Cuando era pequeño y veraneaba en un pequeño pueblo de la Sierra de Cameros (La Rioja), a la cuadrilla de amigos nos gustaba gastarnos bromas. Un día, recuerdo que un chaval del pueblo me dijo que se podía hacer “polvos pica-pica” desmenuzando con las manos las agallas que se forman, al final del verano, sobre las ramas del escaramujo o rosal silvestre (Rosa canina), que suelen denominarse “bedegar del rosal”, y tienen el aspecto de una cabellera rizada, áspera y rojiza (ver 1ª foto).
Lógicamente, no me creí de buenas a primeras lo que me dijo el chaval, así que decidí experimentar en mis propias carnes si el producto extraído de triturar una agalla de rosal realmente picaba y, si lo hacía, cuán intenso era el picor.
No me costó mucho trabajo encontrar una agalla de rosal, al cogerla comprobé que, efectivamente, era algo realmente áspero y picajoso. Froté un trozo entre las manos y me eché el polvo resultante por el cuello de la camisa ¡Qué horror! El picor fue casi instantáneo y realmente intenso e insoportable, por lo que tuve que quitarme la camisa rápidamente y darme una ducha para quitarme el maldito polvillo de encima.
Hace un mes, durante un paseo por la Sierra de Cameros, vimos unas ramas de rosal silvestre que lucían unas vistosas agallas, por lo que decidimos coger unas pocas para incorporarlas a un ramo de plantas secas (cardos y espigas) que habíamos ido recogiendo aquella mañana.
A los pocos días, comenzó el dichoso confinamiento por la pandemia del Covid-19. Aburrido, al irme a asomar a la ventana del salón observé un par de minúsculas y esbeltas avispillas que me entretuve en fotografiar (ver 2ª foto). Me pareció alguna especie de Ichneumónido, familia de himenópteros que suelen ser parásitas de otros insectos, por lo que me pregunté qué especie sería y si provendría de algún insecto que viviese dentro de casa o bien habría entrado al abrir las ventanas por las mañanas para ventilar.
Al día siguiente, volví a ver otra diminuta avispita, pero me pareció distinta, más rechoncha y con el abdomen más abultado… Un momento, esta es distinta a la de ayer, tiene más pinta de Cynípedo, que se caracterizan por producir agallas en diversos vegetales ¿A ver si va a haber salido de las agallas del rosal? Rápidamente, busqué en internet y… Voilá!!! Sin duda se trata de Diplolepis rosae (Linneo, 1758)!!!
Buscando información sobre la biología de este himenóptero, di con un excelente trabajo de J. L. Nieves Aldrey, publicado en el Boletín Español de Entomología de 1981, en el que describía las agallas del rosal producidas por Diplolepis rosae, en la provincia de Salamanca, así como otras seis especies de himenópteros que parasitan al primero, entre los que se encontraba el Ichneumónido Orthopelma mediator (Thunberg, 1822)… ¿No será…? Inmediatamente, busqué imágenes de esta especie en internet y, de nuevo ¡Bingo! Sin duda se trata de la avispita del día anterior, con ese brillo sonrosado y esas venas cortas y gruesas en mitad de las alas.
Por cierto, al asomarme a la ventana del salón, vi a un niño pijo con un jersey amarillo subiéndose a un Ford Fiesta blanco… ¡Pero dónde vas chaval??? Que no se puede saliiiiiir!!!
Resuena en el sombrero: “Polvos pica-pica”.- Hombres G (Madrid, 1985).
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