugas, la temperatura a la que son incubados los huevos determina el sexo de los individuos, siendo machos cuando se superan los 27ºC, y hembras las que se desarrollan en las zonas más frescas del nido.
Fotos tomadas en La Rioja by Mad Hatter: 1ª) Bolsón de procesionaria cubierto de nieve en la guía de un pino silvestre de Nieva de Cameros, a unos 900 m. de altitud. 2ª) Pino laricio (P. nigra var. salzmanni) casi totalmente defoliado por la procesionaria en los Montes Obarenes, a unos 800 m., al pie de las Peñas Gembres (Sajazarra). 3ª) Palmito elevado (Trachycarpus fortunei) cubierto de nieve, en un jardín de Nalda, con las Peñas de Islallana (Viguera) al fondo. Durante los últimos años las palmeras de muchas zonas de la Península Ibérica se están viendo amenazadas por el Picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus), un coleóptero curculiónido originario de las zonas tropicales de Asia y Polinesia que, de momento, no ha conseguido llegar hasta las frías tierras riojanas.
La parte más técnica del texto está extraída del libro "Entomología Forestal: Los insectos y el bosque", escrito por el entomólogo francés Roger Dajoz en 1998.
6 comentarios:
Vaya, la próxima vez , antes de espachurrar una, pensaré en su intensa y breve existencia...es broma, hombre, que yo soy muy buenecita con los bichos que tienen más de dos patas.
Besos de principio de año.
Sí tienen una vida dura esta chicas... no sé si se pueden llamar así! Y mira que yo me quejo, pero ya veo que es por pura ignorancia. Oye, y qué frías son... Qué curioso!
Feliz año y besos nuevos mezclados con los viejos.
Que chulada las fotos, qué interesante, yo en mi vida me hubiese fijado en eso...en los bolsones. Más bien me fijo en los bolsos. XD
Me dan mucho miedo esos bichos en primavera en mi barrio hay muchos pinos y son una verdadera plaga. Tienen que fumigar y cosas así...
Haber si tienes razon porque este año pasado ha sido mas que plaga lo de las procesionarias, haber si con estos frios nos dejan un poco tranquilos.
Estupendas fotos mad!..hoy madrid esta nevado y precioso, me levante antes para hacer unas fotos,..no tan bonitas claro ;)
El otro día le regalaron a mi ahijada una tortuga, no se siera buena idea viendo como la trataba a la pobre jeje...bueno supongo que aprenderá a cuidarla!
feliz año!!
Siempre recuerdo una entrada del insigne Dr. Frikosal, con la procesionaria, metiendo la cabeza en el culo de la oruga que le precede...
Un abrazo de feliz año.
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