Franco Berardi, activista, escritor y filósofo italiano, dice, en el interesante artículo del enlace, que la única forma de salvar el humanismo es mediante la construcción de una plataforma de colaboración "tecnopoética", que agrupe a ingenieros, artistas, hackers, científicos, activistas e intelectuales, que conforme una nueva clase revolucionaria a la que el llama "cognitariado", que nos permita liberar el conocimiento del dogma religioso y también del dogma económico.
Ese bello y original término -"tecnopoética"- parece llevar implícita una cierta unión de las "ciencias", las "letras" y las "artes", en un espíritu " integral" que nos conecta con las filosofías orientales, frente a la obsesión occidental por la especialización y por poner en práctica la estrategia de que la mejor forma de afrontar un gran problema es dividirlos en otros más pequeños, olvidando que, en este mundo, todo está interconectado y que nuestro cerebro funciona a base de aplicar una mezcla indivisible de emoción y razón.
Uno de los motivos por los que la gigantesca nación China no se ha dividido, a pesar de contener numerosas etnias y lenguas, es porque el 90% de sus habitantes se autodefinen como "chinos Han", es decir, herederos de la Dinastía Han (206 a. C. - 220 d. C.) que unificó el país y adoptó las enseñanzas de los grandes filósofos de la antigüedad Lao-Tse y Confucio. Éste último propugnaba el cultivo de las virtudes (bondad, tolerancia, benevolencia, amor al prójimo y respeto a los mayores y antepasados), especialmente entre los dirigentes y gobernantes, quienes debían predicar con el ejemplo. Abogaba por un predominio de la educación, la convicción, los valores, la filosofía y el ejemplo, sobre la imposición de las leyes mediante la fuerza, las multas y los castigos.
Si a esto unimos los actuales conocimientos en ecología, neurología e inteligencia emocional, así como la velocidad en las comunicaciones que brinda internet y las nuevas tecnologías, quizás aún estemos a tiempo de salvar al humanismo y al planeta Tierra.
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