Parece increíble, pero en un mundo en el que predomina la sociedad urbana y la cultura del ocio, todavía existen jóvenes interesados en trabajar en una actividad secular como la ganadería extensiva, jóvenes que, inexplicable y milagrosamente, son llamados por una vocación de esfuerzo, sacrificio y entrega a su ganado. No, no estoy loco, lo he visto con mis propios ojos y lo he escuchado en diversos actos y programas realizados hace pocos días, tales como: La jornada sobre “Ganadería extensiva” organizada por la Consejería de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente del Gobierno de La Rioja en el salón de actos del Centro de “La Grajera”, el pasado 26 de enero (cuyo cartel figura en la 1ª foto), con gran asistencia de público, incluidas no pocas mujeres; el programa de televisión “Aquí la Tierra”, en la 1, que mostró la ilusión con la que un joven urbanita había regresado a su tierra, en la Sierra de Irati (Navarra), para hacerse cargo de su rebaño de ovejas, aprendiendo el oficio de un joven ganadero ya instalado en la zona; o ese otro programa de TV, “El escarabajo verde”, en la 2, en el que jóvenes catalanes aseguraban que existe una gran demanda por asistir a las escuelas de pastores y que, cuando terminan su formación, su gran ilusión es conseguir un trozo de tierra con pastos para poder ejercer su profesión.
Las únicas
explicaciones que se me ocurren a este hecho son las siguientes:
-
La dificultad de encontrar un
trabajo digno.
-
La necesidad de contacto con la Naturaleza.
-
-
Ser autónomo, ser tu propio jefe,
lo cual, en combinación con el punto anterior, supone alcanzar un anhelo de
libertad.
Una libertad
que contrasta con la opinión tradicional de las gentes del campo que siempre
han considerado el trabajo de pastor o ganadero como una auténtica “esclavitud”.
Una vez enfocado
el tema desde un punto de vista más bien psico-sociológico, pasemos a analizar
la realidad económica y ecológica del sector:
En “El
escarabajo verde”, los jóvenes pastores noveles catalanes se quejan de la
dificultad de encontrar un terreno donde poder comenzar a ejercer su profesión,
debido a la desconfianza de los propietarios, al elevado precio de los
arrendamientos de las tierras y a las enormes trabas administrativas.
Si bien, en
Andalucía se mostró el buen funcionamiento de los acuerdos firmados por la
Administración autonómica y los ganaderos locales para que estos últimos
mantengan limpias de matorral y hierba alta (pastando con su ganado) las áreas
cortafuegos y las fajas auxiliares de los caminos, unas infraestructuras
fundamentales en la prevención y lucha contra los incendios forestales.
Por otra
parte, en La Rioja, los ganaderos se quejan de la enorme dificultad de
compatibilizar la ganadería extensiva con la existencia del lobo, en lenta expansión en todo el norte y centro peninsular, siendo una especie estrictamente protegida por la normativa europea al Sur del río Duero.
La actividad
ganadera ha permitido el desarrollo de la Humanidad en los últimos 5.000 años,
sobre todo en las zonas más áridas y frías del planeta, donde el único recurso
disponible es el pasto, más bien habría que hablar de pastos, entendidos como
todos aquellos productos vegetales que sirven de alimento a animales herbívoros
domésticos o silvestres, existiendo una importante diferencia entre los
denominados “leñosos” y los “herbáceos”, ya que los primeros, árboles y
arbustos, siempre resultan dañados por el ramoneo o corte de sus brotes, ramas,
hojas, flores y frutos; mientras que en los “herbáceos” se cumple la llamada
“paradoja pastoral”, ya que el ganado, al morder las hierbas con cierta
periodicidad y defecar sus excrementos sobre el suelo, no sólo no daña sino que
acelera el crecimiento y mejora la productividad. Si bien hay que tener en
cuenta otra realidad ecológica, los pastizales constituyen una etapa inicial en
la serie evolutiva de la inmensa mayoría de los ecosistemas en clima templado,
y no ofrecen una protección suficiente al suelo, por encima de determinadas pendientes del terreno, en función del tipo
de roca a partir de la cual se forma el suelo. Nunca hay que perder de vista el
suelo, ya que es uno de los elementos fundamentales en el que se sustenta toda
la vida.
Por lo tanto, resulta de suma
importancia mantener una cierta proporción, un delicado y complicado equilibrio
dinámico entre pastos, matorrales y bosques.
Además, desde el punto de vista
legal, estamos obligados a conservar las razas autóctonas de ganado, así como una
serie de hábitats y especies silvestres amenazadas a nivel europeo,
constituyendo o viviendo la mayoría de ellos en pastizales y bosques, siendo la
mayoría de las especies protegidas de animales terrestres, grandes depredadores
(linces, osos, lobos y águilas) o bien especies propias de pseudoestepas
cerealistas (avutarda, sisón).
En el ámbito mediterráneo, el
ser humano ha sido capaz de crear un hábitat que aúna y optimiza muchos de
estos objetivos, como es la dehesa, se trata de un bosque constituido por un
estrato arbóreo poco denso, bajo el que crecen los pastos sin apenas ninguna
competencia del matorral. En la 2ª foto podemos ver el aspecto invernal de una
de las escasas dehesas que hay en La Rioja, una atípica dehesa de montaña con
robles, arces, hayas y acebos, en el Alto Najerilla.
Las dehesas y la inmensa mayoría
de los pastizales son ecosistemas que podríamos llamar “seminaturales”, en el
sentido de que precisan de un manejo humano para su mantenimiento y
conservación, una gestión que siempre implica un aprovechamiento ganadero.
Desde el siglo XVI hasta finales
del XX, la carga ganadera de la inmensa mayoría de los montes ha sido elevada,
a menudo se empleaba el fuego para desbrozar los pastos, y el aprovechamiento
de las leñas por parte de la población rural era enorme, por lo que el bosque
era destruido o, en el mejor de los casos, no conseguía regenerarse de manera
adecuada. A partir de los años 80, el progresivo despoblamiento del medio rural
ha conseguido que se invierta esta tendencia y, en la actualidad, podemos decir
que los ecosistemas más escasos y amenazados son esos mencionados pastizales
“seminaturales”, mientras que el avance del matorral, el bosque y su fauna
asociada, como cérvidos y jabalís, resulta evidente, a pesar de los incendios forestales, para cuya
prevención la ganadería extensiva es una herramienta imprescindible.
Es decir, que “ni tanto ni tan
calvo”, por eso, aunque a los ingenieros de montes nos tiran más los árboles y el bosque, debemos ser
realistas y decir sin tapujos que, en estos momentos lo que precisa de más apoyo
y ayudas públicas son los pastos, el ganado y los ganaderos, especialmente el
ganado ovino y caprino, por tener los condicionantes siguientes:
-
El manejo de este ganado requiere del trabajo de personal (pastores y
esquiladores) y perros especializados (patores y mastines).
-
El consumo de la carne de ovino y caprino ha disminuido mucho, siendo
su precio similar al que tenía hace 30 años.
-
El aprovechamiento de la lana resulta antieconómico, ya que una oveja
produce un kilo de lana al año que se paga a 0,18 €/kg, mientras que esquilarla
cuesta 1 €/oveja.
-
La existencia del lobo resulta polémica y problemática, exigiendo un complejo diálogo y consenso socioeconómico.
Debiendo distinguir la
casuística y la muy distinta problemática existente en dos entornos muy
diferentes, como son, por un lado, la montaña despoblada; y por otro, el
aprovechamiento de los eriales, pastos, barbechos y ribazos colindantes con
cultivos, urbanizaciones y polígonos industriales, en entornos periurbanos.
Las vigentes ayudas
cofinanciadas con fondos europeos de la Política Agraria Común (P.A.C.) además
de ser excesivamente complicadas y generar una burocracia monstruosa, resultan
claramente ineficaces en los países montañosos como el nuestro, ya que el
llamado “coeficiente de admisibilidad de pastos” excluye de las ayudas a las
zonas boscosas, rocosas y con fuertes pendientes.
Si de verdad se quisiera ayudar
a los pequeños agricultores y ganaderos que realmente habitan en el medio
rural, especialmente en las zonas de montaña más despobladas, sería mucho más
sencillo, barato y eficaz hacerlo mediante una correcta política fiscal
gestionada fundamentalmente por el Ministerio de Hacienda, que es quien conoce
los ingresos, los gastos y las circunstancias socioeconómicas de todas las
personas físicas y jurídicas de nuestro país, sin necesidad de crear un
ejército de funcionarios en la Comisión Europea, los Estados miembros y las
CCAA exclusivo para la gestión y el control de dichas ayudas (como sucede
actualmente), contando con la imprescindible colaboración de los departamentos
(consejerías) de agricultura, ganadería y medio Ambiente de las CCAA, que son
quienes controlan la calidad de las explotaciones y las actividades que se
realizan sobre el terreno, mediante muestreos, inspecciones y controles, adecuados
y proporcionados a cada actividad.
Otra medida lógica para ahorrar
dinero y dedicarlo a los sectores que realmente lo necesitan sería reducir las
ayudas destinadas a la reforestación, ya que estamos viendo que el bosque no precisa de ayuda para
aumentar su superficie, en estos momentos y en Europa, pudiéndose limitar este
tipo de inversiones a las plantaciones productoras de madera (choperas, nogales, cerezos, serbales) o de trufas (encinas, robles y avellanos micorrizados).
Tampoco es justo que el trabajo
de pastor roce la “esclavitud”, por muy voluntario que sea y aunque ya se sepa
que “sarna con gusto no pica”. Los ganaderos también tienen derecho a disfrutar
de algo de tiempo libre y de unas merecidas vacaciones, por lo que lo lógico
sería que cada rebaño estuviese a cargo de dos pastores o al menos en una
proporción de 3 pastores por cada 2 rebaños, dependiendo del tamaño de los
mismos y procurando optimizar el número de cabezas por rebaño.
Por eso, he llegado a plantearme
si no empezaría a resultar rentable la creación de un cuerpo de “funcionarios
rurales multifuncionales” para la gestión de las zonas de montaña. Todos
conocemos la utilidad de los agentes forestales o medioambientales, pero si, al
final, resulta que para una comarca de 1.600 Km2 basta con que haya 4 personas
para gestionar correctamente el ganado y las infraestructuras rurales, las CCAA
podrían “cubrir esas plazas” con personal funcionario o laboral “ad hoc”,
seleccionado y formado para que realicen múltiples funciones relacionadas con
la gestión y el seguimiento de la flora, la fauna, las tierras, el agua y el
paisaje de nuestros montes, un personal que, además, desarrollaría una
actividad económica de mercado, produciendo bienes y servicios que contribuirían
a enriquecer las arcas públicas, rentabilizando o disminuyendo
considerablemente el coste de dicho personal, además de contribuir a evitar el
despoblamiento del medio rural. Si bien para ello sería imprescindible contar
con el respaldo jurídico apropiado, mediante leyes, reglamentos, acuerdos y
convenios que integrasen tanto a los propietarios públicos (ayuntamientos,
mancomunidades, CCAA y Estado) como a los privados, de una manera consensuada y
justa para todas las partes implicadas.
Resuena en el sombrero: “Cowboys like us”.- George Strait (Texas, 2003). Ya sé que los vaqueros norteamericanos tienen muy poco que ver con nuestros pastores carpetovetónicos,
pero me gusta el espíritu de sana libertad natural que destila esta canción, y
el ambiente de camaradería y cierta modernidad que se respira en el vídeo. Y lo
cierto es que tampoco he encontrado ninguna canción española (salvo alguna
rareza del folclore y el “Koala”, en plan más pop) que trate el tema de la ganadería.
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